“Ser madre y no tener miedo es difícil. Desde el primer día me sentí vulnerable y nada fue como lo imaginé. Entré en un mundo desconocido que no tenía botón de pánico ni días de descanso. Estaba muy agobiada pensando que no estaba preparada, y por supuesto tratando de armonizar la vida, corriendo entre el trabajo y la casa. Y al mismo tiempo, no dejaba de sorprenderme lo incondicional de este nuevo amor, donde, aunque había días en que quería ser egoísta y escapar, no lo lograba.
Años después la vida me refregó en la cara lo verdaderamente frágil de todo. Mi hijo de dos años fue diagnosticado con cáncer, una leucemia linfoblástica aguda de alto riesgo que nos tuvo el primer mes en la UCI y alertándonos que sería un tratamiento incierto y largo. Y así, un día normal te das cuenta de que la vida puede cambiar de un minuto para otro.
En ese momento conocí el miedo real, una angustia que te impide respirar, y esa desconexión con tu cuerpo y el mundo donde no importa lo que pase afuera, tú única preocupación es salvar a tu hijo. El miedo intenso a perderlo, el miedo ingrato a que me necesitara cuando yo saliera a tomar aire, el miedo futurista a no poder mostrarle el mundo. El miedo en todas sus formas e invadiendo todos los espacios.
Fueron los tres años más difíciles de mi vida, donde puse pausa a todo. Y sé que enloquecí un poco. Lo que único que me importaba era protegerlo, que fuera intensamente feliz a pesar de las quimios, hospitalizaciones, trasplante e infinitos controles. Con mi familia jugamos la carta de hacer todo lo posible para salvarlo, aun cuando las probabilidades eran casi nulas. ¿Cómo no aferrarse a que los milagros existen? ¿Qué otra cosa podría haber hecho?
El mayor desafío de esos días fue no traspasarle mi miedo a mi hijo. Y fracasé muchas veces. Fueron años en que aprendí a vivir con miedo, todos los días y sus noches, pero donde mi objetivo era tan claro, que puse toda mi fuerza y energía, arrastrando la de toda la familia, amigos y muchas personas que nos quieren. No importa cuan frágil estaba, sentí ese poder maternal que se despierta cuando debemos sobrevivir.
Hoy estoy en mi segunda maternidad, con mis dos hijos sanos, y me doy cuenta de que ser mamá se trata de saberse vulnerable, porque jamás podremos manejar todas las variables de la vida de nuestros hijos y mucho menos evitar que no sufran. Y hoy mi parte más profunda quiere que ese miedo siga siempre ahí. Liberarlo sería como sacar algo que me ayudó a salir adelante y que con el tiempo aprendí a aceptar y hasta querer. ¿Será bueno seguir frágil y sentir tanto miedo en la maternidad? Querer, cuidar y ver crecer a los hijos es un desafío diario. Entonces, quizás sí, aceptándome con mis miedos y fantasmas pareciera ser un camino seguro y protegido.
Conchita (39) es periodista y esteta.