Decrichelle es una mujer camerunesa de 32 años. En diciembre del año pasado intentó cruzar el mar Mediterraneo por primera vez, pero fue arrestada y enviada a prisión, donde fue liberada de inmediato, sólo para ser llevada en taxi a un burdel. Unos amigos cameruneses la ayudaron a escapar. Durante seis meses, vivió en los campos (los edificios abandonados o grandes espacios al aire libre cerca del mar donde los traficantes reúnen a los migrantes) antes de juntar el dinero para pagar otro cruce. Llegó ahí escapando de un matrimonio forzado con un esposo violento. Lo hizo con su hija. Dejaron su país de origen, Nigeria, y fueron a través de Níger a Argelia. Pero cuando llegaron al desierto, la niña enfermó y no pudo hacer nada para tratarla porque no tenía acceso a atención ni a medicamentos. La pequeña murió y Decrichelle tuvo que dejarla atrás antes de continuar el viaje a Argelia. “Quería estar aquí con mi hija. Me duele pensar que estoy a salvo y la dejé en el desierto”, dice entre lágrimas, sentada en el Geo Barents, el barco de rescate que la organización Médicos Sin Fronteras (MSF) ha dispuesto en el Mediterraneo Central.

Decrichelle (la mujer del medio) y otras sobrevivientes en el Geo Barents, después de ser rescatadas. ©Mahka Eslami

Su relato es parte del proyecto ‘Tales of Women at Sea’ (Historias de mujeres en el mar, en inglés) que busca amplificar las voces de las mujeres rescatadas, así como compartir historias de hombres sobrevivientes sobre mujeres importantes en sus vidas. Y es que –como nos cuentan desde la organización– cualquier persona que cruce el mar para escapar de una situación peligrosa o para encontrar una vida mejor se encuentra en una situación vulnerable, pero las mujeres enfrentan las cargas adicionales de la discriminación de género y, con demasiada frecuencia, la violencia de género a lo largo de sus rutas.

Lucía Blanco tiene 41 años y es de Costa Rica. Llegó a trabajar a MSF en 2011 y el año pasado le tocó ser la coordinadora adjunta del proyecto Tales of Women at Sea a bordo del Geo Barents. En entrevista telefónica nos cuenta que las sobrevivientes revelan habitualmente prácticas como el matrimonio forzado o la mutilación genital –que las afecta a ellas o a sus hijas– como algunas de las razones por las que se vieron obligadas a abandonar sus hogares. Muchas mujeres rescatadas también informan haber experimentado diversas formas de violencia, incluida la violencia psicológica y sexual y la prostitución forzada.

Lucía a bordo del Geo Barents ©Nyancho NwaNri

“Quiero estar en un lugar donde pueda vivir como una persona normal de mi edad. Quiero poder dormir por la noche”, fue una de las primeras cosas que le dijo Decrichelle a Lucía al subir al barco. “Por eso yo le digo a ella y a todas las mujeres: ‘nada de esto es tu culpa’. Cada vez que converso con una le digo que es exactamente la misma persona que era antes de pasar por todo esto. El único cambio es que son aún más fuertes”, dice Lucía.

“Es como volver a nacer”

Más allá de las dificultades que enfrentan las mujeres en las rutas migratorias, entre ellas se desarrollan fuertes lazos; se unen para apoyarse mutuamente con las tareas diarias y el cuidado de los niños y niñas. “Todas somos mujeres, nos entendemos, tenemos experiencias comunes y por lo tanto es muy conmovedor verlas a ellas, su lucha, su fuerza y su esperanza”, agrega Lucía.

Y es que es en esos momentos de crisis en donde los vínculos se fortalecen. “Haber estado al borde de la muerte todas juntas y haber sobrevivido, les marca montones. Una vez que están a salvo y que se les ha proveído con lo que se puede de abrigo, de comida, de ropa seca, de limpieza, se empiezan a formar esos vínculos emocionales. Suena como la pirámide de necesidades de Maslow, pero se ve un poco así. Es como volver a nacer. Entran al barco recién arrebatadas de la muerte y empezamos todos a cuidarnos de manera básica. Hay esos momentos emocionales y de mucha intensidad. De nuestra parte es empatía y también admiración por sus agallas por recorrer un desierto y por no darse a rendir”, relata Lucía.

Una mediadora cultural, habla con una superviviente. © Nyancho NwaNri

¿Cómo ha sido la experiencia de trabajar en esto?

Mi vida dio un giro de realización personal super importante. Me siento afortunada. Cada una de las misiones, los momentos de miedo o inseguridad, al final siempre han sido opacados por tanta gratificación que hay en el trabajo.

Nos encontramos con personas de diversos países, con tantas historias diferentes, compartiendo un espacio en una especie de burbuja que no es ningún país, que no tiene ningún gobierno; es simplemente un barco en altamar en donde de verdad se siente una humanidad muy pura. Estamos todos despojados de cualquier otra cosa que no sea, por un lado las ganas de ayudar de parte nuestra, porque tenemos la capacidad y porque sentimos que es lo que debemos hacer; y por otro lado la fuerza de estas personas que se han aferrado a la vida y tienen una pasión por vivir tan grande que ha sido lo que los ha impulsado a tomar esta peligrosa y a veces mortífera, ruta migratoria.

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