"Tú vas a ser la mejor mamá para ese niño, que no te quepa duda de eso", me dijo mi prima matrona unos meses antes de que naciera mi guagua. Mi primera guagua.
Ser mamá me cambió la vida de un golpe, de una forma mucho más linda y fuerte de lo que habría pensado jamás. Se me dio vuelta el mundo y sentí que el corazón me creció varios centímetros.
Pero aprender a ser mamá no es fácil. No creo que alguien se atreva a decir lo contrario. Con ese amor desbordante aparecen al mismo tiempo sentimientos y emociones muy diferentes, que van desde la ternura al miedo. Creo que nunca había sentido miedo real hasta que me di cuenta de que la vida de mi hijo dependía de mi y de su papá. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo voy a lograrlo si yo no sé nada?
Con esas preguntas tatuadas empecé a vivir, sin manual. Como lo hacen todas. Me imagino que por eso es natural que muchas veces uno pida ayuda, que pregunte a la mamá, a la suegra, a las amigas, a las mujeres que tiene cerca y que también son mamás. Casi siempre las respuestas son diferentes, y si bien muchas veces son muy útiles y nos solucionan la vida, otras tantas no tanto: uno queda igual y tiene que elegir a quién hacerle caso. Y al resto, darle explicaciones.
En mi caso, al principio gasté mucho tiempo dando explicaciones. De por qué mi guagua tomaba esas vitaminas y no las otras, de por qué dormía de tal manera, de por qué le daba leche en tales horarios, de por qué el pediatra me había dicho "eso" (como si yo fuera la que hubiera estudiado medicina). Y en reiteradas ocaciones justificar por qué quería o no hacer algo o por qué me complicaba tal panorama, como si estar cansada y querer estar con mi guagua no bastara.
Creo que a medida que pasaron los meses empecé a empoderarme un poco más con la maternidad, pero no es fácil. También dejé de dar explicaciones, porque cansa. Y una cuando es mamá de un recién nacido, ya está cansada.
Hay que creerse el cuento. Saber que verdad eres la mejor mamá para tu hijo y sabes mejor que nadie qué es correcto para él y para ti. Y repetir eso como un mantra.
Todos los días tengo que hacer un trabajo mental por creerme el cuento y reafirmarme como mamá tomadora de decisiones. Por eso, propongo que a modo de sororidad nos ayudemos a tratar de no cuestionar, ni de imponer, ni de juzgar, para que así cada mamá se empodere con su maternidad. Quizás así dejemos de sentir que tenemos que dar explicaciones.
Emilia (29) es mamá y periodista.