Tengo 37 años y he roncado toda mi vida. Emito sonidos tan fuertes cuando duermo, que gran parte de mi juventud terminé acostándome en el living para no molestar a los demás. Incluso, cuando estaba en la universidad, lo pensaba dos veces antes de irme a quedar a las casas de amigos por miedo a molestarlos. Pero pese a que mis ronquidos siempre me causaron una vergüenza muy grande, me demoré más de 15 años en buscar ayuda profesional para solucionar este problema.
La decisión la tomé hace siete años, cuando me casé. Aunque mi señora sabía desde antes que yo roncaba, inevitablemente empezó a pegarme codazos durante la noche porque no la dejaba dormir. Cuando fueron pasando las semanas me di cuenta que esto podía desembocar en una crisis matrimonial, porque ninguno de los dos lograba descansar durante la noche. Y no era solo una sensación mía: al buscar información sobre el tema, me encontré con varios testimonios de parejas que se separaban por esto. En esa misma época nos fuimos a vivir a Calera de Tango y en más de una ocasión me quedé dormido algunos segundos -que pudieron ser mortales- mientras conducía por la carretera camino a Lonquén.  

Tras visitar a varios especialistas, en 2012 me diagnosticaron apnea severa del sueño. Esto significa que cuando duermo mi respiración se detiene durante varios segundos porque las vías respiratorias superiores se bloquean repetidamente, lo que reduce o detiene por completo el flujo de aire. Así tomé conciencia de que los ronquidos -que afectan a un 66,6% de los santiaguianos, según un estudio publicado por  el 'Journal of Clinical Sleep Medicine'- no solo eran un problema social, sino también eran la expresión de una enfermedad que podría traer graves consecuencias para mi salud.

Este trastorno no solo provoca somnolencia durante el día, dolores de cabeza o falta de concentración, sino también aumenta las posibilidades de infartos cerebrales o al corazón, arritmias e hipertensión, entre otras patologías.
Tras el diagnóstico evalué varias alternativas para tratar la apnea, como someterme a una cirugía, y en esa búsqueda me encontré con una máquina llamada CPAP. Se trata de una mascarilla presurizada que cada noche me pongo sobre la nariz y que, en palabras simples, aumenta la presión del aire en la garganta evitando que las vías respiratorias colapsen cuando inhalo. Reconozco que al principio usarla fue un poco incómodo. Tuve varias complicaciones y dudas, y no tenía a quién preguntarle. Por todo esto me demoré ocho meses en acostumbrarme, pero cambió mi vida y la de mi familia. Incluso, al principio, mi señora se despertaba asustada pensando que me había muerto porque no escuchaba mis ronquidos.
Al vivir este proceso me di cuenta de que en Chile tenemos muy buenos médicos especialistas en trastornos del sueño, pero no existen profesionales que acompañen al paciente después del diagnóstico, cuando tienen que someterse a los tratamientos. En mi caso, como soy kinesiólogo con experiencia en terapia intensiva, aprendí con relativa facilidad a usar esta máquina, pero esa no es la realidad del resto de las personas. Eso me motivó a formarme por mi cuenta en esta área, estudiando en Uruguay y Brasil. Actualmente soy el director del primer diplomado enfocado en manejo de la terapia ventilatoria en trastornos respiratorios del sueño y estoy guiando a otros pacientes en este proceso. A ellos los visito en sus casas y hago la primera consulta en compañía de sus parejas, porque es muy importante el apoyo del círculo cercano. Todos necesitan entender que este no es un problema social, sino que es una enfermedad y hay que tratarla como tal porque tiene consecuencias graves.
A veces bromeo y digo que si tuviera que elegir entre irme de vacaciones con mi esposa o con la máquina, optaría por la máquina. Ya no puedo dormir sin ella. La experiencia científica muestra que probablemente voy a tener que usarla de por vida, pero eso no me complica para nada. Sé que estéticamente puede resultar chocante verme conectado a una mascarilla mientras duermo, pero esto impide que la apnea se manifieste. Es lo mismo que una persona míope que tiene que usar anteojos para ver mejor. Se trata de mi salud, de mi la calidad de vida y la de mi familia. Y yo soy el primer responsable en cuidarme y estar mejor.

José Ignacio Marmolejo es kinesiólogo y dirige el primer diplomado en Chile enfocado en manejo de Terapia Ventilatoria en Trastornos Respiratorios del Sueño.