La idishe mame (madre judía)

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Prototipo universal hace 5 mil años, objeto de tanto análisis y sicoanálisis, material para el humor judío y representada como una invasora nube en Edipo Reprimido, el relato de Woody Allen en Historias de Nueva York (1986). Aquí, el retrato de una verdadera institución desde la experiencia de su hijo.




Paula 1198, Especial Madres. Sábado 23 de abril de 2016.

Todavía recuerdo, como si fuera ayer, ese año. Era 1988, y con la mayoría de edad recién cumplida, me fui a vivir al otro lado de mundo. A jerusalén. No había internet ni celulares. La única forma de comunicarse con la familia era por carta o teléfono fijo, usando el servicio de larga distancia. Cada domingo en la noche, como habíamos "pactado" antes de que dejara Chile, debía llamar a mis padres. En realidad, la que esperaba el llamado con ansiedad era mi madre, quien básicamente se dedicaba a llorar por mi ausencia. Era una situación curiosa: yo caminaba casi un kilómetro para llegar al teléfono público más cercano, que estaba en un hospital, muchas veces rodeado de nieve y con varios grados bajo cero. Solo y casi congelado tenía que llamar con cobro revertido, para que después de un "¿cómo estás?" de mi papá y un saludo de mi hermana, que en total no ocupaban más de treinta segundos, los próximos diez minutos fueran de llanto y acusaciones de abandono lanzados por mi progenitora, quien veía mi decisión de estudiar afuera como una traición deliberada al complejo de Edipo que llevábamos desarrollando durante 18 años.

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No es extraño que Freud, fundador del sicoanálisis, así como tantos otros siquiatras sean judíos. Tampoco, que sean decenas de miles los judíos que acuden a terapia en el mundo entero. Las Idishe mames nos han criado con exceso de preocupación y amor, pero, al mismo tiempo, con sobredosis de culpa y poco instinto de sobrevivencia.

Paréntesis para un chiste judío: "Señora Fridman, su hijito no tiene ningún defecto físico, pero debo advertirle algo: tiene un fuerte complejo de Edipo. ¿Edipo?, contesta la señora, no sé lo que es eso ni me importa. ¡Mientras quiera a su madre!". No es extraño que Freud, fundador del sicoanálisis, así como tantos otros siquiatras sean judíos. Tampoco, que sean decenas de miles los judíos que acuden a terapia en el mundo entero. Las idishe mames nos han criado con exceso de preocupación y amor, pero, al mismo tiempo, con sobredosis de culpa y poco instinto de sobrevivencia. De hecho, la manipulación por medio de la culpa es una las máximas de estas queridas y complejas señoras. Paréntesis para un segundo chiste judío: ¿Cuántas madres judías se necesitan para cambiar una bombilla? La respuesta la da el contador del chiste con una voz femenina con acento lastimero y dice: "No se preocupen por mí, yo me siento acá en la oscuridad, no quiero ser una molestia para nadie". Ellas son las víctimas. Siempre.

"Todo puede ser letal para sus hijos. Ya sea que haya una protesta en las calles de Santiago, un incendio en alguna parte de la Región Metropolitana o cualquier tipo de situación que implique un despacho informativo de los medios de comunicación, es seguro que mi mamá me llamará para asegurarse de que no estoy cerca del lugar de los hechos noticiosos".

Quieren que las veamos como pobrecitas. Y lo logran. Pero, además, son exageradas y melodramáticas. Voy con otro recuerdo ochentero para argumentar. Era verano, hacía calor. Mucho. Mi hermana y yo le pedíamos a nuestra madre permiso para ir a la piscina. Podían hacer 28, 30 o 32 grados, pero para ella no era suficiente el calor. Nos podíamos resfriar, decía. Así que no nos daba permiso. Hasta el día de hoy, a mi mamá le parece casi una irresponsabilidad que mis hijos, sus nietos, estén chapoteando en el agua en pleno verano, salvo que la temperatura sobrepase los 35 grados. "Se van a resfriar y luego viene la bronquitis, vas a ver", me advierte. Las idishe mame son expertas en oler el peligro en cualquier parte, en cualquier cosa. Todo puede ser letal para sus hijos. Ya sea que haya una protesta en las calles de Santiago, un incendio en alguna parte de la Región Metropolitana o cualquier tipo de situación que implique un despacho informativo de los medios de comunicación, es seguro que mi mamá me llamará para asegurarse de que no estoy cerca del lugar de los hechos noticiosos. Y si no le contesto, aplicará Whatsapp. Y si pasa otro rato sin obtener respuesta, terminará llamando a mi casa. La madre judía es ansiosa por naturaleza. "Lo que para cualquier madre es un drama, para la madre judía es una tragedia", dice un comediante que las conoce bien. Paréntesis para el tercer chiste: ¿Cómo se diferencia una madre italiana de una madre judía? La italiana sirve la comida y le dice: "si no comes, te mato". La judía, en cambio, pone cara de situación grave y susurra: "si no comes, me mato". Son así de simbióticas. Se sienten parte del cuerpo y del alma de sus cachorros, aunque estos tengan 30, 45 o 60 años. ¿Conocen la plegaria matutina de la madre judía? "Gracias Dios mío por haberme convertido en madre. Sufro, sufro, sufro. Luego, si tengo tiempo, veré si existo. Amén". Son así de trágicas. Resulta, además, interesante la capacidad de desdoblarse que poseen estas mujeres. En su casa siempre tienen una razón para estar descontentas de sus hijos y no tienen reparos en decirlo. Pero una vez que están fuera, en el mundo exterior, inflan el pecho por lo sumamente orgullosas que están de ellos y se lo dicen a todo el mundo. Especialmente, si estos decidieron estudiar Leyes o convertirse en doctores. Es más, suelen referirse a sus herederos como "Mi hijo, el médico" o "Mi hijo, el abogado". ¿Narcisas? Algo de eso debe haber. Por algo, cuando una madre judía tiene frío, todos deben abrigarse. Cuando se angustian es porque lo que está pasando es terrible y debe serlo para todos. Si la madre judía despierta temprano, es hora de levantarse. Si están cansadas y quieren dormir, todos deben acostarse. Si un hijo se resfría, ellas estornudan. Si ese mismo hijo tiene fiebre, ellas se ponen el termómetro y transpiran. Y si una hija está pariendo, no lo duden, ellas pujan el doble. No son fáciles, pero existen hace más de cinco mil años y, a estas alturas, son una institución. Y cuando ya no están, todos los que han perdido a sus madres judías dicen que se extrañan demasiado. Más de lo imaginable. Amor y culpa. Forever and ever.

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"Se sienten parte del cuerpo y del alma de sus cachorros, aunque estos tengan 30, 45 o 60 años. ¿Conocen la plegaria matutina de la madre judía? 'Gracias Dios mío por haberme convertido en madre. Sufro, sufro, sufro. Luego, si tengo tiempo, veré si existo. Amén'. Son así de trágicas".

*Rodrigo Guendelman es periodista y conductor del programa @SantiagoAdicto en radio Zero.

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