Cuando me enteré de la muerte de Camilo Sesto fue imposible no recordar a la Blanca, la mujer que me cuidó a mí y a mi hermano durante casi toda nuestra infancia. Recuerdo perfecto cuando llegábamos del colegio y ella nos esperaba con la mesa puesta, la comida caliente y siempre, pero siempre, escuchando su música de fondo. Era fanática, cantaba – y sufría - cada una de sus canciones. Y yo también. No sé si conscientemente me gustaba, pero cuando pelaba papas y me sentaba a su lado con un bowl chiquitito y un cuchillo sin filo que me pasaba para que la "ayudara", para mí cantar con ella era una manera de conectarnos. Ahora me imagino a mis 10 años cantando "somos de esos amores, prohibidos a menores" y me da mucha risa lo ridícula que me debo haber visto; pero también me gusta, me hace recordar lo bien que nos sentíamos con ella, volver a sentir su cariño. La música de Camilo Sesto está arraigada en mi infancia – como la radio AM, infaltable en las casas chilenas en los '80- y solo tengo lindos recuerdos de esa época. Quizás por eso me las sé todas y no tengo vergüenza en reconocer que, así como la Blanca, cada cierto tiempo pedaleo escuchando a Camilo Sesto y canto y sufro buena parte de sus canciones.