Luis Weinstein: El fotógrafo del tiempo
Con más de 35 años de carrera como fotógrafo, Luis Weinstein (58) acaba de lanzar su libro Se venden ilusiones, donde a través de 28 fotos retrata instantes cotidianos del Chile de la década de los 80. "Para hablar del pasado hay que hacerlo desde el archivo", dice.
Paula 1201. Sábado 4 de junio de 2016.
"Solo me saco la cámara de fotos para dormir", es lo primero que dice Luis Weinstein cuando se sienta en un café en Providencia, deja la cámara en la mesa y pide un expreso que luego se toma en segundos. El hombre del tiempo, quien augura sistemas frontales, vaguada costera o estratos bajos en TVN desde hace 25 años, no pasa desapercibido con su metro 94 de altura, pelo blanco y ojos celestes. Con su cámara Nikon digital al hombro, todos los días camina siete kilómetros por Santiago esperando el momento preciso para disparar. Cuando la olvida en su casa, no aguanta una cuadra sin sentir ese golpe constante en el costado y vuelve a buscarla. Weinstein se formó con los maestros del Foto Cine Club –uno de los primeros espacios para estudiar Fotografía en Latinoamérica– y realizó sus primeras exposiciones a fines de los 70. Experiencia que lo llevó a ser parte del directorio del Festival Internacional de Fotografía de Valparaíso por 7 años. Ha expuesto en Europa y ha sido gestor de las exposiciones fotográficas de mayor éxito en Santiago, como la de Sergio Larraín.
Sus inicios en el oficio de la fotografía se remontan a una época en que ese arte jugó un rol fundamental en la narración de lo que estaba pasando en Chile. Y son justamente esos complejos años lo que rescata en su último libro Se venden ilusiones –el segundo de un total de cuatro que lanzará– y donde, a través de 28 fotos en blanco y negro, tomadas desde septiembre de 1985 hasta noviembre de 1988, relata la historia de un Chile cotidiano: una señora almorzando en una barra de un restorán, personas sentadas en una micro escuchando a alguien tocar guitarra, hombres fumando en un bar mientras toman un trago o gente caminando por el centro. "Usar el archivo como base de este libro responde a una necesidad de poder ver hoy las cosas desde otra perspectiva. Para hablar del pasado hay que hacerlo desde el archivo", afirma Weinstein.
"Siempre han considerado que mi fotografía es apolítica, lo que creo que es una crítica muy ingenua. Yo me acerco desde otro lado a ella porque es muy cortoplacista plantearse la fotografía solo en esos términos. Hoy, a 40 años del Golpe, tienes que vincularte de otra manera a la gente para hablar de esos años", afirma Weinstein.
¿Qué buscas contar con este libro?
Lo que quiero mostrar es que, a pesar de lo difícil que fueron los 80, la gente no dejó de vivir, sobrevivió. Las personas se siguieron casando, siguieron saliendo a bailar, siguieron comiendo. Y fueron precisamente esos instantes usuales los que me interesaron volver a mostrar. Porque al final no fueron solo los exiliados quienes hicieron que ocurriera el NO, sino que los que se quedaron acá. Sin ellos no hubiese pasado. Con toda esa información traté de armar una atmósfera en el libro, donde la decisión de qué papel se usa, si la foto va a página completa o no, o si el tono del negro es más o menos intenso, busca evocar algo en el espectador para que este se haga parte de este pedazo de historia.
Cuando vas por la calle, ¿qué te hace disparar?
Después de tantos años en este trabajo uno desarrolla la capacidad de previsualizar la foto en la cabeza y saber, casi en su totalidad, cómo se va a ver. Lo que siempre ando mirando son esquemas de luces que aparecen en la calle, como un rayo de luz que ilumine un plástico o que contraste con un árbol. Luego pasan cosas que van armando la composición, como alguien que justo pasa en bicicleta o una mujer caminando. En todo este proceso la distancia es un componente esencial, como decimos los fotógrafos "si la foto no es lo suficientemente buena es porque no estabas lo suficientemente cerca".
Mirada de reojo
La fotógrafa y curadora, Andrea Jösch, destaca en la obra de Weinstein la búsqueda del archivo para la narración de una época. Una etapa deshumanizada, cruzada por la dictadura, donde él aporta una mirada de reojo, desde la cotidianidad. "Hay una sutileza en entender que el mundo, con sus pequeñas cosas, también puede ser humano. En esa humanidad está la micro política de la vida cotidiana donde están las pérdidas, las ilusiones, donde estamos todos involucrados. No es mirar para el lado. Es ver el contexto político-social en cosas que uno ha dejado de mirar", dice.
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