“Me dijeron que dependería toda mi vida de pastillas, pero me rebelé”
A los 46 años, a Carolina Oporto le diagnosticaron una serie de enfermedades y le advirtieron que no le quedaría otra alternativa que tomar medicamentos toda su vida. Con aprehensiones, se dio una última oportunidad y cambió radicalmente la forma de alimentarse. Hoy no toma ningún remedio.
“En 2021, con 46 años, ya tenía varios diagnósticos: gota, diabetes, hipertrigliceridemia, hígado graso, entre otros. Me acuerdo que la doctora me sentó y me dijo: ‘Esto es crónico. Tendrás que tomar medicamentos toda tu vida’. Estaba claro que no iba a salir de eso.
Mis índices de salud estaban saliendo malos hace un tiempo. Soy terapeuta e Instructora de Yoga RAI, un método creado por tres mujeres chilenas, cuya sigla significa Reconocer, Aceptar e Impactar, a ti mismo primero y luego a tu entorno. Este método indica que siempre podemos decidir cual será nuestro foco: o seguimos haciendo lo mismo, o decidimos hacer algo diferente para obtener resultados distintos.
Yo, en mi salud, opté por esto último. El camino no se veía nada de fácil, pero observar, sentir y experimentar con el cuerpo para saber lo que nos hace bien o mal, ha sido un tremendo regalo. Cuando encontré mi camino en la alimentación, cambió todo: la energía, el descanso, la piel, el ánimo. Me cambió la vida. Nadie nos enseña que todo depende de nuestra alimentación, pero cuando nos alimentamos mal, el cuerpo grita. Te sientes cansada, pesada, duele. La mayoría de las veces no escuchamos y lo llevamos al límite, y así llegamos al médico a apagar los distintos incendios y terminamos con pastillas para cada dolencia.
Vengo de una familia típica chilena, bien tradicional. En mi casa siempre se comía cazuela, charquicán, carbonada. De desayuno comíamos pan con algo, siempre jugo de frutas, a la hora de comida arroz con carne, fideos con salsa, los fines de semana a veces tomábamos trago, pero nada en exceso. Todo era común, no comíamos ni muchos procesados ni nada fuera de lo normal. Por lo mismo, jamás se me pasó por la cabeza que todos mis problemas de salud podían tener que ver con la alimentación.
No voy a mentir que sí me hacía un poco de ruido que, comiendo de forma sana, tuviese un cuerpo grande. Mido 1,58, y en ese entonces pesaba 126 kilos. Recorrí muchas nutricionistas, y comía sano, según lo que me habían enseñado, y cada cuatro horas. Siempre me moría de hambre y me dolía la cabeza, entonces duraba un mes en las dietas y mandaba todo a la cresta. No era capaz de sostener esos ‘hábitos saludables’ que me enseñaban las nutricionistas.
De cierta forma, después de ese diagnóstico en que me dijeron que dependería para siempre de las pastillas, pensé que no tenía otra opción: debía someterme a un bypass gástrico. Fui a las consultas donde uno pasa por una serie de expertos y me explicaron que el estómago era un músculo y con esa operación debía comer poquito para siempre. No me hacía sentido. Ahí fue cuando me salió mi parte rebelde y dije: Esto no puede ser.
Una compañera de la escuela del Método RAI me mencionó la existencia de Catalina Valdés (catavaldes_healthcoach), una coach de salud que te ayudaba a cambiar hábitos y te enseñaba a comer. Tenía ciertas aprehensiones, pero ya no tenía muchas alternativas. Decidí contactarla y unirme a los cursos que hacía.
Ahora, mirando hacia atrás, me pregunto cómo hemos sobrevivido los seres humanos hasta ahora con tan poca información sobre nuestros cuerpos.
Dejar las pastillas
Quizás es lo más básico del mundo, pero a la vez es lo más difícil: tuve que aprender a comer de nuevo. Cuando aprendes de dónde viene todo lo que te inflama y todas las consecuencias que puede tener en tu organismo, descubres un mundo.
¿Cuánto te imaginarías que algo como el ácido úrico puede tener alguna relación con cómo metabolizas el azúcar? Uno, y la medicina tradicional también, tiende a ver el cuerpo como algo por separado. Cada órgano por su parte. Sin embargo, en estos cursos lo primero que te explican es que el cuerpo es un todo, todo está relacionado, y la base de todo, es el intestino. Si no está limpio, seguramente funcionará mal. Limpiarlo es como destapar una cañería. Por ejemplo, yo tenía hígado graso, pero nadie te dice que tomar jugo de frutas es un veneno para el hígado, por la fructosa. Al final, te das cuenta que la educación emocional y alimentaria son el foco y el puntapié inicial para realmente tomar el toro por las astas y darte cuenta que eres dueña de tu propia salud.
Partí dejando el gluten, y vi cómo me fui desinflamando. No soy celiaca ni tengo intolerancia, pero si consumo gluten amanezco con los ojos inflamados. Antes no sabía que era consecuencia de eso, pero ahora lo sé. Si no hubiese sacado el gluten de mi dieta probablemente nunca me hubiese dado cuenta, lo mismo con el azúcar y la mayoría de los alimentos que contienen ambos componentes.
Al principio, con todos estos cambios e información, uno se desespera. Se pregunta: ¿y ahora qué? ¿Qué voy a comer, cómo lo debo hacer? Hay que acostumbrarse e imaginarse la cocina en los años 60 o 70, cuando el tomate solo se comía en verano, y la naranja y kiwi solo en invierno. Es como volver a las raíces. Todo este camino lo hice con mi mamá, que es diabética y además desarrolló cáncer de mamas. Antes, sus niveles de azúcar en la sangre eran de 320, ahora son de 80. Le cambió la vida.
Dejé de tomar todas las pastillas cuando mis niveles de ácido úrico salieron normales, que fue alrededor de tres meses después de empezar los cambios. Me reviso permanentemente todos los niveles en exámenes médicos y todo me sale normal. A veces no lo puedo creer. Ahora peso 90 kilos, y podría decir que bajé casi sin darme cuenta. Sé que todavía me queda camino por recorrer, pero sigo feliz e ilusionada de que voy por el camino correcto.
Es muy loco que cuando estás nutriendo a tu organismo con lo que corresponde, el hambre es mucho menor. Es al revés de lo que la gente piensa. No es que no comas porque tienes hambre y te regulas, o porque tu fuerza de voluntad es grande. No. Si lo nutres bien, tu organismo no siente hambre.
Obviamente cada experiencia es distinta y cada persona tiene que vivirlo como individuo. Somos todos seres distintos viviendo situaciones similares. A lo mejor mi reacción al gluten no es la misma que pueda tener otra persona, así como tu reacción al azúcar puede ser peor que la que yo tengo. La última vez que comí azúcar en una reunión familiar, caí dormida poco después de pararme de la mesa. Ahora sé que, si quiero tener energía, no puedo comer azúcar.
Ahora toda mi familia come como yo. Mi marido tiene una hernia en el hiato, lo que significa que los jugos gástricos del estómago suben al esófago constantemente. Comiendo así sus síntomas disminuyeron un montón. Insisto que lo más impresionante de todo esto es que nadie te enseña de alimentación.
Es muy lindo ver cómo uno puede ser dueña de su estado emocional y alimentación, y cómo puedes enseñarles a tus hijos a ser parte y a crear buenos hábitos alimenticios, invitarlos a la cocina. Mis hijos tienen hoy 17 y 14 años y si bien a veces siguen comiendo papas fritas o Cheetos, son conscientes que al otro día se sentirán mal, por lo que tratan de acompañarlo de agua con limón o de comer verduras antes para digerirlos mejor.
Mucha gente dice que es más caro comer de la forma que yo lo hago: básicamente alimentos reales, no procesados, sin gluten y sin azúcar. La verdad es que no es tan así. La proteína es quizás lo más caro, pero hay miles de opciones que van desde cortes de vacuno más económicos hasta el pollo o los huevos, que son una fuente rica de nutrientes y accesibles. Por lo demás, hay que ver también el factor costo-beneficio. Hoy me preocupo mucho más de qué comer, pero no compro pastillas”.
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