Las redes sociales y la comunicación afectiva y sexual

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En agosto de este año, la activista y fundadora del Observatorio contra el Acoso, María Francisca Valenzuela, publicó en sus redes sociales una reflexión que tituló ‘Cuidado con romantizar gestos que en realidad no significan nada’. En ella planteó que ver historias por Instagram no es señal de interés; tampoco lo es un like, un emoticón, un meme o una reacción a una publicación. Terminó su análisis diciendo: “¿Te escribió para decirte que quiere verte? Ahí sí”.

Las más de 8.000 personas que interactuaron con su publicación parecían variar en cuanto a lo que opinaban al respecto, y una gran mayoría estaba de acuerdo; “Cuanta verdad”, le respondió una seguidora. “Romantizar esos gestos produce ansiedad”, le puso otra. Pero otros tantos parecían discrepar. “Difiero un poco porque para nosotros los tímidos, es una forma de expresar el interés, ya que nos cuesta decir las cosas por miedo al rechazo”, confesó un seguidor. “Discrepo, porque si le mando un meme y le digo que me acordé de él, para mí eso es un acto de amor porque lo tengo presente”, planteó otra seguidora.

En la multiplicidad de opiniones surgieron comentarios, análisis y ciertamente preguntas que parecen englobar gran parte de las inquietudes colectivas propias de estos tiempos; La posibilidad de comunicarnos de manera virtual, sin estar cara a cara, ¿había alterado la interacción afectiva y sexual? Y a su vez, en un mundo altamente digitalizado, en el que la barrera entre lo virtual y lo físico es cada vez menos perceptible, ¿qué determina que ese lenguaje sea menos válido que otro? ¿O es una forma de comunicación primeriza igualmente relevante?

Estudios hay pocos, pero uno presentado en el Canadian Sex Research Forum de 2015, titulado ‘Reeling Them In With Texting and Sexting: How Single American Adults Are Communicating With Potential Partners’ develó que un 48% de los encuestados (es decir, casi 5 de cada 10), ocupa emojis regularmente cuando interactúa con potenciales parejas sexuales o afectivas. Es decir, cuando hay interés, el emoticón provisto por los teléfonos inteligentes, pasa a ser un recurso comunicacional clave. Cuando se les preguntó por qué, las respuestas tenían que ver con darle personalidad al texto; volverlo más divertido, juguetón y liviano; y expresar las emociones de manera más didáctica e instantánea.

Más allá de su validez o no, y de las distintas interpretaciones individuales que puede llegar a tener o suscitar el uso de emoticones, lo que devela el estudio es que esta secuencia de caracteres –que desde sus inicios pretendía representar las caras humanas y expresar las emociones en simple– nos ha abierto a otro espectro del lenguaje y se ha vuelto una herramienta comunicacional a la que, para bien o para mal e independiente de lo reduccionista, hemos aprendido a recurrir. Entre otras dimensiones, para entablar relaciones sexoafectivas. Pero, ¿hay una única manera de interpretar este lenguaje? ¿Quién tiene la respuesta?

La doctora en psicología y académica de la Universidad Finis Terrae, Marianne Cottin, explica que la finalidad inicial de los emoticones –el primero fue un corazón que apareció en 1995 en un modelo de búsqueda llamado Pocket Bell y tres años después el diseñador de interfaces, Shigetaka Kurita, creó la primera colección de 176 figuritas– era la de facilitar la interpretación de los textos escritos. En definitiva, para reemplazar el lenguaje no verbal y las expresiones faciales propias de la comunicación cara a cara. “Pero lo paradójico es que con el tiempo, algo que surgió con la intención de aclarar lo que se estaba escribiendo por texto, pasó a añadirle más ambigüedad al mensaje. Hoy los emoticones se usan como una primera entrada para tantear el terreno, ver qué pasa y no tener que comprometerse o profundizar más allá”. Como profundiza la especialista, actúan a modo de prueba inicial sin tener que comprometerse. “Pero lo cierto es que se han vuelto una herramienta para muchos”.

A eso se le suma que en conversaciones serias en las que predomina la rabia o la tristeza (es decir, el ejercicio opuesto al interés o al joteo), los emoticones escasean. “La ausencia de emojis le da una connotación más seria y valencia a ese enojo y así lo hemos visto”, profundiza Cottin.

El psicólogo y académico de la Universidad Adolfo Ibáñez, Cristóbal Hernández, plantea que el significado o intención detrás del uso de un emoticón depende mucho, varía según el contexto y por lo mismo, cuando no va acompañado de una comunicación más explícita, cuesta que el receptor lo interprete o entienda de la manera que el emisor pretende. “En general, un like o un corazón puede ser interpretado como aprobación o validación. Pero como es algo tan generalizado, se puede usar para mandar un mensaje ambiguo. Por ejemplo, puedo no invitar a alguien a salir ni exponer mis sentimientos directamente y jugar en ese espacio de ambigüedad y apertura a la interpretación”, explica. “Esto ayuda a que el mensaje sea menos claro y la persona pueda desdecirse de la interpretación sin exponerse del todo”.

Según Hernández, los estudios demuestran que las personas mayormente ansiosas tienden a responder con memes o emoticones en vez de textos directos, para evitar entregar respuestas más claras y largas. “Eso permite esconderse, de alguna manera, y no tener que hacerse responsable de las propias intenciones. Pero a su vez, deja mucha carga en quien recibe el mensaje. Eso hace que ese mensaje quede un poco en tierra de nadie y el riesgo de eso es volvernos menos asertivo y precisos”.

Y, a su vez, de generar mayores malentendidos en la comunicación. Como profundiza el especialista, eso también nos puede llevar a perder la posibilidad de expresar de manera auténtica. “No significa que esté bien o mal, no hay un juicio moral en esto. Más bien se trata de buscar un balance y estar atentos al impacto que tienen las reglas del espacio digital en nuestra vida cotidiana”.

La psicóloga clínica Claudia Muñoz sugiere que no hay cómo saber cuáles son las intenciones reales detrás del uso de emoticones, porque solo son símbolos. “Un fueguito podría ser equivalente a joteo, interés o ganas de acercarse, pero de por sí solo no es suficiente. Lo importante es poder ocupar símbolos como un complemento, no como un reemplazo a la comunicación”.

Y es que ciertamente se han generado nuevos códigos comunicacionales –como siempre a lo largo de la historia– e interpretarlos o dilucidar sus significados es un proceso. “Hay nuevas maneras de acercarse, eso es así, pero también son maneras que dejan un espacio para la no implicancia real. Las redes permiten que uno se ponga a vitrinear sin estar del todo comprometidos. Puedo jugar a un personaje e incluso jugar a un personaje que está comprometido, pero cuando se presenta algo que no me gusta, lo deshecho”.

Finalmente, como plantea la especialista, es un escenario de mucha desprotección, en el que aun no se articulan del todo los derechos digitales –que no son más que los derechos humanos llevados a ese espacio–. “Es una dimensión que le ha abierto oportunidades a muchos, pero también ha expuesto a otros. Es la manifestación máxima del sistema capitalista en el que vivimos; un mercado en el cual puedes hacer lo que quieres, sin mayor fiscalización, y eso, en cierto sentido, ha llevado a que se tergiversen muchas situaciones que antes estaban regidas por una postura más ética en cuanto a lo humano”.

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