Las sociedades que envejecen ofrecen más ventajas a los hombres que a las mujeres

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Las diferencias de género en la esperanza de vida y los roles sociales tienen implicaciones en la capacidad de un país para apoyar a su población mayor. Así lo determinó el estudio Diferencias de género en la adaptación de los países al envejecimiento social: una comparación transversal internacional, publicado el mes pasado en la revista médica británica, The Lancet. Lo que dicen en concreto, es que el riesgo de longevidad asociado a una mayor esperanza de vida de las mujeres, con mayor riesgo de morbilidad, conlleva diferentes necesidades específicas por sexo en la vejez. “Nuestro objetivo era cuantificar las diferencias de género en la experiencia de envejecimiento de las personas mayores en los países de la OCDE, como un primer paso para identificar las brechas políticas y las diferencias en la asignación de recursos y apoyo social para hombres y mujeres mayores”.

Según explican, aunque ha habido varios intentos de cuantificar la capacidad de los países para apoyar a las poblaciones que envejecen, se ha prestado poca atención a la cuantificación de las diferencias en la situación de hombres y mujeres. Esta falta de atención se ha producido a pesar de las importantes diferencias de género en la esperanza de vida y los roles sociales: a nivel mundial, la proporción de personas de 65 años o más ha aumentado de un 6% en 1990 a un 9% en 2019; las mujeres tienen una ventaja de supervivencia sobre los hombres, con una brecha de 4 a 5 años en la esperanza de vida al nacer en 2019, por tanto es más probable que las mujeres vivan sin cónyuge durante la última parte de su vida y es más probable también, que se ocupen de personas enfermas o discapacitadas dentro de sus grupos sociales.

Además, debido a que las mujeres viven más tiempo, son más susceptibles a las enfermedades crónicas y, por lo tanto, tienden a tener más gastos en atención médica que los hombres. Es más, en algunos países, más del 10% de las mujeres mayores no pueden cubrir sus gastos de atención médica. A eso se le suma el aislamiento social y la soledad asociados a una menor prevalencia de la co-residencia que podrían imponer una carga mental y cognitiva adicional a las mujeres mayores.

Otro punto que toca el estudio es la oportunidad de independencia financiera, que es menor para las mujeres, especialmente las mayores. “Aunque las tasas de empleo de las mujeres han aumentado en los países de ingresos altos, las mujeres todavía tienen una tasa de empleo general más baja que los hombres. Esta diferencia se vuelve más pronunciada en los grupos de mayor edad. Aunque los hombres y las mujeres pueden tener diferentes roles y posiciones a lo largo de la vida, estos pueden determinar profundamente la cantidad de recursos financieros disponibles en la vida posterior. Según datos de 90 países, las mujeres realizan trabajos de cuidados no remunerados, en promedio, durante 3 veces más que los hombres todos los días, lo que limita el tiempo disponible para el trabajo remunerado. En términos reales, la desigualdad de género es un gran problema a nivel local, nacional e internacional, que obstaculiza el desarrollo humano del país y frena el crecimiento económico”.

Según la publicación de The Lancet, el abordar las diferencias de género beneficia a la sociedad al desarrollar el capital social, aumentar los ahorros a largo plazo de las mujeres y la seguridad en la vejez. “Las mujeres que viven más tiempo de forma independiente y con mejor salud, también podrían tener efectos indirectos positivos en la próxima generación (...) Es necesario explorar la dinámica del cuidado y reducir la carga del cuidado no remunerado. Además, varios estudios han planteado la hipótesis de transferencias intergeneracionales (por ejemplo, tiempo) e inversiones (por ejemplo, tiempo y dinero) de mujeres mayores a niños como posibles mecanismos para mejorar los resultados educativos y de salud”.

Un primer paso crucial para abordar las diferencias de género en la transición demográfica –agregan en el informe– es estimar e identificar el grado en que una sociedad facilita el envejecimiento exitoso para todos los géneros. “Definimos una sociedad que envejece con éxito como aquella en la que las personas mayores tienen la oportunidad de participar de forma productiva: estar física y cognitivamente saludable; tener seguridad financiera y personal; tener los recursos distribuidos de manera equitativa; y tener relaciones positivas y de apoyo entre generaciones”.

Según Agnieska Bozanic, psicóloga y fundadora de GeroActivismo, fundación que surge para combatir el edadismo, “las mujeres estamos vulnerabilizadas desde que somos niñas y en la vejez pasa lo mismo. Tenemos más lagunas previsionales por maternidad, nuestros trabajos son más informales, nos pagan menos. Todos esos factores inciden en que la vejez femenina sea diferente a la masculina. Podemos observar mayores enfermedades mentales y cardiovasculares también. Y está el tema del maltrato. El 40% de las mujeres mayores a los 65 años que ha sufrido violencia de género lo ha hecho por más de 40 años. Estamos hablando de una población que ha sido violentada casi toda su vida, que sigue viviendo con su agresor, porque a esas alturas son dependientes. Y así muchas cosas más. Las mujeres están doblemente penalizadas, por ser mujeres y por ser mayores”.

Según la experta es importante terminar con el edadismo con un enfoque de género, porque éste tiene miles de consecuencias económicas también. “Hay un estudio muy interesante en Estados Unidos que habla de que se pierden cerca de 63 billones de dólares por causa del edadismo. No es una inversión para nadie tener a las personas mayores relegadas en sus casas. Tienen que participar, sobre todo en contacto intergeneracional, porque así se enferman menos y porque de esa manera también pueden generar ingresos para el país. Al final dejarlos a su suerte termina siendo un costo mayor para el Estado”.

Y es justamente lo que plantea el informe de The Lancet. “Nuestros hallazgos sugieren que se deben considerar las necesidades específicas de género al desarrollar políticas y programas para sociedades que envejecen. Específicamente, nuestro análisis respalda los hallazgos de que las mujeres mayores tienen más enfermedades crónicas y discapacidad, lo que conlleva una mayor necesidad de gasto en salud. Además, se debe prestar mayor atención al aislamiento social y las redes de seguridad de los adultos mayores para abordar el bienestar emocional y mental, así como la carga financiera de la atención médica, consideraciones que se han vuelto aún más urgentes durante la pandemia de COVID-19”.

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