La resiliencia y sororidad de Inés Clark, la protagonista de Pampa Ilusión

Pampa ilusión Paula



Pampa Ilusión es una de las teleseries que mejor recuerdo de las tantas que vi desde comienzos de los ’90 y hasta mediados de los 2000. La transmitieron por primera vez en 2001 en TVN y cuenta la historia de la desterrada hija de un empresario inglés, en plena lucha de clases ocurrida entre la burguesía y el proletariado en la oficina salitrera Humberstone. Todo esto durante la aguda crisis financiera provocada por el término de la explotación del salitre a mediados de la década de 1930.

Un año antes del estreno, fui de viaje de estudio al Norte y visité por primera vez Humberstone, un lugar difícil de olvidar, y quizás la razón número uno de por qué enganché tan fácilmente con esta historia. Aunque reconozco que siempre fui del team TVN en la época en que “la guerra de las teleseries” tuvo su máximo apogeo. Luego me fascinó su estética y sus personajes, y también su trama: en años en que no era lo común, el equipo a cargo del emblemático director Vicente Sabatini puso sobre la mesa temas como la explotación laboral, la discriminación y la prostitución, el racismo, el clasismo y el machismo. Y aunque hacían referencia a una época pasada, era fácil entender que muchas de las desigualdades que se se vivían a los años ’30 en las salitreras se conservaban en el Chile del siglo veintiuno.

De todos los personajes, la protagonista Inés Cark, interpretada por Claudia di Girolamo, fue la que más me cautivó. Y claro, era difícil no quererla, porque en las teleseries chilenas se suele dar ese binarismo extremo, en el que el malo es realmente malo y el bueno es tan bueno que no tenemos razones para no amarlo. Los expertos en ficción seguramente dirían que esto es un error, porque le quita realidad a los personajes, pero más allá de esa reflexión, creo que en el caso de Inés el contexto de injusticias que se vivían en esa época justificaban su extremo perfeccionismo y bondad.

Y es que ella es una mujer maravillosa que tiene una historia de resiliencia y crecimiento. Es la hija no reconocida del empresario inglés William Clark, quien luego de descubrir que su heredero no era hombre decide desterrar de Pampa Ilusión a su esposa e hija. Años después, Inés regresa al lugar motivada por la idea de saber las verdaderas razones de su alejamiento, pero el viejo, al enterarse de su regreso, reacciona y ofrece una compensación a sus empleados para que la atrapen. Para evitar ser apresada y poder ingresar a las instalaciones de su déspota padre –un hombre profundamente clasista y machista al punto de decir que las mujeres son una “clase inferior”–, Inés aprovecha sus conocimientos en medicina y se disfraza de hombre; el doctor Florencio Aguirre.

Bajo su nueva identidad, además de intentar descubrir las verdaderas razones de su destierro, lidera la revolución obrera en las calles de Pampa Ilusión en contra de la fuerte represión administrativa y laboral, de las desigualdades sociales y por las precarias condiciones en las que viven en la salitrera.

Pero no solo lo social la motiva. El destierro de su padre por ser mujer genera en ella un fuerte sentido de equidad de género y por tanto busca constantemente reivindicar nuestros derechos. Hay un capítulo muy emocionante en el que, en la clandestinidad, Inés reúne a las mujeres del pueblo y les enseña a leer para empoderarlas a través del conocimiento. Se ve cómo parte mostrándoles letras sueltas y tres meses después, en una de las clases, las invita a salir adelante a leer un párrafo completo de un texto feminista. Al terminar todas la abrazan, agradecidas por ese logro. Y es que no se trata solo de leer, lo sabemos; es abrirles mundos que hasta entonces eran prohibidos para ellas y que surgen en una dinámica que hoy reconozco como una profunda sororidad, pero que en ese momento, solo me emocionó. Porque aunque este es un término nuevo, las mujeres siempre reconocimos en otras, en nuestras tribus, un espacio de seguridad. Lo que estas mujeres percibieron de Inés, una entrega y ayuda genuina, desinteresada y que claramente se originó en el tozudo y doloroso rechazo de su padre.

Si lo pensamos, es fuerte que Inés haya tenido que vestirse de hombre para habitar ciertos espacios. Y aquí hago un paréntesis más frívolo acerca de su caracterización. Ahora que volví a ver uno de sus capítulos, me dio un poco de risa lo evidente que es el disfraz. Tal vez es por la época y porque hoy estamos acostumbrados a una tecnología más avanzada; o puede ser que a la di Girolamo la conocemos tanto, que es difícil no reconocerla tras ese postizo de barba y un traje que le quedaba evidentemente grande. Pero más allá de esa representación un poco burda, el trasfondo habla de algo mayor y es que las mujeres muchas veces hemos tenido que actuar o comportarnos como hombres para lograr ciertos objetivos o para pertenecer a ciertos espacios. Es duro, pero mirado desde un punto de vista positivo, ha permitido que desde esa injusticia surjan movimientos y personas excepcionales que emocionan. Como Inés ayudando a esas mujeres o como tantas otras que lo han hecho en el mundo real.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.