Miranda Priestly se convirtió hace quince años en la villana ícono de la comedia norteamericana, y es el símbolo de la jefa pesada y explotadora. Con su melena perfecta y look impecable, mirando despectiva por encima de sus lentes, se paseaba por la oficina de la revista ficticia Runway, desafiando con metas imposibles a quien se le cruzara en el camino, por el solo gusto de verlos fracasar. “Eso es todo”, le contestaba a su asistente Andrea frente a sus estresadas excusas y explicaciones. El diablo viste a la moda (The Devil Wears Prada), la película que dio nacimiento a este personaje, fue basada en la novela de Lauren Weisberger, que contaba la historia –inspirada en su propia experiencia en Vogue– de una joven periodista (Anne Hathaway), inteligente y nada glamorosa, que se mudaba a Nueva York y conseguía un puesto de asistente en una prestigiosa revista de moda dirigida por esta abusadora y cruel, pero a la vez exitosa y empoderada mujer. Y quizás ahí radicó el éxito de esta ficción, que lideró meses la taquilla y fue nominada a dos premios Oscar; logró retratar a la clásica jefa que al mismo tiempo que nos inspira y enseña, nos inseguriza y trauma. Un tipo de liderazgo autoritario, tradicionalmente masculino, que las mujeres de una generación tuvieron que adoptar para poder hacerse un espacio de poder en un mundo de hombres. ¿Quién no ha tenido una jefa Miranda Priestly en su vida?
Tan real y recurrente son las jefaturas al estilo Miranda, que la ilustradora Daniela Viviani, más conocida como Cabralesa, publicó una novela gráfica llamada Maldita jefa, donde relata su propia experiencia. Una novela de humor sobre el mundo del trabajo de oficina, donde los caprichos y deseos de la jefa de una prestigiosa empresa de Sanhattan, vuelven loca a su protagonista. “Me inspiré en varias experiencias que tuve asistiendo a mujeres en cargos de poder. En todas esas mujeres que me inspiraron – en las que también me incluyo cuando me tocó ser jefa– primaba el genuino deseo de destacar en el trabajo, pero fallaba siempre la inteligencia emocional.
Por otro lado, una maldita jefa no puede existir sin su contraparte: una subordinada muy millennial e inmadura. Daniela confiesa que cuando vio por primera vez El diablo viste a la moda sintió una admiración profunda por Miranda: “no me gustaba para nada que ella fuera tan pesada con su asistente, pero validaba el concepto de una jefatura difícil si esta te daba la oportunidad de crecer profesionalmente”. Sin embargo, luego de vivirlo en carne propia y relatar su experiencia en la novela gráfica, piensa distinto. “Los abusos de poder ya no me parecen justificables y tampoco estoy a favor del maltrato como una forma de entrenamiento a un subordinado, como a veces he observado entre mujeres trabajando juntas. Sin embargo, también entiendo sus motivaciones: ascender es mucho más difícil para nosotras que para los hombres y cuando lo logramos, es normal sentir cierto recelo frente a tus pares y entrar en la dinámica de “si a mí me costó tanto, para ti tiene que ser igual”.
Una experiencia similar relata la estudiante de pedagogía Soledad, quien decidió participar de manera anónima para no ser identificada por su ex jefa. Fue primero su ayudante y luego la seleccionó para que trabajaran juntas. “Era muy exigente, entonces que me hubiera invitado a trabajar con ella era un halago. Se trata una mujer joven que además es muy linda, tiene una personalidad entradora y fuerte. Era muy fabulosa, cómo se vestía, su oficina, los almuerzos que compraba, pero tenía una actitud como muy ‘tienes que hacer las cosas como yo quiero, sino te voy a hacer la vida imposible’. Cuando le teníamos que presentar proyectos era una situación de mucho estrés, porque te podía felicitar mucho, porque le encantaba, o te podía destruir, muy sonriente pero también siendo muy cruel”. Sin embargo, relata Soledad, al ir conociéndola con el tiempo fue descubriendo su historia y logró empatizar con ella. “Cuando la conocí más y ella se abrió en lo personal conmigo me contó parte de su historia. Era mujer e ingeniera, y en sus palabras tuvo que ser ave rapaz para llegar donde estaba. Entonces desde ahí la entendí, en el fondo su actitud era igual a los hombres que son jefes y explotadores, solo que vestía a la moda y era regia”.
En Mujeres Bacanas, la plataforma que desde 2016 se dedica a destacar la vida de una mujer inspiradora al día, y que cuenta ya con dos libros publicados que reúnen la biografía de mujeres destacadas del mundo, observan varias formas de liderazgo femenino, donde el estilo Miranda suele repetirse. “Creemos que culturalmente había una imposición de un liderazgo masculino, sobre todo en los 90s y 2000s, cuando las mujeres llegan a puestos de gerencia donde sus pares eran solos hombres. Entonces se entiende que tenían que ser de esa manera para abrir espacio en un ambiente masculino. Lo que en muchas profesiones es difícil hasta el día de hoy”, dice Concepción Quintana, de Mujeres Bacanas. El personaje interpretado de Meryl Streep, además, estaba lejos de ser plano, y mostraba también la otra cara de la moneda y el costo detrás que este tipo de jefatura ha tenido para las mujeres. Miranda sufría las consecuencias de esa entrega excesiva al trabajo en el tiempo con sus hijas y en su vida matrimonial, algo que termina pensándole también a Andrea, su asistente. “Este liderazgo ha tenido costos para las mujeres, entre ellos sacrificar tiempo de la crianza”, agrega.
Como esperanza, desde Mujeres Bacanas observan en las nuevas generaciones un cambio importante, donde otras habilidades comienzan a valorarse y destacarse en los cargos de poder. “Con la nueva ola de feminismo, uno de los aprendizajes es que el liderazgo ha tenido nuevas características más asociadas a las mujeres, como son la empatía, escuchar el entorno, más dialogo, etc. Algunos ejemplos de los distintos liderazgos se ven en la política; hay unos más tradicionales como el de Angela Merkel y otros como el de Jacinda Ardern, que dan cuenta cómo distintas mujeres lideran de forma distinta”, explica Concepción. Cabralesa piensa lo mismo: “El mercado laboral está cambiando a favor nuestro y ese tipo de prácticas, a lo Miranda Priestly, están quedando en el pasado. Quiero creer que en la próxima década nos liberaremos de la imposición de “masculinizarnos” para demostrar fortaleza en nuestros puestos y podremos dejar atrás exigencias como la “buena presencia”, no tener hijos y ser la amiga de todos para alcanzar la ansiada paridad en gerencias y altos cargos”.