Paula Digital.
¿Cuántos "yo" pueden convivir en una persona? ¿Tenemos todos alguna clase de alter ego que eventualmente sale a la luz? La semana pasada estaba en un cumpleaños cuando Manuel —uno de mis mejores amigos— llegó vestido de mujer. O más bien de Manuela, una señora elegante y distinguida que se bajó de un taxi con un abrigo largo que cubría las lentejuelas, joyas y el brillo que casi siempre usa ella para salir. Manuela lleva aros colgantes con perlas, es alta y camina sobre plataformas que ni yo podría usar con esa gracia. Cuando ella/él entró al living, su energía felina llenó el espacio. Manuela —tan distinta de Manuel— saludaba a todos con dos besos, gesticulaba femeninamente y hasta hablaba de otra manera. Y me pasó algo raro. Manuela me era desconocida. Hace más de diez años soy amiga de Manuel, y Manuela no figuraba en mi registro.
No me atrevería a definir a Manuel como travesti. Pienso más en Manuela como un alter ego de mi amigo; el lado kinky de una identidad artística que se está construyendo y que exacerba —hasta el extremo— el universo femenino. Y que por cosas de la sociedad y del entorno en el que vivimos, hoy, la existencia de Manuela sigue siendo un proyecto para Manuel; un juego de claroscuros; darle forma a ese "otro yo" a través de fotos y videos que mi amigo sube a sus redes sociales; llegar vestido de ella cuando la situación y la tolerancia lo permiten.
Intuyo que Manuela irá ganando terreno en Manuel, ya que las identidades sexuales son móviles, es decir, una persona —más allá del género— puede tener distintas preferencias y alter egos, que es lo que pienso que pasa aquí. ¿Es Manuela, acaso, ese otro lado artístico de Manuel? ¿Es, en esta identidad secreta de mi amigo, que aparecen mis propios fantasmas?
Me gusta la figura del travesti porque representa bien esta idea de ser dos personas al mismo tiempo: una mujer en el cuerpo de un hombre. Y aunque no me voy a meter a categorizar sobre el género y las preferencias sexuales de cada quien, lo que veo y que me interesa en Manuel/Manuela es la escisión. El corte donde Manuel decide vestirse y actuar como ella. ¿O es al revés, y Manuela ha estado viviendo ahí, arrinconada, sin poder darse a conocer? ¿Y acaso no estamos siempre disfrazándonos y mostrando un lado —y no otro— según el momento y el contexto? Entonces: ¿no hay algo de Manuel/Manuela en todos?
Esa misma escisión es una dualidad en la que vivo y con la que me cuesta reconciliarme. Ya que hay una yo que escribe e imagina su propia isla literaria, y otra, que vive en lo cotidiano, paga las cuentas, va a la feria y no tiene nada que ver con la ficción. A veces —la mayoría del tiempo— preferiría ser más la primera que la segunda, pero hay que sobrevivir y adaptarse, entonces, tiendo a guardarme a esa otra que soy cuando escribo porque, al igual que Manuela, no calza.
Antes de irme le digo a Manuela que se devuelva en un taxi conmigo como para conocernos de nuevo, pero ella me dice que irá a bailar. Hay que ver qué le depara la noche, afirma, mientras se retoca el rouge y se mira al espejo. Se ve espléndida, ella lo sabe, así que no hay más tiempo que perder, ahora que por fin está aquí.