La pobreza de tiempo, una desigualdad invisible

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En los años 70 la estadounidense Claire Vickety le puso nombre a una realidad que afectaba a millones de personas en todo el mundo. Así, bautizó como “pobreza de tiempo” a la gran falta de espacios de descanso y ocio generada por la carga de trabajo remunerado o doméstico. Décadas más tarde, la sensación de que las horas se nos escapan de las manos sigue siendo parte de una problemática social que afecta de forma general –pero desigual– a la población.

Un estudio de la Fundación Sol asegura que el 53% de las mujeres chilenas que trabajan con o sin remuneración, sufren “pobreza de tiempo”, a diferencia de los hombres que suman un 36%. La razón principal de esta asimetría es que las actividades relacionadas con los cuidados y la casa no son distribuidas de manera equitativa y esta situación se ve recrudecida en hogares biparentales con hijos o con personas a su cuidado.

Las mujeres siguen cargando con una doble jornada. Un estudio del INE muestra que dedican, en promedio, 5,89 horas diarias a actividades de trabajo doméstico y de cuidado, tres horas más que los hombres, quienes dedican 2,74 horas diarias a este tipo de labores. El estudio también revela que estas desigualdades en el uso del tiempo persisten independientemente del vínculo con el mercado laboral. Es decir, tengan o no un trabajo remunerado, las mujeres realizan al menos el doble de horas de trabajo doméstico que los hombres.

La situación es mundial. Según la Organización Internacional del Trabajo, las mujeres dedican 3,2 veces más tiempo que los hombres al trabajo de cuidados no remunerados: 4 horas y 25 minutos por día versus 1 hora y 23 minutos por día.

“Uno de los problemas sociales más extendidos es la sensación de no tener tiempo. Las horas cronológicas del reloj no nos alcanzan para la cantidad de actividades y responsabilidades que tenemos que cumplir”, asegura la socióloga y académica de la Universidad Diego Portales, Martina Yopo Díaz.

La experta participó en un artículo publicado recientemente sobre la valoración del tiempo que arrojó una nueva arista del problema. En la investigación, la mayoría de las personas encuestadas evaluó que la cantidad de tiempo que dedica a trabajos remunerados y no remunerados es “adecuada” y que desearía “el mismo” monto de tiempo para esas actividades. “Es decir, los hombres dedican menos tiempo al cuidado de los hijos y ellos piensan que eso es adecuado y las mujeres dedican más tiempo al cuidado de hijos y también piensan que es adecuado”, dice Yopo.

Esto es parte de lo que suele llamarse una feminización del cuidado, explica, y que provoca que sean las mujeres quienes asuman la mayor parte de las tareas, cargas y responsabilidades. “Eso se traduce en que hay mayores normas y expectativas al tiempo que las mujeres tienen que dedicar a los hijos. En el caso de los hombres es lo contrario. Generalmente la construcción de la masculinidad y el rol de los hombres tiene que ver con un desempeño en el espacio público, en el mercado laboral, en el trabajo productivo”, dice. Esto explicaría que a pesar de que la distribución del tiempo es objetivamente asimétrica entre hombres y mujeres, ambos sienten que el tiempo dedicado a las tareas domésticas es adecuado y abre nuevas líneas de investigación para abordar el problema.

“El uso del tiempo es muy importante porque por un lado nos permite realizar aquellas actividades que son significativas y tiene un componente muy importante de realización personal. Cuando no tenemos ese tiempo se generan sentimientos de malestar y agobio que son muy amplios”, explica.

Es una buena medida que las personas desarrollen tácticas individuales para tener un mejor manejo de sus horas, dice la experta, pero es importante entender que la falta de tiempo es un problema sistémico.

La cofundadora de la plataforma de Bienestar Casa Siete, Alejandra Pérez, concuerda con que la falta de tiempo para las mujeres tiene raíces profundas y que la solución vendrá de la mano de una corresponsabilidad verdadera. “Tenemos múltiples roles y expectativas de desempeñarnos lo mejor posible en cada uno, pero esto genera altos niveles de ansiedad, frustración e impacta negativamente en nuestra sensación de bienestar”, dice. Hay varios factores que pueden agravar esta situación y a los que se puede poner ojo. Uno, es la creencia moderna de que “estar ocupado” es equivalente a “ser productivo”. “Tenemos que desaprender esa creencia y darnos cuenta que el descanso puede ser productivo y no es pérdida de tiempo”, dice.

Así mismo, aconseja poner límites en lo laboral, sobre todo si se trabaja desde la casa. “El estar conectado 24/7 ha traído consecuencias negativas asociadas a una sobrecarga laboral ya que los horarios se diluyen y muchas veces se extienden más allá de la jornada laboral, se terminan utilizando medios de comunicación personales y se esperan respuestas inmediatas”, dice. Las mismas fronteras deberían establecerse con la tecnología: en promedio las personas pasan 2,5 horas al día en redes sociales y más de 11 frente a algún tipo de pantalla.

“Respetar nuestros momentos de pausa y descanso hace que nuestro cuerpo funcione de forma más eficiente, mejora sustancialmente distintos indicadores de salud y ayuda a prevenir potenciales enfermedades. El ocio y hacer cosas que nos gustan nos llenan de energía y mejoran nuestro estado de ánimo, nos llenan de vitalidad, al mismo tiempo que aumentan nuestro nivel de bienestar y percepción de felicidad”, asegura.

Pérez aconseja seguir estos cinco lineamientos que pueden aplicarse a diario:

– Hacer un listado de tareas o responsabilidades (remuneradas y no remuneradas) y ver cuáles podemos delegar. No tener miedo de pedir ayuda.

– Definir nuestras prioridades: que nos guíen para destinar nuestro tiempo y poder distinguir lo importante de lo urgente.

– Aprender a decir no y entender que ese “no”, no nos hace “peores personas”.

– Intentar disminuir la sensación de culpabilidad asociada a la expectativa en cada rol, mirarnos desde una mirada autocompasiva y cuidar nuestro diálogo interno. Hablarnos a nosotros mismos como hablamos a alguien que queremos.

– Aprender que hacer más no es más productivo, que nuestro valor intrínseco no está asociado a las cosas que hacemos. Y dejar de pensar que descansar o no hacer nada es de “flojos”.

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