Bastaron un par de gritos para que Luis Carrasco (65), en menos de un minuto, arreara la 'punta' (como se le llama a la manada de esta especie) de alpacas a su cargo desde el cerro al corral donde les tomaríamos las fotos para este reportaje. Con tal naturalidad cuesta imaginar que hasta hace poco más de un año Luchito, como se le conoce en el sector, jamás había visto un animal de este tipo en su vida. La llegada de estos camélidos a la comunidad de Roco -una organización de origen indígena conformada por 200 comuneros, agricultores pequeños, que se ubica en la localidad de Quebrada del Pobre, en la comuna de La Ligua- es parte de un proyecto que tiene como objetivo rescatar una antigua tradición de producción textil de la época prehispánica, cuando vicuñas, guanacos y alpacas formaban parte del paisaje de la zona central del país.
El proyecto, denominado 'Alpacas Roco' y cofinanciado por la Municipalidad de La Ligua, el Fosis y la misma comunidad, permitió la compra de 20 animales en abril de 2017, cuatro machos y 16 hembras de dos años de edad. "Al comienzo se nos hizo superdifícil porque no teníamos ninguna experiencia. La mayoría trabajábamos en agricultura", cuenta Rosauro Mondaca (63), presidente de la comunidad. Como él son varios los comuneros que tuvieron que, de un día para otro, velar por el cuidado de estos delicados camélidos. "Cuando recién llegaron se nos murieron dos lamentablemente. Ahí entendimos que estos animalitos requieren de mucha atención y cuidados. Tenemos que guardarlas a cierta hora para que no se expongan a la humedad y ni hablar de sacarlas cuando llueve, porque se quedan húmedas mucho rato y se enferman. También se decaen cuando comen algo que no corresponde o si se sienten estresadas", dice.
El criadero cuenta con una superficie cerrada de 10 has, una bodega de 30 m² y un galpón de crianza de 200 m², dotado de comederos, bebederos, corrales de pariciones, lámparas ultravioleta y botiquín sanitario. Las alpacas son criadas mediante un sistema mixto, estabuladas y a campo abierto, y se alimentan de heno de alfalfa combinado con brotes de avena cultivada con un sistema de forraje hidropónico automatizado cada 30 días. "Como ven, ¡volvimos a ser padres!", dice riendo Rosauro.
NUEVOS INTEGRANTES
A la fecha, después de la primera parición de las hembras, el plantel ya cuenta con 35 ejemplares de variados colores. "Cuando llegaron, algunas ya venían preñadas. Les hicimos ecografía y cruzamos a las que no estaban fecundadas", cuenta Rosauro. Las alpacas no tienen ciclos reproductivos como otras especies domésticas. A los diez días de parir empieza nuevamente el proceso de cruza. Se intenta tres veces. Si en una de estas ocasiones queda embarazada, en el siguiente intento ella sola se aleja del macho. "La naturaleza es muy sabia y las hembras muy prácticas. Después de que nacen sus crías y nuevamente quieren al macho, ellas solas lo van a buscar y se echan en la puerta de su corral. Así que ahí les abrimos la puerta para que 'conversen'", bromea Rosauro. El embarazo dura 11 meses y el objetivo de la comunidad es mantener siempre alpacas preñadas para aumentar la producción.
De los cachorros ya hay un macho que apodaron 'Luchín' y otro, 'Rosauro'. Y una 'Belén', que nació el día del cumpleaños de una de las funcionarias de gobierno que los han acompañado en este proyecto, y que bautizaron con su nombre como muestra del cariño que les han tomado a los nuevos integrantes de la comunidad.
LA PRIMERA ESQUILA
Todos los cuidados rinden sus frutos una vez al año, en la esperada esquila. En la comunidad de Roco se realiza en marzo y este 2018 fue la primera. De ella se obtuvieron 28 kilos de fibra (cada alpaca produce anualmente entre 2,5 y 3 kilos). "La lana que se obtiene del animal se divide en cuatro partes: el vellón -que viene del espinazo, donde está la mejor fibra-, la barriga, el cuello y las patas. La calidad se mide por micrones, entre 12 y 15 es la mejor. Esa es la que se usa para prendas de vestir, el resto se deja para alfombras o mantas porque pica más", explica Rosauro.
A pesar de haber estado en todo el ciclo, desde ayudar a las hembras a parir, alimentarlas y cuidarlas hasta que estén listas para la esquila, los comuneros aún trabajan de manera artesanal y no cuentan con la capacidad técnica para realizar el proceso de limpieza e hilado de las fibras en altas cantidades. Por eso se realizó una alianza con el criadero de llamas y alpacas Quintessence, de la comuna de Llay-Llay, donde se compraron las alpacas. Ellos están apoyándolos en la esquila y se llevaron la lana para colaborar en el hilado con máquinas industriales.
LAS HILANDERAS
En paralelo al proyecto de crianza de alpacas, y considerando la tradición histórica de la comuna de La Ligua en tejidos, a través del Programa de Desarrollo Local (Prodesal), del Instituto de Desarrollo Agropecuario (Indap), se formó una agrupación de hilanderas con ocho socias, mujeres que llevan en sus venas el conocimiento ancestral de este oficio. Las Hilanderas de Pumahue, como se bautizaron, serán entonces las encargadas de confeccionar las prendas elaboradas con las fibras de las alpacas y para ello se les entregaron los materiales necesarios como ruecas, cardadores, telares, palillos y crochés.
"Mi abuela hilaba desde que tengo uso de razón y yo partí a los ocho años con la lana que se quedaba enredada en los alambres de las rejas por donde pasaban los animales", cuenta Prosperina Inostroza (69), líder del grupo y reconocida por el Gobierno como un talento rural, por sus habilidades y experiencia.
Para ellas, la importancia de este proyecto radica en la intención de retomar una tradición que se estaba perdiendo y especialmente que se integren más personas, sobre todo jóvenes. "Para nosotras este ha sido un trabajo muy sacrificado porque siempre hemos tejido solas, en nuestras casas o trabajando para otras empresas, lo que deja poca plata, además de que no se nos valora. Cuando se venden las prendas nadie sabe quién estuvo detrás o todo el trabajo que allí hubo", dice Inés Rodríguez (55), otra de las hilanderas. Por eso, uno de los planes a futuro es apoyarlas también en la comercialización para que logren independencia económica con este proyecto. Y quienes conocen su trabajo aseguran que no es tan difícil. "Ellas hacen prendas de calidad, tal vez aún les falta un poco de apoyo en el diseño, que es algo que vamos a incorporar en el corto plazo, pero su técnica es perfecta. Incluso han hecho trabajos para importantes diseñadores nacionales como Octavio Pizarro. Pero aún les falta creerse el cuento y atreverse con una marca propia", dice Belén Cobo, de Prodesal.
Como en toda cadena de comercialización, cuando hay intermediarios el productor es el que menos recibe, y lo mismo ocurre con los comuneros de Roco. Comercio justo es a lo que aspiran con esta nueva aventura. "Quizás este proyecto no logre cambiarle la vida a esta generación, pero a nuestros nietos sí, y por eso tenemos que luchar", concluye Rosauro.