"Mi mamá tiene 85 años y sigue vistiéndose impecable. Ella ha sido mi mayor influencia en mi relación con la ropa. Jamás me vistió de rosado o de ningún color asociado a las guaguas, sino de blanco, con ropa hecha por nuestra costurera, la Sonia, que iba una vez a la semana a la casa, donde había muchísimas telas. Desde muy chica tuve conciencia de que andaba muy bien vestida. De hecho, si llegaba a un lugar y nadie me hacía un comentario de lo que llevara puesto, me parecía raro.
A los 29 años comenzó realmente mi vida, después de una gran crisis que incluyó la muerte de mi padre y mi separación matrimonial. A esa edad me fui a vivir a Mónaco, sola. Como hablaba inglés, francés e italiano, un día entré a la tienda Chanel y pedí trabajo. Mi primera gran venta fue a una millonaria que pagó 120 mil dólares por tres vestidos. Allí trabajé tres años. Debía estar siempre peinada de peluquería y con las manos hechas, cuidados que pagaba la tienda. Si iba al cine era obligación estar perfecta; si iba a una fiesta, debía ir vestida de Chanel, pues yo era parte de la marca. Aprendí sobre la importancia de la identidad de una marca. Sin reglas claras, sin el logo en cierto lugar o una manera específica de armar una vitrina, confundes a la clientela.
Me carga la palabra 'moda', creo que por culpa del retail hoy es sinónimo de ropa desechable. Yo no me visto a la moda, soy más bien clásica y mi clóset es chico. Lo bueno lo he ido guardando, tengo seis jeans negros, seis azules, cuatro blazers negros de distintos largos, y hartos accesorios. Sí tengo muchos zapatos: unos doscientos.
Este es el último año que me pongo mini. A partir de cierta edad ya no puedes usar polleras cortas. Nada más patético que una mujer que no asume sus años.
Creo que las mujeres mayores de 40 hoy se atreven a desarrollar sin complejos su femineidad. Como ya probaron que son capaces e inteligentes, ya no temen a ser vistas como unas tontas porque se ponen una pollera de lentejuelas. Las más jóvenes no cargan con esos conflictos y tienen una relación fluida con la ropa desde siempre.
Una buena parte de las mujeres sigue vistiéndose para los hombres. Y los subestiman. Creen que son básicos y que mostrando las piernas y un buen escote cumplirán sus sueños. A veces basta con una buena conversación. A mis amigas más chicas les digo 'siempre va a haber una mujer más linda y mejor vestida que tú, entonces, no pierdas el tiempo comparándote ni acomplejándote. Pásalo bien'.
Las chilenas están gastando cada día más en ropa, pero siguen sintiéndose culpables. He visto a muchas que, con su propia plata o la del marido, se compran algo y piden que se lo guarden en una bolsa lo más chica posible para que ellos no se den cuenta. Le tienen terror a lo que el marido pueda decirles.
No tengo hijos y nunca quise tenerlos, de hecho, eso me costó un matrimonio. Cualquier cosa que pudiese amarrarme me hace retroceder y un hijo es una responsabilidad para siempre. Una vez un hombre me dijo que si tenía un hijo con él tendría un futuro asegurado, que viviría como reina para siempre. Yo no cambio por nada mi libertad y no me arrepiento.
Los hombres chilenos son bien posesivos e inseguros. Si no los llamas durante el día lo interpretan como falta de interés. ¿Pero para qué vas a llamarlo a la oficina si dormiste con él? Lo otro que me carga es cuando llego a un evento, quiero circular, conversar con distinta gente y no falta el que me toma del brazo como si fuese de su propiedad. O, peor aún, conozco a mujeres que son brillantes, pero cuando llegan con el marido deben quedarse calladas para que el que se luzca sea él. Eso me violenta".