* Este reportaje fue realizado en el marco del Taller de Reportajes y Perfiles de la Escuela de Periodismo de la Universidad Alberto Hurtado, a cargo de la docente y periodista Patricia Morales.

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Es viernes, son las 13:17, e Ignacia ya no quiere vivir más. Las pastillas que consume la mantienen “estable”, pero menciona que, debido a ellas, no puede expresar emociones. Se considera miserable por no poder sentir nada. Mientras espera ser llamada desde el hospital donde se atiende, no puede ocultar su falta de ánimo y el nulo deseo de continuar viviendo. Solo tiene 22 años.

Ignacia Duarte es paciente psiquiátrica del Hospital Sotero del Río desde hace aproximadamente dos años. Ha sido internada en tres ocasiones por intentos de suicidio y acusa no recibir la atención del personal médico que corresponde.

Su caso no es la excepción. En la actualidad existe un significativo déficit de profesionales de salud mental, especialmente en regiones. En el Plan de acción de salud mental 2019-2025 del Ministerio de Salud, se establece que de acuerdo a estimaciones realizadas el año 2015, existe una brecha de 921 cargos de médico psiquiatra adulto e infanto-adolescente para atención ambulatoria en el sistema de salud público del país. Esto equivale a 20.274 horas semanales. En relación a profesionales psicólogos(as), trabajador(a) social y terapeuta ocupacional, se estima que la brecha para atención ambulatoria es de 421 cargos, equivalentes a 199.038 horas.

Según datos entregados por la Subsecretaría de Redes Asistenciales, al 13 de septiembre de 2021 había 7.640 personas en lista de espera para una consulta psiquiátrica. Para esa fecha, en el sistema público había 714 psiquiatras adultos disponibles y solo 53 atendían de manera privada con bono Fonasa, donde está asegurado el 80% de los chilenos. Eso, pese a que en el Registro Nacional de Prestadores Individuales de Salud había 2.240 especialistas registrados.

Pablo Martínez es psiquiatra y trabajó un tiempo en el Hospital Barros Luco y en el Cosam de Pedro Aguirre Cerda en donde fue testigo del déficit del recurso humano considerando la gran población que estos equipos deben evaluar. Dice que respecto al sistema de salud público y privado la balanza está invertida. “Tenemos más del 80% de la población en Fonasa que es donde hay menos psiquiatras por persona. Y en el sector privado, que es el que atiende a la minoría de la población, hay un mayor número de psiquiatras trabajando”. Esto, según su experiencia, se explica por razones económicas, pero también porque en el sistema público hay una sobrecarga. “Es un círculo vicioso, porque como hay poco recurso humano, terminas siendo estrujado y la remuneración tampoco se corresponde, lo que hace que haya una mayor rotación de psiquiatras y que muchos migren a lo privado. Me pasó a mí”, agrega.

Sebastián Alonso es psicólogo clínico y también atiende particularmente. Dice que su agenda siempre está copada de personas que necesitan una atención próxima debido a que desde el hospital no los llaman para agendar una cita. “No solamente se trata de los psiquiatras, todo el personal del área de salud mental está saturado. Muchos pacientes presentan otras patologías, pero siempre vienen bajo el mismo diagnóstico. La depresión presenta índices sumamente altos, sobre todo durante y post pandemia”, dice Sebastián.

Y la depresión, en muchos casos, presenta pensamientos suicidas. Tanto así que, hasta el 2023, Chile es el sexto país con mayores tasas de suicidios en América Latina según datos de la OMS. Antes de la pandemia, el Centro para Intentos de Suicidio de la Posta Central atendía tres casos al mes y ahora presenta tres intentos al día.

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Una tarde Ignacia comenta lo triste que se siente. “No sé por qué me siento así, muchas veces no tengo explicación, y en otros momentos es por todo. La vida me consume y deseo acabar con ella”, dice. En ese momento el reloj marca las 21:00, es hora de su medicación. Se dirige a su mochila para sacar su pastillero que está repleto de distintas pastillas y altas dosis. “Supongo que es mejor esto (vivir empastillada) que estar de nuevo en el hospital internada”.

Consuelo Torres es estudiante y paciente del hospital del Carmen, en la comuna de Maipú. Ella es usuaria desde los 14 años, primeramente, por un diagnóstico de depresión hasta que el año 2022 la diagnosticaron con Trastorno Límite de la Personalidad (TLP). En un comienzo le prescribieron Rexulti, Alprazolam, Quetiapina y Lamotrigina, todas combinadas, lo que le ocasionó sensaciones de ira e impulsividad, además de adormecimiento.

“El tratamiento en un inicio me hizo bien porque no podía sentir nada en absoluto. Pero a la larga parecía un zombie. Creo que nunca me han dado lo que necesito. Debo esperar meses para que me llamen y cuando me atienden lo hacen a la rápida y no escuchan cómo me siento o las incomodidades que tengo con la medicación”, comenta.

A través del programa de salud mental del hospital puede agendar hora con medicina general, trabajadora social, enfermería, terapia ocupacional y psicóloga. Pero le explican que debe esperar dos meses para poder agendar con psiquiatría ya que la doctora se encuentra con licencia. Esto la molesta, desea cambiar de medicación porque no siente los efectos ni los cambios que debería producirle su tratamiento. La van a dejar bajo revisión una semana y sin contacto con su celular. Solo puede visitarla un familiar. Tiene 17 años.

Tanto Ignacia como Consuelo se enfrentan al mismo procedimiento en el hospital: se les entrega su receta tras la primera sesión con el o la psiquiatra y se dirigen a la farmacia para que les entreguen su medicación. Una vez que se les acaban las pastillas vuelven a la misma ventanilla y les renuevan la receta. Y es que una de las consecuencias de la escasez de profesionales es que muchos pacientes alcanzan a recibir una primera sesión, son diagnosticados frecuentemente con ansiedad y depresión, y luego no se les hace seguimiento.

Quetiapina, Zopiclona, Lamotrigina y Sertralina suelen ser los medicamentos más recetados a los usuarios y tienden a consumir altas dosis de estas pastillas mientras esperan ser llamados para una segunda atención.

Pasan los tres meses de receta y siguen sin ser atendidas, su cuerpo ya está empezando a aceptar la medicación, por ende, no puede abandonar el tratamiento. Menos sin supervisión. Es por eso que se dirigen nuevamente a la ventanilla de salud mental y solicitan extender la receta, se la entregan sin más preguntas.

María Ignacia Palacios es enfermera y pertenece al programa de salud mental. Asegura que cada tres o seis meses, idealmente, debe citar a los pacientes a revisión de fármacos debido a que no se encuentran psiquiatras disponibles. “Junto con la doctora somos quienes nos estamos encargando de la medicación”, dice.

El psiquiatra Pablo Martínez confirma que este es el modus operandi. “Como la agenda está llena y los psiquiatras sabemos que no tendremos horas para evaluar en tres meses, por ejemplo, lo que se hace en pacientes que están estables, es dejar la receta por ese periodo y controles con el enfermero o enfermera que son los encargados de entregar la medicación. Se puede hacer eso en un sistema donde hay poco recurso”, relata.

Otra cosa, agrega, son los pacientes agudos. En esos casos tienen que recurrir al sobrecupo y eso termina en una sobrecarga. “O también está el caso de los pacientes que tienen ciertas condiciones en las que puede haber constantes crisis suicidas que son impredecibles, y estos muchas veces quedan sin cobertura de atención por falta de recurso humano en el sistema ambulatorio de salud mental”.

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Durante seis meses ha estado Ignacia sin revisión de su psiquiatra. Le mencionaron que no hay personal que la pueda atender, solo se mantiene bajo la medicación y vive esperando que llegue el día en que realmente se sienta bien y feliz. Aunque lo percibe lejano.

Por su parte, Consuelo Troncoso sufre una crisis en su hogar y es llevada de urgencias al Hospital del Carmen, donde se le administra un S.O.S. y lo último que recuerda es estar llorando sin parar. Al día siguiente se encuentra internada en el recinto.

Son las 10:22 y Consuelo presenta otra crisis dentro del hospital. Llora mientras duerme, odia su mente y los pensamientos que le origina, siente que todo el mundo la detesta y que no es importante para nadie. Desea la muerte. Le administran otro S.O.S. que la deja inconsciente. Lleva así tres días y le explican que si no controla sus episodios depresivos seguirá internada por al menos un mes. Esto la preocupa y decide fingir que todo está bien.

Se les ha consultado a las recepcionistas del Hospital del Carmen: “¿Por qué no están agendando horas a psiquiatría?”. Responden que muchos psiquiatras han decidido entrar a la atención privada para generar más ingresos y han renunciado al hospital.

El presupuesto destinado a la salud mental sigue bordeando el 2% del total del presupuesto en salud, cifra que está muy por debajo del 5% que se propuso como meta en el Plan Nacional de Salud Mental y Psiquiatría de los periodos 2000-2010 y 2015-2025, números considerados de acuerdo al promedio mundial. Esto genera una cobertura en atención de no más del 20% de la población, demostrando que los objetivos trazados en materia de promoción, prevención y tratamiento de los trastornos mentales en Chile son ineficientes.

Pablo Martínez explica que es difícil generalizar porque depende del diagnóstico o condición del paciente y de una serie de otros factores psicosociales, sin embargo, si quisiéramos hablar de un ideal, muchas veces los pacientes requieren controles mensuales. “En un sistema que está sobreexigido se buscan soluciones, como dar medicación para tres o seis meses, y también se trabaja mucho en equipo para dar contención a los pacientes, es difícil pensar que uno pudiera solo como psiquiatra sostener a un paciente de salud mental. Sin embargo, estas soluciones son por el contexto precario. Y por supuesto que, si el número de controles que tiene un paciente llega a ser insuficiente, hay riesgos que pueden ser múltiples: desde que el paciente tenga mala adherencia al mismo tratamiento, hasta descompensaciones del cuadro clínico”.

Mientras, por una parte y después de esperar alrededor de seis meses, por fin Ignacia va a recibir atención del psiquiatra en su hospital y podrá comentarle a su doctor lo inestable y vulnerable que se siente, esperando poder cambiar su medicación. Tristemente y por su lado, Consuelo sigue esperando poder comentar lo miserable que se siente a su psiquiatra. Mientras tanto solo puede continuar consumiendo las pastillas que le han dejado para su tratamiento, las cuales tanto mal le hacen anímicamente.

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* En este reportaje los nombres de las pacientes fueron cambiados para resguardar su identidad.