Las sombras de Dora Maar

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La fotógrafa y pintora surrealista vivió largo tiempo a la sombra de Picasso, de quien fue musa y amante. La retrospectiva que le dedicó el Centro Pompidou de París reveló todos los aspectos de su talento, restituyéndole su estatus de gran artista que a menudo se vio oscurecido por su relación con el pintor español.




La historia de amor de Dora Maar con Picasso duró nueve años pero marcó el resto de su existencia. Y quizás si Picasso no hubiera entrado en su vida, su carrera habría sido distinta, libre de las comparaciones que le echaron sombra. Sin embargo, irónicamente, de todas sus musas, ninguna influyó tanto sobre el arte del español como ella -a quien él inmortalizó en numerosas ocasiones como "la mujer que llora"- así como en su ideología, empapada del comunismo militante de Maar.

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Fotografía sin título[/caption]

Dora y el Guernica

Henriette Theodora Markovitch (su verdadero nombre) nació en París el 2 de noviembre de 1907, hija de un arquitecto croata cuyo trabajo lo llevó a Buenos Aires, donde Henriette pasó su infancia y adolescencia. En 1926, cuando tenía 19 años, la familia volvió a París y ella comenzó a estudiar fotografía y luego pintura en la academia de arte Julien. Ambas disciplinas le apasionaban, pero sobre todo dominaba la técnica y poseía el temperamento para la fotografía, lo que la llevó a dedicarse a esta a tiempo completo. Fue en esta época que adoptó el nombre de Dora Maar. Ya sus primeros trabajos estaban imbuidos de un halo misterioso y dramático, con un toque de humor macabro (uno de sus primeros autorretratos era su rostro fusionado con una calavera), que confirmaban su atracción por el surrealismo. Sus fotos de los indigentes, los deformes, los ciegos y los olvidados que realizó en Barcelona, París y Londres revelaban sus intereses personales y políticos, que se manifestaron en su lucha contra el fascismo creciente de la época. Dora Maar tenía pasta de militante. A fines de 1935, el director Jean Renoir la contrató como fotógrafa oficial de su película Le crime de Monsieur Lange. Fue durante el rodaje que recibió la visita de su amigo el poeta Paul Eluard, quien le propuso presentarle a Pablo Picasso. El encuentro tuvo lugar en Les Deux Magots, el bar favorito de los artistas, en Saint Germain-des-Près. Él tenía entonces 54 años, se había divorciado de su primera esposa, Olga Kokhlova, y recientemente había tenido una hija, Maya, con su amante Marie-Thérèse Walter. Maar era una bella mujer de 28 años, de ojos celestes y una tez blanca acentuada por gruesas cejas, ya una fotógrafa reconocida y una figura destacada en los círculos surrealistas.

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Fotografía sin título (1934), de la colección del Centre Pompidou, París.[/caption]

La atracción en ese primer encuentro -que forma parte de la leyenda del movimiento surrealista- fue inmediata. Él le habló en francés, ella le respondió en castellano. Durante el intercambio ella jugaba con una navaja clavándola sobre la mesa de madera, entre sus dedos. Cuando erraba un movimiento, una gota de sangre aparecía en sus guantes. Picasso, fascinado, se los pidió y luego los guardaría para siempre entre sus recuerdos. La relación entre ambos duró nueve años, pero Picasso jamás dejó a Marie-Thérèse. Dulce y tierna, ella era su amante privada; Dora, inteligente y llamativa, era la pública. Durante esos años Picasso hizo numerosos retratos de Dora, a menudo con lágrimas en el rostro. "Nunca la podía ver ni imaginar sino llorando", habría comentado una vez. Entre los retratos más célebres de Dora figuran "Mujer llorando", "Mujer reclinada sobre un libro", "Mujer cepillándose el pelo", "Busto de mujer sentada" y otros identificados con su nombre. Dora Maar fue quien consiguió a Picasso el gran apartamento en la calle Des Grands Augustins -cerca de donde ella vivía-, que sería su estudio y vivienda durante veinte años. Pero nunca vivieron juntos. Más aun, ella nunca lo visitó en su estudio sin haber sido invitada. Allí él pintó "Guernica", encargo del gobierno republicano para el pabellón de España en la Exposición Universal. Maar documentó con sus fotografías todo el proceso de creación de esta obra maestra y hasta dio algunas pinceladas en el caballo, un aporte menor pero altamente simbólico, y Picasso dio sus rasgos a la mujer que lleva una lámpara. Irónicamente, este período increíblemente creativo para Picasso fue muy doloroso para Maar, quien entonces se vio enfrentada por Marie-Thérèse. Cuando esta conminó a Picasso a que eligiera a una de las dos, él le contestó que deberían disputárselo entre ellas, y Dora y Marie-Thérese pasaron de las palabras a las manos. La situación divirtió mucho a Picasso (tal como lo relataría Françoise Gilot, quien reemplazaría a ambas), indiferente al dolor de las dos mujeres.

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Fotografía sin título (1933), colección Centre Pompidou, París.[/caption]

Amante diabólico

La obra de Dora Maar como fotógrafa era muy apreciada, no solo por sus collages y fotomontajes surrealistas sino también por su trabajo en moda, publicidad y como retratista de los personajes de la 'intelligentsia' parisina. Sus trabajos fueron exhibidos en la Exposición Surrealista Internacional en Londres y en el MoMa de Nueva York. Sin embargo, a instancias de Picasso, Maar abandonó la fotografía para dedicarse de lleno a la pintura. Inevitablemente, la influencia del pintor la condujo al estilo cubista que él dominaba como nadie y en consecuencia sus obras palidecían en comparación con las del maestro. Muchos se preguntaban por qué Picasso la empujó a abandonar un terreno en el que ella se destacaba y a limitarse a un estilo que probablemente no era el suyo. Sus amigos, que llamaban a Picasso "el amante diabólico", afirmaban que este se regocijaba al verla en posición de inferioridad. En 1943, Picasso conoció a Françoise Gilot y puso punto final a su relación sentimental con Dora, aunque siguió viéndola episódicamente hasta 1946. Mientras él vivía su pasión con Gilot, Dora sufrió una depresión nerviosa que fue tratada sin éxito con electroshocks, hasta que el psicoanalista Jacques Lacan se hizo cargo de su curación. Ya recuperada, Maar repartió su tiempo entre París y su casa en Menerbes, en la Provenza, y se arrojó con vehemencia primero al budismo y al catolicismo practicante después, asistiendo a misa diariamente. Por supuesto no olvidó a Picasso. Pero aun después de su separación, él nunca cesó de humillarla. Durante muchos años los examantes continuaron intercambiándose regalos. Según James Lord, con quien Maar vivió una relación durante quince años, en una ocasión Picasso le envió una gran caja cuidadosamente envuelta que Maar desenvolvió con suma atención prefigurando un objeto valioso, quizás una escultura. Resultó ser una silla desvencijada (Picasso, vengativo, no le había perdonado que ella hubiera rehecho su vida con otro hombre, pese a que él había rehecho la suya). Un objeto que era claramente una mala broma pero que aun así ella no se resignó a descartar, conservándola solamente porque provenía de Picasso.

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Estudio publicitario (Pétrole Hahn), 1934-1935.[/caption]

En 1990, una galería parisina expuso sus cuadros, y en esa ocasión fue vista por última vez en círculos artísticos, pero fue recién una venta póstuma, en 1999, que permitió al público y a los profesionales descubrir una producción que nunca había salido de su estudio, en la que liberada de la influencia de quien ella llamaba su "amo", dio rienda suelta a una obra más personal y evocativa. En Provenza pintaba naturalezas muertas y paisajes, concentrándose en un objeto con un fondo simple, como lo hacía en sus primeras fotografías, y capturando el paisaje desértico de las colinas, el fondo apropiado para sus últimos años en los que vivió como una reclusa. Dora Maar murió el 16 julio de 1997 a los 89 años, veinticuatro años después de Picasso, adorando todo lo que él había tocado, mirado, usado pero, a la vez, viviendo de las pinturas que este le había regalado, que vendía por altas sumas, una por una. Hasta el 29 de julio en el Centro Pompidou, París.

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