Paula 1128. Sábado 17 de agosto 2013.
Poco antes de cumplir 70 años, hace casi medio siglo, la escritora francesa Simone de Beauvoir emprendió la investigación de un ensayo enorme, La vejez, que en más de 700 páginas escudriña el tema desde la etnografía hasta la vida cotidiana, pasando por la literatura y la filosofía. Es, probablemente, la obra más importante sobre la última etapa de la vida y su sentencia es implacable: por la forma en que trata a sus viejos, la civilización ha fracasado.
Simone de Beauvoir se volvió una de las intelectuales más importantes de su tiempo cuando publicó en 1949 El segundo sexo, un ensayo clave, extenso y brillante, sobre la condición de la mujer a través de la historia, una suerte de compendio enciclopédico que marcó definitivamente al movimiento feminista. En 1970, hizo lo propio con otro tema que le parecía igual de ninguneado: su libro La vejez (recientemente reeditado por Debolsillo) es un hito en la materia, pero no tiene ni remotamente la misma fama que el otro. Sucede que, como ella aclara al comienzo, la vejez es un asunto que nadie quiere mirar, sinónimo de enfermedad y decrepitud. A punto de entrar a la última etapa de su vida, a los 67 años, Beauvoir se encargó entonces de revisar el conocimiento sobre la vejez desde perspectivas múltiples, acuciada por la siguiente premisa: "En el futuro que nos aguarda está en juego el futuro de nuestra vida; no sabemos quiénes somos si ignoramos lo que seremos: reconozcámonos en ese viejo, en esa vieja. Así tiene que ser si queremos asumir en su totalidad nuestra condición humana".
"Que durante los quince o veinte últimos años de su vida un hombre no sea más que un desecho es prueba del fracaso de nuestra civilización", escribió la francesa Simone de Beauvoir en su ensayo sobre la vejez. Han pasado más de cuarenta años desde que se publicaron sus palabras, pero siguen siendo ciertas y urgentes: la revolución de la vejez sigue pendiente.
Ella se propuso romper el silencio, y lo hizo por dos lados: desde afuera, es decir desde la observación cultural de la vejez, y desde dentro, a partir de los diferentes relatos de las experiencias privadas de ser viejo. En la primera parte va de la medicina a la antropología, y constata que así como muchos pueblos han tratado pésimo a sus viejos –desde dejarlos morir de inanición hasta insultarlos–, otros tantos los han valorado, con lo que han obtenido paz social y una cultura sólida. En la segunda parte, el despliegue de la atenta e inteligentísima Beauvoir es descollante: su lectura de diferentes textos literarios, de toda la historia, muestra la variedad y coincidencias que hay en las formas de vivir el final. Reconoce que en la vejez hay un decaimiento del cuerpo y de la mente, pero también prueba que la queja de Montesquieu es cierta: "¡Desventurada condición de los hombres! Apenas el espíritu ha llegado al punto de madurez, el cuerpo comienza a debilitarse!". Hacerse cargo de esa debilidad y de aprovechar esa madurez es lo difícil y lo justo, y todo muestra que estamos lejos de hacerlo.
Su diagnóstico social es lapidario: "Que durante los quince o veinte últimos años de su vida un hombre no sea más que un desecho es prueba del fracaso de nuestra civilización; esta prueba nos angustiaría si consideráramos a los viejos como hombres, con una vida humana detrás de ellos, y no como cadáveres ambulantes (…). Exigir que los hombres sigan siendo hombres durante su edad postrera implicaría una conmoción radical". Si la sociedad solo se preocupa de sus miembros mientras están activos, los desvalidos quedan apretados en la máquina trituradora de la productividad. Han pasado más de cuarenta años desde que se publicaron sus palabras, pero siguen siendo ciertas y urgentes: la revolución de la vejez sigue pendiente.