Las mujeres de la Novicia Rebelde

La novicia rebelde



La Novicia Rebelde ha sido, por lejos, la película que más ha marcado mi vida. Cuando chica veía el betamax constantemente, junto a mi hermana y dos de mis primas, en el departamento de mis abuelos. Estaba grabado directamente de la tele y dividida en dos partes. El segundo video ni lo mirábamos, para qué, si ahí Fraulein María ya estaba casada con el capitán Von Trapp y se escapaban de los nazis, algo que, a los ocho años, no teníamos idea qué significaba. Lo importante estaba en el primero, cuando esta encantadora candidata a monja, siempre contenta y valiente, llegaba a vivir a la casa más linda que habíamos visto, con escaleras majestuosas y un jardín que podría haber sido Versalles.

Pero la fascinación no se quedaba en sólo ver la película, porque nosotras además la actuábamos. Curiosamente, no tengo recuerdos de que alguna haya interpretado a María. Yo siempre fui Liesl, la hermana mayor enamorada de Rolf, el joven con el que cantaba y bailaba I am 16 going on 17 en una preciosa pérgola de vidrio mientras llovía, algo que se transformaba en un drama cuando después descubríamos que él era "de los malos".

A pesar de haber sido privilegiada por tener uno de los roles más apetecidos, nunca me dejó de llamar la atención la baronesa Schraeder, novia del capitán. El vestido blanco con la enorme flor de tul que usaba en la fiesta es algo que se quedó grabado en mi memoria; debe haber sido la mujer más glamorosa que había visto hasta ese momento y, además, mirando hacia atrás -a pesar de lo frívola que ella puede haber sido- me parece que era dignísima.

Obviamente, también tenía el cassette con el soundtrack y hasta el día de hoy me sé las canciones, además de gran parte de los diálogos, porque La Novicia Rebelde me acuerda algunos de los momentos más felices de mi infancia. Mis primas vivían fuera de Santiago, y esos reencuentros eran lo máximo. Además, tiene que ver con los recuerdos más vívidos que tengo de mi tata y de ese departamento, un lugar en el que siempre disfruté.

Las tenidas hechas de cortinas, las marionetas de The Lonely Goatherd, la coreografía de So Long, Farewell, todo se transformó en parte fundamental de mi niñez. Debe haber sido alrededor del año 1990, y éramos cuatro primas maravilladas por una película de 1965.

No la veo desde hace mucho tiempo, pero creo que está bien; no quiero mirarla con los ojos de una mujer adulta. No quiero reírme de lo que pueda ser absurdo o encontrar errores históricos, quiero acordarme para siempre de estar acostada de guata, concentradísima, viendo la película que hasta hoy genera un vínculo único entre nosotras cuatro.

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