"El miedo aumenta significativamente el número de los indecisos".
La que habla es una mujer cuyo nombre no existe. Una psicóloga que lee en voz alta y relata varias cifras escritas en una diapositiva, ante un atento grupo de personas. El diálogo está en la película "No", de Pablo Larraín, y quien hace el relato es la actriz Amparo Noguera, que interpreta un personaje brevísimo y cuya identidad no se revela.
Sí se saben otras cosas. El grupo que la escucha está solo compuesto por hombres. Hombre, también, es el publicista a cargo de la campaña del No, interpretado por el actor mexicano Gael García Bernal. Hombre es el personaje de Luis Gnecco -que a muchos les recordó al político DC Genaro Arriagada-, quien antes había pedido a otro hombre la interpretación para los datos del plebiscito.
Al menos en eso, la escena retrata fielmente a su inspiración. Porque el equipo técnico de la campaña del No, liderado por el sociólogo Eugenio Tironi, tenía a una única integrante: Eugenia Weinstein, quien desde 1980 trabajaba en el programa médico psiquiátrico de la Fundación de Ayuda Social de Iglesias Cristianas (Fasic), que en esa época funcionaba en conjunto con la Vicaría de la Solidaridad y le otorgaban asistencia legal y social a las personas violentadas en sus Derechos Humanos durante la dictadura.
Por su vasta experiencia profesional y sus publicaciones en la materia, Eugenia fue invitada a formar el equipo técnico de la campaña, que en una primera etapa desarrolló los focus group y encuestas de cara al plebiscito.
"¿Si me cuestioné por qué era la única mujer? Estamos hablando de 1987. En ese tiempo las mujeres éramos un punto ciego, y ser vistas es un tema que nos cuesta hasta ahora. En las dirigencias políticas y en los centros de estudio había solo hombres", dice Weinstein.
Sin embargo, reconoce, se terminó por hacer esa pregunta. No en 1987 ni en 1988, sino 27 años después del plebiscito. Fue cuando vio la película No, y esa escena en que Noguera interpretaba a alguien que parecía, por todas las señas, ser una encarnación de ella. Ahí Eugenia Weinstein se cuestionó por qué ni los hermanos Larraín ni nadie de su equipo la habían contactado para compartir su experiencia.
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Eugenia Weinstein.[/caption]
Democracia en el país y en la casa
La experiencia de Weinstein estaba lejos de ser un fenómeno aislado. Una de las escasísimas coincidencias entre el período de la Unidad Popular y la dictadura era la cantidad de mujeres ministras, con solo una en cada caso: Mireya Baltra con Allende y Mónica Madariaga con Pinochet. Sólo hubo dos secretarias de Estado en 28 años. Ninguno de los 17 partidos que integraban la Concertación de Partidos por el No tenía una presidenta. Y en octubre de 1988, la desaparecida Revista Cauce publicó un número especial por el plebiscito que incluyó entrevistas a los principales dirigentes políticos del No: todos hombres.
En la misma edición, también había un reportaje titulado "¿Son conservadoras las chilenas?", en el que se abordaba la incertidumbre sobre el voto femenino. Pese a que en esa fecha la mayoría de las encuestas revelaban que las mujeres estaban con la opción opositora, otros sondeos concluían que las personas "de bajo nivel educacional, escasos recursos y las dueñas de casa (70% de la población electoral femenina) apoyaban a Augusto Pinochet".
El artículo, además, reconocía "el vacío en el discurso de los partidos opositores en cuanto interpelar a la mujer, que era mayoría en el padrón electoral: 3.826.459 v/s 3.609.454 de hombres, como sujeto político". Se cuestionaba por qué no se habían incorporado sus demandas, intereses y necesidades a su práctica política. Pero no entregaba una respuesta.
El problema es que era un segmento clave a conquistar. Tras el golpe de Estado, las mujeres asumieron un rol de liderazgo en la sociedad ante los quiebres y crisis familiares provocadas por la detención y exilio de sus maridos, hermanos o hijos. En los setenta fundaron asociaciones de derechos humanos, lideraron las ollas comunes y se convirtieron en jefas de hogar debido a la ausencia forzada de la figura masculina. De su mano, nacieron fundaciones como "Mujeres por la vida", "Mujeres integradas por las Elecciones Libres" y la "Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos", entre otras. Esta última, sigue vigente hasta hoy.
Este protagonismo se dio en un contexto social adverso para ellas: no existía el divorcio, el adulterio estaba penado por ley, el Código Civil establecía "la obediencia al marido", no existían demandas por pensión alimenticia y se estaba discutiendo la penalización del aborto en todas sus causas. Y, además, su presencia en los lugares de liderazgo de la política era escasa o nula.
"Es paradójico, pero la dictadura nos permitió vernos a nosotras mismas", dice la ex diputada PPD y hoy consejera regional María Antonieta Saa. "Las mujeres trabajamos como bestias en la UP, pero en democracia los partidos no nos dieron visibilidad. En la izquierda, éramos la compañera abnegada que tenía un rol de ayudante", dice, mientras tararea una estrofa del himno de la CUT: "Yo te doy mi vida entera, te la doy, te la entrego compañera, y el día que yo me muera, mi lugar lo ocupas tú".
En los años 80, María Antonieta fue dirigente de varias agrupaciones de mujeres contra la dictadura, y fue la representante de Ricardo Lagos, en ese entonces líder del PPD, en la comisión política del Partido Socialista. Una militancia que, reconoce, tenía bastante que ver con una opción táctica por los temas de género. "Era 1986 y veíamos que podíamos recuperar la democracia. Como los partidos políticos eran muy fuertes, nos dimos cuenta que si no participábamos, las demandas de las mujeres quedarían fuera", señala.
"¿Si nos cuestionábamos pertenecer a las dirigencias políticas? Sí, teníamos esa inquietud. Pero estábamos luchando por algo tan importante como recuperar la democracia, que no planteamos nuestras demandas con más fuerza", explica Saa, en un tono similar al de Weinstein. "Nosotras reclutamos a los apoderados de mesa, íbamos casa por casa convenciendo a la gente para que votara por el No. Hicimos toda la agitación, el trabajo de hormiga. Pero en la dirección estaban otros".
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María Antonieta Saa.[/caption]
Voces olvidadas
Cuando el equipo de investigación del comité técnico de la campaña del No analizó los resultados de las primeras encuestas y focus group aplicados a los chilenos, se encontraron con un resultado apabullante: "Había una sensación enorme de falta de capacidad de enfrentarse a esta autoridad tan aplastante: sobre todo de los hombres que se sentían derrotados, violados en su masculinidad, impotentes. Fue una cosa muy importante devolverles la potencia, porque eso afecta lo central de la virilidad", explica Eugenia Weinstein. "Las mujeres, en cambio, habíamos tenido un rol bastante más destacado en la dictadura, trabajando por la defensa de los DDHH. Muchas asumieron un rol como dirigentas", sostiene la experta.
Eugenia Weinstein dice que eso explica pequeños gestos que no fueron al azar. Por ejemplo, afirma, no fue una casualidad que el personaje central de la franja televisiva fuese un hombre joven, que llevaba la bandera del arcoíris y se levantaba ante la adversidad bailando al ritmo del Himno de la Alegría.
"Nosotras nos veníamos enfrentando a la autoridad y tuvimos que perder el miedo desde los primeros meses de la dictadura", cuenta la ex senadora Laura Soto, quien fue una de las primeras abogadas en representar a los detenidos por el régimen ante los consejos de guerra. "Yo empecé muy temprano, el 13 de octubre de 1973, a defender los derechos humanos en Punta Arenas. Fue una tarea árdua, difícil. Uno entraba a los recintos militares a defender a los detenidos, pero no sabías si ibas a salir, ni cómo ibas a salir", reconoce.
A su oficina, cada día, llegaban decenas de mujeres pidiendo asistencia jurídica por sus hijos y maridos detenidos. "En ese tiempo estaba muy imbuida en el derecho, creía mucho en la justicia. Naturalmente, eso me trajo problemas. Yo tenía niñas pequeñas y me debatía en esa tribulación entre lo que quería hacer y lo que quería resguardar. Pero seguí defendiendo", comenta.
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Laura Soto.[/caption]
La cabeza detrás de los apoderados
Al igual que Eugenia Weinstein, Laura Soto tampoco había participado en política durante la Unidad Popular, pero cuando se abrió la posibilidad de derrotar a la dictadura a través de un plebiscito, firmó por el PPD y se convirtió en dirigenta regional del partido en Valparaíso. Desde su cargo se abocó a convencer a los chilenos a que se inscribieran en las elecciones y realizó campaña por el No mientras capacitaba a los apoderados.
Este último era un rol transcendental. La idea de un posible fraude en el plebiscito no dejaba de rondar en la cabeza de los opositores a Pinochet. Para vigilar de cerca el proceso y dar confianza a los votantes, la Fundación Ideas estuvo a cargo de crear un sistema de reclutamiento y capacitación de apoderados de mesa que debería defender los votos y la integridad de un resultado por el que muchos temían represalias.
La encargada de formación del organismo se convertiría en una figura crucial en el plebiscito. Su nombre: Adriana Delpiano, quien en las siguientes tres décadas llegaría a ser ministra y directora de importantes fundaciones. "Me tocó desde encontrar la casa, comprar algunos muebles e instalarnos, hasta armar el equipo en el que trabajamos junto a otras 9 personas", dice. "Nuestra gracia fue inventar la fórmula para capacitar a los apoderados de mesa en cascada y sin necesidad de contar con abogados. Solo ciudadanos".
En las librerías de calle San Diego se pueden encontrar algunos pocos ejemplares de este manual que escribió la propia ex ministra. Éste sintetizaba con dibujos y pequeñas frases la Ley de Votaciones Electorales y Escrutinios. Una especie de biblia para los votantes del No, que tenía distintas tapas de los colores del arcoíris: verde para los ecologistas, naranjo para los humanistas, rojo para los socialistas y azul para los demócratacristianos.
Durante más de un año, la ex ministra y el equipo de IDEAS capacitaron en apenas una hora y media a los dirigentes de los partidos como Ricardo Lagos, Patricio Aylwin y Genaro Arriagada, su prueba de fuego, recuerda. También a militantes, miembros de organizaciones sociales, estudiantes, trabajadores y familias cuyas mujeres organizaban encuentros en sus casas para que sus vecinas apoyaran el No. Todos ellos después tenían la misión de enseñarle lo aprendido a otros. Se estima que este sistema alcanzó a más de 70 mil personas. "Confeccionamos una urna a partir de una caja de cartón. Teníamos todos los materiales que se necesitan para ir a votar. Incluso Francisco Estévez dibujó un voto tipo, porque tenía una idea de cómo iba a ser. Lo necesitábamos para que la gente supiera dónde marcar", relata.
"La mayoría de los chilenos que se inscribieron en los Registros Electorales no había votado nunca, y el mayor temor era cómo te podían robar los votos. Por eso siento que haber creado el manual es en lo más ciudadano que he trabajado en mi vida", asegura Adriana Delpiano. El día del cierre de la campaña del No, que se realizó en la Panamericana el fin de semana antes del plebiscito con una masiva asistencia, ella estuvo lejos del escenario donde cantaron reconocidos artistas chilenos y extranjeros, y donde se leyeron los grandes discursos. Aprovechó ese momento para "liquidar" el material y perseguir a cuanta persona encontró para entregarle un manual y enseñarle a votar. "Mi mayor contribución a este país, más que ser ministra, es haber creado este sistema", señala entre risas.
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Adriana Delpiano.[/caption]
Más allá del miedo
Para el día de la elección el rol femenino también fue clave. Adriana Delpiano y María Antonieta Saa recuerdan una escena similar: ambas vieron a mujeres que muy temprano iban a votar, cargando en una mano una silla y en la otra una bolsa con comida. Sabían que eran apoderadas por el No, porque justamente estaban siguiendo la instrucción que les habían dado en las reuniones. "Como en esa época nadie se cuestionaba que no estuviéramos en las dirigencias, hicimos todo el trabajo de hormiga: ser apoderadas, ir a las reuniones, prestar las casas y servirle un tecito a la gente que se iba a capacitar", sostiene Eugenia Weinstein, que añade que "ése fue el rol de las mujeres: sumarnos como pudiéramos a colaborar".
La ex senadora Laura Soto, agrega: "En ese tiempo que la mujer llegara a un cargo de poder en las dirigencias de los partidos ni siquiera era tema. Nosotras estábamos más bien preocupadas de seguir abriéndonos los pocos espacios que teníamos, rompiendo las reglas". Por eso, y por la magnitud de la tarea en la que estaban participando, estas mujeres no reclamaron, ni han reclamado hasta ahora, un reconocimiento mayor. "El plebiscito era más importante. Todo lo otro se supeditaba", dice María Antonieta Saa.
"Había mucho compromiso. Íbamos casa por casa haciendo campaña porque somos siempre las mujeres las que hacemos la agitación persona por persona y los hombres los que dicen los grandes discursos", agrega María Antonieta Saa.
El triunfo final fue un resultado que se celebró, sobre todo, por el tamaño de lo que se había derrotado, más allá de la propia dictadura. Eugenia Weinstein lo repite, no por coincidencia, con una frase muy parecida a la que dice Amparo Noguera en la película: "Fue una sensación increíble, ya que superamos el profundo temor, enorme desesperanza y poca confianza que había en la época". Porque pese al clima adverso, las mujeres se levantaron, recorrieron casa por casa y traspasaron el mensaje de que la alegría iba a llegar. Un rol anónimo pero trascendental para la elección que trajo de regreso la democracia a Chile.