El proceso de cesión voluntaria de un hijo o hija es un derecho más. Y es necesario relevar el ejercicio de este derecho, pues le permite a la mujer decidir libremente respecto de asumir o no su maternidad, y al mismo tiempo, al niño o niña vivir en una familia ya sea biológica o adoptiva.
Las motivaciones para considerar la cesión voluntaria son diversas y personales, y desde ningún punto de vista cuestionables. No existe un perfil de la mujer que cede —las edades, historias, contextos y realidades son diversas— por mucha necesidad que exista por parte de la sociedad, y de profesionales en la materia, de etiquetarlas, catalogarlas y de estandarizar una decisión que es única, particular e individual.
La mujer que cede somos todas y ninguna, pues un embarazo no deseado o una maternidad no deseada son vivencias socialmente transversales, puede ocurrirle a cualquier mujer, en cualquier momento de su vida, incluso habiendo vivenciado embarazos y maternidades anteriores. Y por supuesto que no es una decisión inocua: surge miedo, tristeza, culpa, rabia, negación, desesperanza y también, muchas veces, alivio.
Es que, a pesar de contar con una Ley de Adopción promulgada en 1999, la decisión de ceder en adopción es altamente cuestionada y enjuiciada por gran parte de la sociedad, que ve en este acto un “abandono” hacia el niño o niña, un “abandono” de esta función materna, a priori atribuida a las mujeres por su capacidad biológica de concebir y gestar. Igualmente, se tiende a posicionar a la mujer que cede en un lugar de desventaja, fragilidad o vulnerabilidad e incluso con una mirada abiertamente patologizante, pues solo de esta manera es “aceptable” su decisión.
En diversos escenarios la mujer que cede debe enfrentar actos violentos de cuestionamiento y juicio: al interior de su propia familia, por personal de salud al momento del parto, y también cuando inician las acciones legales tendientes a la cesión, por parte de las mismas instituciones que debiesen acoger y acompañar de manera respetuosa y profesional su proceso.
Y es así cómo esta mujer no solo debe enfrentar los cambios físicos y emocionales propios de estar embarazada, los sentimientos confusos y disonantes de un embarazo no deseado, sino también el desafío que implica el recorrido de la cesión voluntaria y el de ratificar su solicitud ante un tribunal.
Es urgente que los profesionales e instituciones que acompañan y facilitan estos procesos mantengan una mirada respetuosa y totalmente libre de juicios, sea cual sea el lugar que ocupen y sea cual sea la motivación de la mujer. Es cierto que en muchos casos existe un origen traumático y doloroso de la gestación, pero aun en estos casos debemos tener presente que esa mujer, sin duda, es mucho más que esa historia de dolor, por lo tanto, no puede dejar de ser la protagonista de su propia historia.
Muchas de las mujeres que han pasado por un proceso de discernimiento, conscientemente han decidido asumir su maternidad; otras, consecuentes con su deseo, han llegado hasta el final del recorrido concretando la cesión voluntaria; y también muchas de ellas, abrumadas por la culpa y la sanción social, han asumido maternidades no deseadas, con todas las implicancias que esto conlleva para sus vidas y la vida de ese niño o niña. Por esto último, la sociedad no puede seguir enjuiciando y castigando a una mujer que por diversos motivos no desea ejercer una maternidad, y los organismos que trabajamos en la materia debemos incansablemente proponer espacios de discusión, difusión y transferencia, que permitan visualizar la cesión voluntaria como un derecho que cualquier mujer en determinado momento de su vida pueda ejercer libremente.
- Paula Avendaño es trabajadora social y Coordinadora del Área Mujer Embarazada de Fundación San José para la Adopción, en donde apoyan y orientan a mujeres en materia de cesión voluntaria.