Paula 1170. Sábado 28 de marzo de 2015.
Es mediodía de verano en Santiago y Nahila Hernández aparece en el café Starbucks de Colón con Américo Vespucio, frente a su casa. Viste jeans, camiseta blanca y sandalias. Imposible imaginar que esa mujer esbelta y femenina, desde hace seis años viene obteniendo triunfos en durísimas carreras de hasta 250 kilómetros de distancia, atravesando parajes hostiles y remotos, como los desiertos del Sahara, Atacama, Hami (en China) y Wadi Rum (Jordania), subiendo las montañas del Himalaya, corriendo sobre el hielo de la Antártica o sobre los porosos suelos volcánicos de la Isla de Pascua, explorando con sus pies montañas, selvas y bosques de todo el mundo y cargando una ínfima mochila con lo básico para sobrevivir.
Su pasión se llama ultramaratón, un deporte muy poco conocido en Chile, que consiste en carreras donde lo mínimo que se corre son 50 kilómetros, las que se realizan en escenarios remotos de conmovedora belleza. Como los participantes de estas competencias varían año a año, no hay un cálculo exacto de cuántas mujeres latinoamericanas practican este deporte, pero se sabe que no superan las 10, entre las cuales Nahila es una de las más exitosas. Podría parecer sorprendente que a sus 40 años esté en el momento más fuerte de su carrera como ultramaratonista, pero en realidad las mujeres más exitosas en esta disciplina, que en todo el mundo son minoría, (aproximadamente un 20%) se ubican entre los 35 y 50 años –"ahí están las bestias", dice Nahila– mientras que los hombres pueden ser muy buenos hasta los 60. "El ultramaratón es un deporte de resistencia, en el que la mente es casi más importante que el cuerpo. Hay que tener madurez y motivación interna", explica. "La juventud va acompañada de más fuerza y velocidad, pero no necesariamente de resistencia. Los ultramaratonistas más jóvenes ganan en carreras más cortas, hasta 80 kilómetros, pero más allá de eso se los comen los viejos. Si yo corro 80 kilómetros con una treintona, que es una máquina, probablemente me ganaría; pero si corriéramos el doble, le ganaría yo".
EL GIRO
Nahila acaba de publicar su autobiografía, Después de la Distancia se titula, donde cuenta su historia. Nacida y criada en Cuba, se trasladó a Santiago hace dos años y medio, junto a sus dos hijas de 9 y 12 años. Antes estuvo en México, adonde se trasladó a los 18, sola y sin un peso. Allá estudió Administración y Marketing, sacó un magíster en Negocios, se casó y fue madre, armó junto a su marido una empresa de comercialización de sistemas de almacenaje industrial (que aún mantiene), al tiempo que logró un alto puesto ejecutivo en una trasnacional.
"Este es un deporte de resistencia y los jóvenes tienen velocidad y fuerza, pero no necesariamente resistencia", dice Nahila que a sus 40 está en el peak de su carrera. "En este deporte hay que tener madurez y motivación interna".
En medio de una intensísima agenda de trabajo y de una bien lograda posición económica, salía a trotar cuando podía, pero echaba de menos la rutina deportiva que llevaba desde niña y le aburría pasar escribiendo informes. Hasta que un día descubrió el ultramaratón y no dudó en darle un giro en 180 grados a su vida para dedicarse a eso, aunque significara dejar de ganar mucho dinero y tener que financiarse para ir a las competencias, arreglárselas para ser madre y, al mismo tiempo, consagrarse a una pasión que absorbería su tiempo y energía.
Todo empezó un día que, trotando, tuvo una lesión y fue a consultar a un experto. Mientras conversaban de su lesión y de cómo tratarla, él puso un video. En la pantalla, los competidores de todo el mundo afinaban los últimos preparativos para correr una de las carreras de larga distancia más duras que existen, en el Sahara. Entonces se enteró de que los participantes soportarían temperaturas de hasta 50 grados durante los seis días que duraba el circuito, de 240 kilómetros. Hasta ese momento, y a pesar de su trayectoria deportiva, nunca había escuchado a nadie hablar del ultramaratón, ni siquiera sabía lo que eran las maratones, cuenta. "Los corredores empacaban sus mochilas con las porciones de comida estrictamente calculadas y vestían los colores de sus países", cuenta. "Los vi más como superhéroes que como deportistas. Esas imágenes me despertaron una emoción inmensa y un apetito hasta entonces desconocido. La claridad y la certeza me invadieron en un instante de iluminación pura: 'Voy a hacer ese maratón o como se llame', le dije al especialista y él me quedó mirando perplejo, quizás pensó que lo que tenía no era una lesión sino un ataque de locura".
Dicho y hecho. En diez meses Nahila se entrenó y compitió, obteniendo un quinto lugar y, al año siguiente, en 2010, ganó una carrera de 250 kilómetros por el Desierto del Sahara. Ya totalmente involucrada en este nuevo estilo de vida decidió separarse y ahora, viviendo en Chile, está con otra pareja, que también es un corredor de mucha experiencia. Acá sigue entrenando, todos los días. A tempranas horas se va corriendo desde su casa hasta el Cerro San Cristóbal, lo sube, lo baja y regresa a cuidar a sus hijas y a trabajar en su propia empresa: Rompiendo Límites. Se trata de una plataforma que organiza carreras, consigue patrocinios, asesora a gente que quiere dedicarse al ultramaratón y ofrece charlas motivacionales a deportistas, pero también al mundo empresarial, combinando sus conocimientos de negocios con lo que ha aprendido sobre las capacidades humanas a través de su experiencia como corredora. En paralelo, sigue compitiendo. Ahora en abril correrá sobre el Polo Norte y en octubre volverá a atravesar el Desierto de Atacama.
¿Qué es lo que te enamoró tan radicalmente del ultramaratonismo?
Es difícil de explicar. ¿Te has sentido alguna vez totalmente feliz? Son momentos fugaces. Esa sensación sucede en los viajes, cuando rompes tus esquemas, ves otros paisajes, conoces otras culturas y experimentas al límite tus capacidades. Pienso que en mi caso esa fascinación se parece a los sueños de los primeros exploradores. Es la necesidad de una trascendencia asociada a un logro. Me interesa explorar el mundo con mis pies. Es un perfil de personalidad. Hay gente que solo se siente feliz haciendo algo que los trascienda. Yo leo la historia de la expedición de Shackleton en el Polo Sur, donde los tripulantes murieron atrapados en los hielos, y me emociono: yo habría hecho lo mismo, habría dado mi vida con tal de realizar ese sueño.
También en tu libro dices que en las carreras experimentas estados alterados de conciencia.
Los estados mentales tienen que ver con químicos que segrega el cuerpo. Cuando ajustas el paso ya puedes correr y correr sin detenerte, concentrada en la belleza de los paisajes que te envuelven es una experiencia tan trascendental que no la entiendes hasta que la vives. Hay momentos en que sigues y sigues en un mismo ritmo de correr. Y es como un mantra, una meditación, la mente se va. Cuando empieza a haber mucho dolor físico la mente se desconecta. A mí me ha pasado que dejo de sentir el cuerpo, dejo de sentir todo, por horas. Me voy a blanco. Es una locura. Sin duda, además del placer de conseguir lo que te has propuesto, hay una parte adictiva que tiene que ver con los químicos.
RIGOR Y COMPROMISO
Desde muy chica Nahila aprendió que el compromiso pasaba primero por el deber irrenunciable de explotar con el máximo rigor los propios talentos y capacidades. Su infancia estuvo marcada por la noción del sacrificio y el esfuerzo, necesarios para obtener logros y convertirse en una persona que, más allá del ámbito privado, fuera un aporte a la sociedad. En su biografía, que mezcla su historia personal y deportiva con las conclusiones existenciales que ha obtenido, no solo hay hazañas y logros, sino también relatos crudos y honestos de una niñez solitaria y pobre, y también de los terrores, dolores insoportables y situaciones al borde de la muerte que ha debido atravesar tanto en la vida como en las arduas carreras.
Nahila es hija de padres cubanos revolucionarios. Creció en la isla en medio de la estrechez material, pero recibió una educación deportiva de excelencia.
Nahila creció en pleno auge de la revolución y en medio de mucha escasez material. De niña fue sometida al disciplinado sistema de la educación cubana y a una exigente rutina de entrenamientos físicos, llegando a ser una atleta y nadadora de alto rendimiento. "Me entrenaron física y mentalmente para ganar", dice. "La parte física siempre fue un coto de seguridad para mí. Era lo único que tenía. No tenía juguetes. Tenía un solo par de zapatos, quería verme linda y no podía porque no había plata para comprarme ropa". Sus padres, férreamente comprometidos con el régimen de Fidel Castro, se separaron cuando ella era niña y su madre pasaba poco en la casa, porque estaba dedicada a los trabajos voluntarios y a la actividad política.
Tozuda y muy independiente, según narra en su libro, a los 8 años Nahila ya sabía lo que quería. Contra los deseos de su madre, se internó en una escuela de formación deportiva para entrenarse en nado sincronizado. "Colgadas en los muros del salón principal estaban las imágenes de Fidel Castro y del Che Guevara", cuenta. "A las 7:30 de la mañana comenzaba el rigor. Había cuatro piscinas inmensas, ese lugar era imponente. Producía una emoción abrumadora entrar allí por las mañanas: todos los niños estábamos uniformados y listos para zambullirnos y demostrar con nuestras proezas que merecíamos el esfuerzo que la revolución hacía por nosotros, aunque a esa hora de la mañana el agua estuviese terriblemente fría".
Después de eso pasó por otro internado, que era una escuela de campo donde, además de hacer deportes y aprender los contenidos escolares, los niños debían trabajar en labores agrícolas. Estando allí la pilló la feroz crisis de los 90 en Cuba, que llevó al país entero a la miseria. "No había casi comida en el internado, mucho menos en las casas, y en lugar de salir una vez por semana, empezamos a salir cada 15 días. Nos escapábamos a un terreno contiguo a sacar naranjas de los árboles, porque no soportábamos el hambre. A los campesinos que tenían vacas les rogábamos que nos dieran leche. La crisis era total".
A los 17 años volvió a una escuela en la ciudad. Y allí comenzó a arreglárselas sola. "Llegaba a mi casa solo a dormir", dice. A pesar de que confiesa que en ese momento sintió el abandono de su madre, hoy agradece la dureza y la soledad: "Cuando estoy bajo un sol del infierno o un frío inclemente, con los pies destrozados y la espalda en carne viva, todas mis células recuerdan los tiempos de mi niñez. En mi experiencia la gente más exitosa ha tenido una infancia difícil, es impresionante".
Mirando en perspectiva, ¿qué opinión tienes de tu educación revolucionaria?
Creo que el proyecto de la revolución era totalmente inviable económicamente y que hubo muchas cosas negativas. Pero agradezco haberme criado con una cosmovisión distinta a la del resto del mundo. Desde siempre tuve un sentido de comunidad y de trabajo colectivo por un bien mayor. Definitivamente crecí con otros valores. El dinero no era importante. Por ejemplo, la gente se casaba por amor, no por interés y yo sigo creyendo que el matrimonio solo tiene que sustentarse en el amor y, cuando se acaba, no tiene ningún sentido seguir juntos. También valoro el hecho de que la revolución dio acceso a todo el mundo a la cultura y al deporte, aunque igual es terrible que el deporte haya sido una estrategia para hacer un estandarte de propaganda política. Los logros deportivos de los países socialistas eran una muestra de éxito para el mundo y yo crecí sabiendo que mis éxitos deportivos eran éxitos de la revolución.
¿Lo pasaste mal?
Pasé necesidades, es cierto, y me faltó tener más vida de niña, jugar más. Tuve una infancia demasiado exigente. Pero rescato la educación que recibí y el sentido de autonomía y responsabilidad que hoy se ha perdido totalmente en las sociedades de Occidente. En Chile, por ejemplo, noto un exceso de sobreprotección de los niños. Los papás no quieren que a sus hijos les pongan tareas, que sufran nada, que se esfuercen en nada. Están criando monstruos, niños sin capacidad de superar dificultades, sin fuerza para luchar. Chicos que no respetan a los profesores. Por otro lado, acá el deporte no tiene importancia. Es imposible construir una sociedad sana si no se enfatiza el valor del deporte. No puedes tener una mente sana en un cuerpo enfermo.
Las competencias de ultramaratón se desarrollan en paisajes naturales, muchas veces en condiciones extremas. En abril, por ejemplo, Nahila participará de una carrera en el Polo Sur y, en octubre, atravesará el Desierto de Atacama cargando una diminuta mochila con lo básico para sobrevivir.
Tienes dos hijas. ¿Cómo compatibilizas la maternidad con un proyecto personal tan potente?
Identifiqué mi sueño y me comprometí con él. Estoy convencida de que el primer compromiso es con uno mismo, antes que con cualquier otra persona. Y para eso tienes que superar miedos y paradigmas, sobre lo que es el éxito profesional, lo que son los roles de los hombres y las mujeres, lo que se supone que debería ser una buena madre. Esto lo he reflexionado y hoy tengo muy claro que no podría ser una buena madre si no tuviera un proyecto personal. Asumo que no soy una mamá típica, no juego a las muñecas, tengo muy poca paciencia para eso. Pero trato de estar presente, soy muy de piel con mis hijas y estoy intentando inculcarles valores de responsabilidad y autosuficiencia con los que yo crecí. Yo quiero que también ellas se la jueguen por lo que quieran hacer. No pienso pagar una universidad privada, a no ser que mis hijas sean brillantes y obtengan una beca. Ahí sí puedo pagar la diferencia. Tampoco quiero que mis hijas de adultas sigan en mi casa, a no ser que tengan un proyecto importante que amerite mi apoyo.
¿Nunca te agarra la culpa?
No sé lo que es eso, pero ser mamá es un desafío muy difícil. Allí cometo errores, pero los asumo y sigo adelante. Tanto en México como en Chile he visto que las madres son muy culposas y estresadas y pienso que si tienen culpa significa que no están haciendo lo que quieren hacer, no están donde quieren estar. Porque cuando uno está realizándose tiene suficientes argumentos para estar tranquila. La culpa lleva implícita una desconexión con los deseos más profundos.
Haces coaching, das conferencias, escribes tu autobiografía. ¿Sientes que tienes un mensaje que entregar?
Eso responde al sentido de responsabilidad que aprendí en el socialismo. Siento que mi experiencia puede servir a otros. Tengo mucha conciencia de la situación en que viven muchas mujeres latinoamericanas. Me ha tocado vivir de cerca cosas muy jodidas de abuso sicológico, de menosprecio, de cómo suelen subestimar a las mujeres. Yo lo viví en el mundo profesional y me ha costado trabajo validarme intelectualmente y demostrar que puedo hacer cosas igual o mejor que los hombres. Ojalá pueda inspirar a otras mujeres que están jodidas en sus casas o llorando por un tipo que las maltrata y piensan que no pueden hacer otra cosa, para que tomen las riendas de su vida y se la jueguen por lo que quieren.
"Identifiqué mi sueño y me comprometí con él", dice Nahila, que dio un giro en 180 grados cuando descubrió este deporte: cambió de trabajo, se separó y reordenó sus rutinas. Ahora cada día, al alba, sube y baja corriendo el cerro San Cristóbal. Luego, vuelve a su casa y les da desayuno a sus hijas antes de ir a trabajar.
Mucha gente no se la juega porque no sabe realmente qué es lo que quiere.
Creo que en el fondo todos tenemos una vocación, algo que nos gusta, para lo que somos buenos, pero muchas veces pensamos que no lo vamos a hacer, porque nos vamos a llenar de culpa, porque vamos a perder seguridad, o porque no vamos a tener tranquilidad económica. Eso es lo más jodido. La mayoría de las veces la gente está donde no quiere estar por plata, aguanta mucho por seguridad económica. Para cumplir con los propios sueños hay que liberarse de modelos que están impuestos desde fuera, hay que atreverse a estar con uno mismo y escuchar la propia intuición y también hay que desapegarse de la plata, entender que es un medio y no un fin. Prefiero pescar camarones en un pueblo que vivir con el zapato de alguien en el cuello.
En tu libro hablas de soltar los miedos, de ir liviano por la vida para poder avanzar y comparas eso con la mochila ultraliviana que cargas en las carreras y con las decisiones que tomas cuando estás armando tu mochila.
Claro, porque uno se enfrenta a la decisión vital de elegir cuidadosamente qué quieres llevar para dejar atrás todo el resto, asumiendo los riesgos que aquello implica. Decidir si llevas unas zapatillas de repuesto o si optas por usar esos 450 gramos liberados para llevar comida extra. Hacer la mochila es un momento de introspección fuerte. Las consecuencias de una mala decisión pueden ser nefastas en una carrera de autosuficiencia. Esto me ha hecho pensar en esa mochila imaginaria que arrastramos por la vida y todo lo que cargamos en ella: miedos, recuerdos, prejuicios, ataduras… y creemos que todo eso es indispensable. Aprendí que es posible viajar por la vida con una mochila extra liviana y que necesito poco para sobrevivir. Muchas veces crees que dependes de tantas cosas para ser feliz: un trabajo ideal, un nuevo marido encantador, una cuenta abultada en el banco. Es como si tuviéramos miedo de liberarnos y por eso nos inventamos necesidades que en realidad nos someten.·