“El día que mi hijo Milovan (6) dejó los pañales, recuerdo haber tenido la sensación de querer empezar a buscar trabajo de nuevo”, cuenta Victoria Maldonado (28). “Lo había dejado todo antes de su llegada, pero ya habían pasado dos años, y algo en mí me decía que era hora de retomar mis sueños de estudiar y trabajar, que él ya estaba un poco más grande, y que podría ingeniármelas para equilibrar mis tiempos sin fallarle. Además, había decidido que él sería mi único hijo, porque durante sus primeros dos años de vida descubrí que ni yo ni mi marido íbamos a tener el apoyo suficiente para traer a otro niño al mundo”.
Y es que durante los primeros años de vida de su hijo mayor, Victoria enfocó toda su energía en él y su crianza, dejando de lado las otras cosas que le gustaban y la motivaban, como su carrera. Sentía que lo daba todo como mamá, y que le quedaba poca energía para algo más.
Pero los planes de Victoria no se dieron como había esperado: “Hasta que llegó el día en que, agotada de la rutina, me di un tumbo grande sobre la cama. Solo me dejé caer, como nunca, y entonces lo sentí. Fui inmediatamente al doctor, y efectivamente tenía 16 semanas de embarazo. Un nuevo embarazo. Entré en una depresión, donde no solo me sentía inútil, sino que también creía que no iba a ser capaz de dar el doble de amor que ya estaba entregándole a mi primer hijo. Pero cuando nació Mateo (3) me sorprendí. Esos miedos se fueron disipando rápidamente, no porque tuviese una iluminación divina, pero sí porque me di cuenta que, naturalmente, era capaz de ser una buena madre para ambos”.
Lo que ella vivió durante los primeros años de su maternidad, tiene que ver con una pérdida de identidad casi inevitable al momento de traer otro ser humano al mundo. Es un impacto difícil de procesar, y la psicóloga Débora Balbaryski, experta en temáticas de maternidad y puerperio, explica a través de su cuenta de Instagram @mama_psi.co.criando que “si antes de ser madres, nuestra identidad estaba compuesta por distintas esferas que nos definen como mujeres, trabajadoras, hijas, amigas, parejas, luego la maternidad, que debiese ser considerada como una esfera más, es tan potente que viene a barrer con todo lo anterior, y nos consume por completo. Dejamos de reconocernos a nosotras mismas porque perdemos el control de nuestros caminos, nuestros tiempos y nuestros cuerpos”.
Es un camino de postergación que se va desplegando de a poco. El primer “shock” para darse cuenta de esta absorción, tiene que ver con un ajuste entre lo que soñamos o creemos que es la maternidad y lo que de verdad es. Alejandra Fuentes, psicóloga en atención clínica perinatal, parte de la Red de Crianza Respetuosa y de la organización interdisciplinaria Gestoras En Red, cuenta que “en la idea de maternidad hay todo un mundo de expectativas que romantizan el proceso. Pero luego, éstas decaen cuando llega el puerperio, porque nos damos cuenta de las dificultades, y caemos en una vulnerabilidad emocional. Es justo en este periodo donde todo empieza a girar en torno a nuestros hijos”.
Pero el real problema comienza a verse cuando empieza a pasar el tiempo, “cuando caemos en la realidad de que la postergación está afectando nuestras vidas en todo sentido. Dejamos de tener sueños en los que proyectarnos, no hay mucha vida social y la relación de pareja también se transforma. Entonces comenzamos a preguntarnos: ‘¿En qué momento dejé todo esto de lado?’”, agrega Alejandra.
Y es que en el cuestionamiento de ‘qué pasó con las mujeres que éramos antes’, también se da la frustración de ver como el mundo sigue avanzando, mientras la crianza es larga y demandante. Quizás pareciera que no hay una luz al final del camino y, como explica Alejandra Fuentes, “junto a la realización de que hemos dejado cosas de lado, también llega la culpa como un balde de agua fría. Es a tal punto, que aunque volvamos a soñar, por ejemplo, con estudiar, retomar la vida social o trabajar, nos empezamos a cuestionar por qué estamos siquiera considerándolo”.
Silvia Reyes, fundadora y directora ejecutiva de Fundación Restaurándonos con enfoque en gestión de la coparentalidad y corresponsabilidad, profundiza en que esta culpa es el eje del estancamiento de las mujeres en la maternidad. “Para empezar, la culpa es un concepto contrario a la responsabilidad. A pesar de tener conciencia de que ésta última en la crianza es algo que se le atribuye a más de una persona, mientras una esté en el escenario de la culpa, será imposible llegar a un acuerdo para distribuirlas. Por eso asumimos que la buena madre es una que dedica su vida a la crianza y que jamás delega el cuidado de sus hijos a otro. Eso choca inevitablemente con la realidad”.
Victoria relata como se dio cuenta de que la única forma de salir de esa sensación de inactividad, sería auto-gestionando sus propios espacios, algo que también requiere de confianza y delegación. “Cuando superé el miedo a no poder entregarle todo el amor que mis dos hijos necesitaban, empecé a pensar en cómo podía hacer algo para mí, estando tranquila de que nos pudiésemos acompañar en casa pero a la vez, tomando la ayuda de mi marido. Tomé un curso de repostería y empecé a vender tortas a mis vecinas, mi clientela empezó a crecer, hasta que me vi haciendo pedidos para cócteles grandes de fiestas”, cuenta.
“Empecé a trabajar después de las seis de la tarde, cuando llegaba mi marido y podía verlos, y a levantarme temprano antes que despertaran. Parecería un sacrificio, pero todo valía la pena con tal de sentirme útil, independiente y poder darme mis gustos. Con la plata que gané en ese periodo, compré mi primer auto. Para mí, fue de verdad mi primer logro personal”, dice Victoria. Débora Balbaryski está de acuerdo con que la auto-gestión de los espacios es el primer paso. “Para lograrlo, tenemos que primero ajustar nuestras expectativas al contexto. Por ejemplo ahora, que estamos en pandemia, hay que pensar muy bien qué es lo que quiero hacer, qué es lo que realmente puedo hacer y quién me ayudará a lograrlo”.
Por eso los acuerdos son tan importantes, porque en la corresponsabilidad están los espacios que las madres necesitan para recuperar su presente y futuro. Silvia Reyes cuenta que “para poder avanzar a la corresponsabilidad, tenemos que hacernos conscientes de que el hecho de que la madre está solo para criar quizás tuvo sentido cuando las mujeres no teníamos acceso a alimento ni a desarrollar actividades fuera de la caverna, o cuando los hombres eran los que tenían el control del mercado laboral. Tenía sentido si se pensaba en la supervivencia, pero hoy es imposible pensar así”.
Romper con el constructo social de que la “buena madre” es la que cría y nada más, es tan importante como reconocer sus derechos y necesidades. Alejandra Fuentes plantea que “aún falta considerar a las madres como sujetos de derecho para crear un camino que realmente valide sus emociones, sus miedos, sus desesperaciones. El consuelo no puede ser la frase: ‘No tienes por qué sentirte mal, tienes a tu hijo sano, una familia’, enfocándose siempre en un positivismo que llega a ser tóxico, sino que de verdad hay que utilizar la empatía y no juzgarlo todo”.
De hecho, Victoria cuenta que una vez que tuvo a su segundo hijo, quiso optar por su derecho a la esterilización –expresado en la resolución exenta 2326 del Ministerio de Salud promulgada el 30 de noviembre de 2000 en Chile–. A pesar de esto, cuenta que ningún profesional de la salud quiso hacerle el tratamiento, “porque consideraban que yo era muy joven y criticaban que no pensara en que después definitivamente cambiaría de opinión y me arrepentiría. ‘¿Cómo no le vas a dar una hermanita mujer a tus dos niños?’, me decían. Tardé tres años en conseguir una orden que me dio una matrona para el procedimiento, y al día de hoy, ha pasado un año y medio desde que estoy en espera”.
“Cuando podamos entender que la madre no es la mujer abnegada, una “virgen cuidadora”, vamos a poder hacer un cambio de paradigma hacia algo más real”, dice Alejandra Fuentes. “Esa realidad no necesariamente tiene que ver con egoísmo, nadie está diciendo que las mujeres privaremos a nuestros hijos para cuidarnos a nosotras mismas. Tiene que ver con que la sociedad nos acompañe en nuestras decisiones, con no castigarnos si no queremos ser madres de nuevo, y ese apoyo se traducirá en tener más espacio para no abandonarnos”.
Evitar la postergación parte entonces, en la comunidad. En algún momento, podremos reencontrarnos con aquello que quedó en el camino, y entregarnos a esa espera no tiene que ser bajo ningún concepto una silenciosa o solitaria. Todo lo contrario. Existen grupos de mujeres que se reúnen por estar viviendo la misma experiencia de embarazo y puerperio donde hay apoyo para darse cuenta que una no es la única que está pasando por todo esto, y que en maternar, no hay una pérdida irreconciliable o injusta. Como explica Débora Balbaryski, “lo que vivimos no es un duelo por pérdida total, sino que nos estamos enfrentando a un cambio en nuestras vidas que va a evolucionar, y que lo más probable, es que nos permita recuperar los sueños”.