Los niños que hablan solos no están enfermos, son pioneros en los beneficios del habla privada
Si lo pensamos bien, pasamos más tiempo hablando con nosotros mismos que con otros, ya sea mediante pensamientos o incluso en voz alta, como cuando queremos recordar cosas, organizarnos o simplemente sacar hacia afuera lo que estamos sintiendo. Pero la sociedad no valida precisamente el “hablar solo” como algo positivo. De hecho, si vemos en la calle a alguien que está hablando solo, lo más probable es que nos fijemos en sus orejas para confirmar que esté con los audífonos puestos haciendo una llamada telefónica ¿Y qué pasa si no lo está?
Puede ser que estemos presenciando un discurso auto-dirigido, que más que una des-adaptación, constituye la base de nuestra creatividad en los primeros años de vida. “Nace con algo que se llama lenguaje egocéntrico”, explica Pablo Fossa, investigador de la Facultad de Psicología de la Universidad del Desarrollo y Doctor en Psicoterapia de la Universidad Católica: “Éste no tiene una función relacional, sino más bien la de escucharse a través del ‘habla interna’, un diálogo silencioso en nuestra cabeza, que luego pasa a ser el ‘habla privada’, una forma de poner en palabras audibles lo que hay adentro, dirigiéndolas hacia nosotros mismos”.
Cuando son niños los que desarrollan esta conducta, se tiende a producir una incomodidad dentro del entorno familiar, porque como explica un estudio en conjunto de las universidades de Michigan y Washington, publicado hace 20 años: “Aunque se haya comprobado que no es extraño que los niños hablen solos, se solía decir que quienes tenían una compañía imaginaria o jugaban en un mundo de fantasía sin diferenciar de la realidad, estaban perturbados o tenían visiones”.
Marcela Moreira, fonoaudióloga y Máster en Detección del Lenguaje Patológico de la Escuela de Postgrado de Psicología y Psiquiatría de España, explica que “los papás pueden pasarse la idea de que el niño está hablando con alguien imaginario que ellos no observan, y empieza a nacer el miedo de que estén alucinando. Pero hay que desmitificar que la conducta está ligada a visiones, porque hay muchos factores para que un niño escoja verbalizar sus pensamientos y fantasías”.
Araceli Vera (28), mamá de un niño de ocho años y dueña de casa, cuenta que vivió ese miedo cuando su hijo tenía un año y medio, porque comenzó a hablar sobre otro niño que lo acompañaba a todas partes y con quien compartía diálogos constantes a cada momento. “Era tan chico que me sorprendieron sus monólogos en solitario. Yo sé que soy miedosa y que pude haber exagerado, pero lo primero que temí es que estuviese viendo algo que yo no podía ver. A los cinco años empezó a contarme más sobre la apariencia de este niño que lo acompañaba, y descubrimos que lo consideraba su hijo”, cuenta Araceli: “Estaban juntos todo el día, desayunaban, se acostaban y conversaban. Mi hijo le decía al ‘suyo’ que ‘tenía que portarse bien y hacer las tareas’, y luego cuando le daban pataletas, su ‘hijo’ le decía a él que ‘tenía que hacerle caso a su mamá’, todo en un diálogo privado que no compartía con nosotros”.
Según Mariel Labra, psicóloga clínica infanto-juvenil y miembro del laboratorio Psiquislab de la Universidad de Chile donde trabajan la detección precoz de la psicosis, “los niños en general suelen tener un pensamiento mágico donde predomina la fantasía, imaginan objetos a través del juego e incluso desarrollan conversaciones con un amigo imaginario, y eso es algo que puede llamarles la atención a sus padres como algo ‘anormal’. Socialmente no está aceptado todavía el hablar solo, y se relaciona con trastornos como la esquizofrenia y la psicosis por las señales de alarma que son conocidas por la mayoría, como que en la psicosis un síntoma muy frecuente sean las alucinaciones”.
Eso explica que existan resquemores frente a esta conducta, que en realidad habla más de la vida de los niños que de una fantasía. La revista española Investigación y Ciencia publicó que “los soliloquios de los niños, o habla privada, representan entre el 20% y el 60% de los comentarios que hace un niño menor de 10 años, aunque padres y educadores suelen ver erróneamente en esa conducta un signo de desobediencia, distracción o inestabilidad mental”.
Marcela Moreira expica que el habla privada es una práctica que responde a las demandas de desarrollo del cerebro, porque va entrenando la interacción con el mundo: “Cuando un niño habla solo, está aprendiendo quién es él en el mundo, donde a través del juego de roles y los diálogos, imagina las respuestas que le van a llegar a lo que él dice. Son muchos los aspectos del lenguaje que nacen ahí, por ejemplo las habilidades comunicativas como la intención, el saber respetar los turnos, el trabajar las inflexiones de la voz para darle entonaciones distintas a los discursos, los gestos faciales e incluso el ritmo que se le va dando a la voz”.
Pero lo más importante, es que “esta imaginación desarrolla la creatividad, la organización y sobre todo, la exteriorización de sentimientos que pasan desapercibidos en los niños. Al momento de verbalizar sus pensamientos, la gente que está alrededor puede ir dándose cuenta cuál es su mundo interior y qué cosas está sintiendo”, explica Marcela.
Como lo sintió Araceli con su hijo: “Todo lo que mi hijo explica que su ‘hijo’ está diciendo, es él mismo hablando a través de esta fantasía. Las frustraciones que tiene cuando yo lo reto porque no me hace caso por ejemplo, se las cuenta a su hijo, y luego hace una inflexión de voz y recibe un sermón que él se está diciendo a sí mismo, con frases como ‘tienes que hacerle caso a tu mamá’. Me imagino que todo esto pasa también porque está muy solo, sobre todo en tiempos de Covid, y sé que es normal que necesite a otros de su edad. Por eso, frente a las circunstancias, jamás le obligaría a que esta auto-compañía que tiene desaparezca”.
Siempre hay que estar atentos a los extremos, sobre todo en los niños. Esto no significa que quienes hablan solos tengan una psicopatía inmediata, pues según explica Mariel Labra, “es muy difícil que estas enfermedades se desarrollen en la infancia”. Pero hay un límite muy claro para entender la preocupación de los padres, que es lo que según Marcela Hernández, se produce cuando “el niño no es capaz de diferenciar la ficción de la realidad, y su vida comienza a convertirse en una constante ficción”.
Un niño puede pasar todo el día jugando, pero en su vida, existen hábitos y los ritos que lo conectan con el mundo en los momentos adecuados. “Hay ciertos límites que naturalmente los mantienen en la realidad y que hacen una diferencia con su mundo infantil interior pero sin pasarlo a llevar”, explica Marcela: “El más típico es establecer que a la hora del almuerzo no se juega, se conversa. Los hábitos son los que hacen que se mantenga una agenda mental para pasar de lo solo a lo familiar de un momento a otro. Se trata de hacer que se acostumbren a esas responsabilidades para crear una manera de traer el mundo interno al mundo real y familiar”.
Mariel Labra agrega que “una buena señal de alarma también sería una frecuencia muy excesiva de estos monólogos, que ocurran en contextos que no son los habituales o que los temas y palabras no sean coherentes”. Pero si no estamos en presencia de ninguna de estas señales, no habría por qué considerar el habla privada como algo negativo, sino que todo lo contrario.
La conducta tiene una suma de beneficios que Nicole Reyes (25) cuenta que supieron aprovechar desde su infancia, y que se fue heredando de generación en generación. “Mi madre, mi hijo y yo siempre hablamos solos, desde que tengo memoria. Hasta el día de hoy, cuando vamos al supermercado con mi mamá, ella lo hace para recordar las cosas que tiene que comprar nombrando ingredientes y productos en voz alta. Yo lo hago cuando estoy trabajando, planificando e incluso haciendo el aseo. Cualquier instancia que tengo para pensar en voz alta, la tomo. Hago mapas mentales que después verbalizo casi sin darme cuenta, y luego recuerdo todo por cómo lo escuché”, dice.
“Cuando vi a mi hijo León (5) hacer los mismo, nombrando en voz alta los lugares donde van todos sus juguetes después de haber armado mundos de fantasía con ellos, inmediatamente supe que está desarrollando su imaginación y una estrategia que luego le va a servir”, agrega Nicole. Para Marcela Hernández, psicomotricista, directora del centro CICEP y Máster en Intervenciones Sociales y Educativas Universidad de Barcelona, lo importante en el momento en que se observa al niño organizando su mundo, es entender “que si bien la gente cree que el niño está hablando solo, en realidad nunca lo está; está hablando con alguien que para él es válido, y un mundo interno que sale hacia fuera a través de la palabra para organizarla. Lo mismo pasa con los adultos”.
A Nicole le pasó varias veces ya de adolescente, porque efectivamente, nunca dejó de usar esta estrategia. “Cuando estudiaba, siempre me paseaba hablando sola para relatar la materia y memorizarla. Lo malo es que cuando la gente no está acostumbrada a la conducta, se ríe o te mira raro. Incluso tuve una compañera que cuando me veía hacerlo me decía que estaba loca y que divagaba. Siempre quise tratar de explicarle que eso no era cierto, todo lo contrario, que me sentía muy estable y organizada, pero nunca me tomó en cuenta y me invalidaba porque no lo entendía”.
Pablo Fossa explica que el problema está en como la sociedad, e incluso el sistema educacional, cataloga la divagación y la confunde con el habla privada, una conducta que en realidad hace todo lo contrario: “La vida psíquica se juega en gran medida en ésta habla, sobre todo lo que tiene que ver con las emociones y los sueños, a cualquier edad. Pero se ha catalogado esto como una ‘divagación mental’ o una desconcentración de la tarea, y el problema es que no estamos mirando que las tareas internas son igual de importantes. Eso reivindica nuestros pensamientos y monólogos internos y externos, que no significan que estamos en las nubes, sino que nos estamos ocupando de los afectos, necesidades y subjetividades”.
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