Justo el día después de la Navidad y cuando la nueva variante de Coronavirus empezaba a mostrar su peor cara alrededor del mundo, un usuario español (@cristianbilba12) escribió en Twitter: “A mí lo que me preocupa es que si un día me contagio de Ómicron, que sus síntomas son dolor de cabeza y agotamiento físico, ¿cómo voy a distinguirlo de un día normal?”.

Con más de 200 mil me gusta y 35 mil retweets, su posteo se hizo viral en las redes sociales. En el espíritu de tomarse las cosas con humor, lo que planteaba este usuario -más allá de estar alerta a los síntomas del COVID- era algo mucho más profundo y que parece estar normalizado en una sociedad orientada a la producción: el cansancio. Esa sensación de agotamiento físico, mental o emocional que, muchas veces, aparece a raíz del estrés del mundo laboral y que puede generar -según la Clínica Mayo- impactos en el bienestar y una “ausencia de la sensación de logro y pérdida de la identidad personal”.

Si bien el eco que generó en redes este posteo nos dio ciertas luces respecto al fenómeno, existen datos que cuantifican ese nivel de desgaste en la actualidad. Según el segundo estudio Radiografía de las Vacaciones elaborado por la Mutual de Seguridad y publicado en diciembre de 2021, un 49,9% de las trabajadoras y trabajadores se siente más cansado que el año pasado en esta misma fecha. Por eso, un 68% de las personas cree que necesita vacaciones con más urgencia que en períodos anteriores. Sin embargo, la crisis económica y la situación sanitaria ha puesto en jaque alguno de los planes de los chilenos y chilenas. Así lo reveló el estudio LinkedIn ManpowerGroup Vacaciones 2022 que determinó que un 57% de las personas no se tomará un descanso durante este verano.

“Estamos en deuda con los espacios de autocuidado de manera dramática”, afirma Rocío Amaya, psicóloga de la Mutual de Seguridad. Así, la especialista sostiene que, este cansancio generalizado, se explica en gran medida por los dos años de pandemia que llevamos en el cuerpo y sus limitaciones en términos de libertad. Un hecho de por sí estresante, que se suma a los problemas de desconexión de la era del teletrabajo. “Ahora nos cuesta más desconectarnos de lo laboral. O sea, podemos estar en un cumpleaños, y 5 minutos después estar abriendo el correo o resolviendo un problema en WhatsApp. Esta era digital ha generado esa dificultad para marcar límites claros y hacer que jornadas de trabajo tengan inicio y fin. En el fondo, nos es mas fácil reconectarnos con el trabajo y más difícil conectar con nosotros mismos. Si a eso se suma una falta de consciencia del sistema de prevenir problemas de salud mental, tenemos la formula perfecta para generar un burnout crónico en el tiempo”, dice.

El Síndrome del Burnout o “del Trabajador Quemado” es una patología derivada del estrés crónico en el lugar de trabajo, y se caracteriza por tres elementos principales: un sentimiento de falta de energía o cansancio emocional, debilitamiento de la empatía con las labores o personas del empleo y disminución de la sensación de logro. Aunque el término del burnout fue acuñado en 1975 por el psicólogo estadounidense Herbert Freudenberger, recién este año esta afección fue reconocida por la Organización Mundial de la Salud mediante la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11).

¿Cómo se llega a esta fatiga extrema? Según Raúl Berríos, doctor en Psicología y académico del Departamento de Administración de la Universidad de Santiago, típicamente existen dos maneras. La primera es a raíz de un evento muy intenso que genera un colapso rápido y violento, mientras que la segunda -que es la más común- es por “goteo”. Es decir, acumular estrés, día a día, hasta que el vaso se rebalsa. “Esto es que habitualmente le pasa a la gente, y dicen no sé por qué estoy así, si no me ha pasado nada malo, pero llevas tanto tiempo cargando esta mochila, que de repente, colapsas”.

En este contexto cambiante y dominado aún por la crisis sanitaria, han sido esas pequeñas tareas del día a día las que han terminado por agotar a las personas. “Habitualmente, en un año laboral normal, las personas se sienten cansadas por tener mucha pega. Pero, en este caso en particular, donde hemos hecho más teletrabajo, los trabajadores han tenido que lidiar con aspectos domésticos y laborales al mismo tiempo. Es decir, se conjugaron esos dos mundos, que muchas veces entran en conflicto y las personas terminan en una sobrecarga de roles que se traduce en trato de hacerlo bien todo, pero se me hace imposible concretarlo. Ese agotamiento es muy significativo, sobre todo en los casos de quienes cuidan a niños, niñas, adolescentes y mayores. Entonces, se han producido estas otras demandas que tienen que ver con lo doméstico que han generado una tormenta perfecta para el desgaste”, manifiesta Raúl Berríos.

Un cansancio que ha sido tan fuerte que, incluso, ha hecho que muchas y muchos se sientan colapsados hasta el punto de pedir licencias por salud mental. Según datos de la Superintendencia de Seguridad Social, en 2020, este ítem se transformó en la principal causa de tramitación de licencias médicas, superando a aquellas relacionadas a la enfermedad del COVID-19. Así, un 28,7% de las licencias emitidas tuvo relación con la salud mental, mientas que en 2019 ese porcentaje ascendió a solo un 23,6% del total. “Estamos insertos en una cultural organizacional donde es bien visto una persona que es tolerante a condiciones de estrés intensas. Pero eso es un espejismo, porque si bien hay personas resistentes en esos términos, todo tiene un límite”, dice Raúl Berríos.

Sin embargo, ese imperativo que, por años, ha llevado a las personas a exigirse al extremo y las ha obligado a postergarse en pos de su rendimiento, quedó puesto en duda luego de los cambios que trajo la crisis sanitaria. “La pandemia no los recordó: existimos para hacer algo más que trabajar”, así parte un ensayo realizado por el escritor y académico Jonathan Malesic en The New York Times. En su texto aborda la idea de la insatisfacción que ha provocado el enfoque tradicional del trabajo, asegurando que estamos en un momento radical para reimaginar los formatos e integrar el trabajo en el marco de una buena vida. Su discurso, además, está acompañado por frases de estadounidenses que también se han hecho este cuestionamiento. “Nunca volveré a trabajar frenéticamente en horarios artificiales en lugar de ser honesta con mis propias necesidades de salud mental”, decía Kristal Jones (38), microempresaria. “Me propongo recordar mis límites. ‘No’ es una oración completa”, afirmaba Amanda Grimm (41), analista empresarial.

Con este reordenamiento, el desafío organizacional de ahora es crear sistemas más amables. “Eso no tiene necesariamente que ver con subir los sueldos, sino con generar condiciones de trabajo que amortigüen y sirvan como colchón para que las personas enfrenten de mejor manera la situación de trabajo”, dice Raúl Berríos. “En esa línea, hay tres recursos fundamentales. Primero, crear ambientes de trabajo seguros psicológicamente hablando, donde las personas no sientan temor. Segundo, incentivar la cooperación y relación entre las personas a nivel laboral, como personal. Y tercero, tener jefaturas sensibles a las necesidades de los trabajadores”, agrega.

“Es clave, en este nuevo modelo, integrar el enfoque humano porque al final es un factor protector del autocuidado y de la salud mental. Esto implica mirar a la persona más allá de su rol en la organización porque en la medida que cuidamos esto, la productividad aumenta”, afirma Rocío Amaya.

En el corto plazo, eso sí, se pueden tomar medidas personales para gestionar mejor el agotamiento y estrés que hemos acumulado en el cuerpo. Así lo explican Emily y Amelia Nagoski, en su libro Hiperagotadas (editorial Planeta), donde abordan algunas técnicas para lidiar mejor con el estrés crónico y el síndrome del burnout. En ese sentido, la propuesta de las autoras tiene que ver con cerrar el ciclo del estrés, que es nuestra respuesta natural y fisiológica frente a las amenazas. Así, si no es bien gestionado ese proceso, el estrés queda rondando por el cuerpo, como un ‘líquido’ que se cocina a fuego lento a la espera de ser liberado. Entonces, ¿Cómo hacerlo?

  1. Actividad física: Cuando nuestro cuerpo advierte una amenaza -que en este caso podrían ser las tareas del día a día-, se activa para movilizarnos. Nos dice que debemos hacer algo. Por eso, el deporte es la manera más eficiente de completar el ciclo del estrés. Bailar, caminar o correr entre 20 y 60 minutos todos los días, es una excelente manera de mejorar el bienestar.
  2. Respiración: Las respiraciones profundas y lentas -tomar aire en 5 segundos, retener en 5 y expulsar en 10- regulan la respuesta al estrés, aunque esta técnica solo es efectiva cuando el nivel de ansiedad no es tan alto.
  3. Interacción social positiva: Las conversaciones informales y amigables con los demás aumentan el bienestar, pues nos ayudan a codificar en el cerebro que el mundo es un lugar seguro, libre de amenazas.
  4. Risa: Una buena carcajada, dicen las autoras, nos puede ayudar a crear y mantener vínculos sociales y regular nuestras emociones.
  5. Afecto: Se trata de conexiones profundas con una presencia amorosa. “Un abrazo cálido en un contexto seguro y de confianza puede hacer mucho para ayudar a tu cuerpo a sentir que ha escapado de una amenaza”, manifiestan.
  6. Llorar: No cambia la situación que generó el estrés, pero sirve para liberar tensiones.
  7. Expresión creativa: Participar en estas actividades -relacionadas con las artes, teatro, música, cine- genera energía, emoción y entusiasmo, y nos permite atravesar por otras emociones.