La rebeldía y astucia de Pippi Mediaslargas
Hace unos días leí en uno de esos horóscopos de Internet que mi signo iba a pasar por un proceso de sanación con el linaje femenino. Lo primero que sentí al leer esas palabras, aunque no suelo encomendarme a los horóscopos, fue alivio. Calzaba justo con lo que me había propuesto realizar –o intentar, al menos– hace ya un tiempo atrás. Fue inevitable entonces, aunque me causó risa, sentir que mi horóscopo y yo estábamos alineados, como una suerte de aprobación ridícula o visto bueno que confirmaba mi decisión. Luego de eso se me vino a la mente la imagen de Pippi Mediaslargas (o como yo la conocí durante mi infancia, dado que la veía en el canal ABC en Estados Unidos, Pippi Longstockings).
Mi mamá –parte importante de mi linaje femenino–, siempre me hablaba de ella. Había sido el personaje que más la marcó durante su infancia y con la que más se sentía identificada. Hasta el día de hoy, de hecho, a sus 50 y tantos años, sigue siendo uno de sus grandes referentes. Porque al igual que ella, mi mamá también era rebelde, despeinada, buena para trepar árboles, moverse de un lado a otro, ensuciarse e interactuar con los animales. También, al igual que Pippi, se sentía fuerte y capaz de hacer lo que quisiera. Fue así, de hecho, que nos crió a mí y a mi hermana chica; dejando claro desde un principio la importancia de revolcarnos en la tierra, estar en contacto con la naturaleza, ser aventureras, temerarias y disidentes de las normas muy establecidas.
Conmigo fue quizás un poco más difícil llevar ese estilo a la cabalidad, porque crecí en una gran ciudad en la que el contacto con los animales se reducía a las visitas al zoológico y a las dos o tres ardillas que rondaban en el parque. Pero con mi hermana, en esta otra etapa de su vida, lo ha logrado más. Para todas nosotras entonces, gracias a mi mamá, Pippi también se volvió un referente.
No era una erudita en el tema, tampoco sabía bien en qué horarios transmitían la serie –vi las repeticiones de aquella que se lanzó en el ’69, la misma que vio mi mamá, protagonizada por Inger Nilsson–, pero lo cierto es que cada vez que pillaba un capítulo repetido en la tele, me quedaba pegada. Podrían haber estar transmitiendo cualquier otro programa en los demás canales, pero por alguna razón, Pippi me terminaba por conquistar.
La veía a ella y de cierta manera veía a mi mamá. Dos almas libres, revolucionarias y poco convencionales. Porque en el fondo, Pippi fue de las primeras feministas que aparecieron en televisión. Ella era mucho más fuerte que cualquiera y no había forma de que la hicieran dudar de eso. Ni siquiera el pirata de su papá.
Los personajes que solían atraerme en la infancia siempre tenían algo de melancólico y misterioso. Se me hacía más fácil relacionarme con ellos, pero Pippi apelaba a todo lo contrario. También tenía una experiencia de vida fuerte, y también era distinta, pero no estaba triste en su día a día. Hacía creppes en el piso, era astuta y levantaba a su caballo con una mano. Siempre estaba jugando. Y eso me permitía alcanzar un balance.
Yo tenía una tendencia hacia la nostalgia, pero con personajes como Pippi se me desataba la picardía y las ganas de aventurarme. Porque de base, también crecí con una abuela que en vez de contarme historias y tejer bufandas, me decía “pórtate mal y cuídate mucho”. Esa pequeña rebeldía inofensiva estaba ahí.
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