Seguramente todas hemos escuchado esta frase: “debemos dar sin esperar nada a cambio”. Seguramente, más de alguna vez la hemos aceptado e incluso afirmado ante otros como un principio que nos destaca, que nos hace aún mas virtuosas. Yo reconozco que orgullosa me he jactado de que la he cumplido, que he logrado en ciertas relaciones que mis acciones sean puras, sin interés alguno, y que quizás esta característica de desinterés me ha hecho moralmente superior o por lo menos mejor que mis antiguas versiones.
Y en parte, puedo decir que está bien atribuirse esa grandeza del alma de poder actuar por puro amor; me ha permitido sentirme tranquila por cómo me muestro, sin “letra chica”. Pero también debo reconocer que es una trampa, una cruel manera de tropezarme sobre mis propios pasos.
Puedo identificar dos relaciones en mi vida donde esta frase me ha atrapado. La primera, la que sin duda más me ha afectado, es la relación con mi papá. Creo que es él quién me enseñó esta frase, de hecho, y quien más la repite en sus conversaciones. Y por qué digo que ha sido una trampa con él, porque he logrado no esperar nada suyo, he podido dejar atrás mis penas y mis inseguridades y aceptar la idea de que no recibiré algo a cambio, pero eso no me ha hecho sentir mejor.
No me siento bien conmigo misma, no me enorgullece. Me ha generado más pena aún, más frustración y más culpa. Entonces, ¿qué pasa? Si supuestamente estoy haciendo lo correcto, ¿por qué no encuentro el bienestar? Hoy reflexiono y me doy cuenta de que mi pena y mi frustración se deben a que me siento injustamente no querida por él. Creerme esta frase, ha permitido que me conforme y acepte mi realidad tal cual es, y por sobre todo que no me sienta merecedora de algo mejor.
La segunda relación, es una antigua amistad que por diversos motivos terminó, con ella caí en la trampa desde el punto de vista de mi reconocimiento como persona. Y es que esto no se trata del dar físico, no se trata de lo material, de lo que haya podido entregarle en sus manos, se trata de lo que di de mi ser, de mi esencia, de mis actos y de mi tiempo. Se trata también de lo que callé, de lo que me guardé, de lo que dejé de darme y en lo que cedí. Me comprometí tanto con no esperar nada a cambio, que terminé sin reconocer mi valor, terminé cuestionándome si era o no buena amiga, si merecía o no su atención, dejando de lado mis necesidades de cariño y respeto conmigo misma.
No pretendo mostrarme como una amiga perfecta, sólo mostrar que el desgaste emocional de intentar continuar esa amistad para mí fue parte del proceso de volver a caer en patrones de baja autoestima, que no esperar nada a cambio me hizo daño.
Entonces lo que busco aquí, escribiendo esto, es conectar con esa rabia que me genera esa frase tramposa que tanto me he creído. Esa frase que aplica para algunas cosas, pero que para otras grandes no sirve; que es poco clara, injusta y con la que hay que tener cuidado. Es una frase paradójica, porque se espera que la cumplamos, se espera que no esperemos nada. Se espera que seamos mujeres, hijas, amigas, esposas que nos conformemos con nada en muchos aspectos de nuestras vidas. Y no puede ser, no está bien no esperar nada de nadie, no esperar nada de tu papá, de tu amiga o de tus cercanos.
Hay veces en que sí es bueno tener expectativas, que sí se debe exigir algo a cambio, porque no se trata de dar y dar hasta quedar vacías, totalmente exprimidas; se trata de construir relaciones que nos permitan llenarnos de amor y cariño. Se trata de entregarnos libremente al otro sabiendo que sí voy a recibir lo que merezco como persona, se trata de que al dar, naturalmente recibo. Se trata también de poner límites, de no dejarnos pasar a llevar, de saber reconocernos merecedoras.
Creo que, sobre todo como mujeres, debemos cuestionarnos esta frase. No la aceptemos sin antes comprender que existe una delgada línea entre los momentos o relaciones en que sirve aplicarla y los que no. Ese límite es difuso y nos puede hacer caer en penas y rabias, es mejor no hacerla parte de nuestros principios ni reproducirla con las futuras generaciones. Y lo mismo con muchas otras frases que hemos aceptado colectivamente y que no hacen más que atraparnos y jugarnos en contra.