Paulina Urrutia dijo hace un tiempo en una entrevista: “La única forma de evolucionar como sociedad es que todos, alguna vez, cuidemos a alguien; porque también todos, en algún momento, vamos a depender de alguien. Y esto lo digo porque el Augusto depende de mí, pero yo también dependo de él”. De su amor.
Por décadas la labor del cuidado ha sido invisibilizada en la esfera pública como si se tratase de un problema privado; y también ha sido feminizada, pues somos mayoritariamente las mujeres las que cuidamos. El cuidado ha afectado las trayectorias de vida de las mujeres que, por cuidar, hemos tenido que dejar de lado otras tareas remuneradas con el consecuente empobrecimiento que eso conlleva.
En ese contexto, el feminismo ha relevado la importancia de entender el cuidado como una labor imprescindible para el desarrollo económico, social y sostenible. “Eso que llaman amor es trabajo no pago”, es la frase de la escritora, profesora y activista feminista italo-estadounidense Silvia Federici, que se ha popularizado en el mundo para dar cuenta de que el sistema económico existe gracias a la red de cuidados y tareas domésticas que realizan millones de mujeres a diario sin recibir pago alguno.
En consecuencia, es fundamental que esta labor sea reconocida y valorada; que se promueva que la responsabilidad por los cuidados sea compartida entre mujeres y hombres, y también entre las comunidades, las instituciones y el Estado; entre toda la sociedad.
Pero el cuidado ¿es sólo trabajo no pago, o también es un gesto de amor? ¿Hay posibilidad de cuidar sin amor, sin ternura, sin afecto, sin afectación?
Hoy se estrena La Memoria Infinita, de Maite Alberdi; un documental que acompaña al periodista Augusto Góngora y se adentra en su relación con la ex Ministra y actriz Paulina Urrutia desde que a él le diagnosticaron la enfermedad de Alzheimer y, ella, se convirtió en su cuidadora.
Desde su estreno en festivales la crítica lo ha destacado como una historia de amor. “La Memoria Infinita es, ante todo, un homenaje al poder del amor”, escribieron en el periódico alemán Tagesspiegel; o “Un amor que perdura cuando los recuerdos se desvanecen”, dijeron en The New York Times.
Amor y cuidados se unen en esas críticas. También en la relación de Augusto y Paulina, en sus conversaciones, en sus gestos, en su humor. “Todo tiene que tener un justo equilibrio que nos permita, por un lado, no perder la humanidad y transformar esto en la profesionalización total de los cuidados, pero al mismo tiempo, la sociedad tiene que comprender que la política pública debe estar en el centro de aquello que requiere apoyo. No basta con rascarse con las propias uñas, todos necesitamos de otros”, ha dicho ella en entrevistas.
Y es que no se trata de romantizar los cuidados, porque cuidar es, inevitablemente, una carga para el cuidador. Pero tampoco podemos dejar de verlos como un gesto de amor.
“El cuidado no es sólo una cuestión material, es una actitud que implica pensar en las necesidades de los demás. Por eso, tenemos que reconocer su valor y darle centralidad, porque sin él no hay vida”, dice la antropóloga y ex parlamentaria catalana Dolors Comas, pionera en el estudio de los cuidados.
Cuando hablamos de corresponsabilidad social, entonces, no significa que las personas queramos delegar el cuidado en el Estado, si no tener garantías para hacerlo sin que se te vaya la vida en ello. No es que las mujeres no queramos cuidar, lo que no queremos es que el hecho de cuidar nos empobrezca, que el hecho de cuidar nos impida tener un trabajo remunerado o tener vínculos sociales interesantes porque nos encerramos en el cuidado.
De hecho, el cuidado está presente en nuestra vida cotidiana: nos auto cuidamos cuando nos alimentamos, cuando nos aseamos, cuando nos abrigamos. Y lo hacemos también con nuestros seres queridos, especialmente aquellos que no están capacitados para cuidarse por sí mismos. Visto así, el valor del cuidado está en la interdependencia de la que habla Paulina cuando dice que todos, alguna vez, cuidaremos a alguien y vamos a depender de alguien también.
El problema es que vivimos en una cultura que no admite esta idea, porque todos queremos ser autónomos y autosuficientes. Como dice Dolors, en este sentido el cuidado es revolucionario; si asumimos los valores del cuidado como valores centrales en el funcionamiento de la sociedad, en lugar de la competitividad. Es decir, si aprendemos a valorar no sólo los logros y los éxitos, sino que también las caídas, las precariedades, la vulnerabilidad.
Es urgente sustituir los términos: de la obligación al compromiso, del mandato al cuidado como decisión. Y para que eso ocurra, las mujeres no podemos seguir cuidando solas, como si se tratase de nuestra exclusiva responsabilidad. Debemos avanzar hacia la corresponsabilidad social de los cuidados, donde existan redes de apoyo y atención también para quienes cuidan.
Poner en primer plano la solidaridad, el compromiso mutuo; entender que la interdependencia es responsabilizarnos los unos de otros, no el individualismo puro. Y avanzar hacia un modelo de cuidado que también involucre amor, ternura y afectación. Porque sin amor, no hay cuidado.
Así queda demostrado en La Memoria Infinita, que es la historia de Augusto y Paulina, sí. Pero es también la reivindicación de los cuidados como un asunto social y político que nos involucra a todos; una reivindicación de la solidaridad, del compromiso mutuo y también del amor. “Mi voz lo calma, mi mano lo calma; sé como hacerle cariño a Augusto para tranquilizarlo. Esto me ha mostrado esta enfermedad, que todos para calmarnos necesitamos a otro, alguien que esté ahí para contenerte, hacerte reír, acompañarte, con su amor”.