“En mi familia somos super unidos. Si a alguno le pasa algo, el otro siempre va a estar ahí para apoyar.
Cuando tenía 21 años, me eligieron para donarle óvulos a mi hermana mayor. Somos cuatro, yo soy la menor y tenemos mucha diferencia de edad. Ella llevaba cinco años tratando de tener hijos con su marido y no habían podido, lo que les había generado una serie de problemas y muchas frustraciones. Yo la había visto sufrir mucho, y en eso, una de mis hermanas habló conmigo y me dijo que yo era la mejor opción.
Cuando me lo pidieron por primera vez, de inmediato algo me incomodó. Sabía que sería un tema con el que cargaría toda mi vida. Por alguna razón pensé que ese hijo o hija sería muy parecido a mí. Yo había recién terminado una relación de siete años, estaba muy sensible y dije que no, pero pasaron unos meses y me lo volvieron a pedir.
Fue ahí cuando pensé que no me quedaba otra. Me convencí de que no lo iba a pensar tanto, y de alguna forma sentía que si hacía esto por mi hermana, la vida me iba a sonreír siempre.
Este era un tema entre hermanas, por los que mis papás se hicieron a un lado. En ese momento, de alguna manera me sentía la salvadora de la familia. De ahí en adelante, todos me iban a valorar más.
Me pidieron que no le contara a nadie. Esto era un secreto familiar. Solo podía elegir a una amiga para contarle, y así lo hice, pero éramos chicas. Apenas le conté, nos fuimos de fiesta. Lo único que quería era olvidar lo que hice.
Nunca nadie me explicó bien cómo era el proceso. Era extremadamente pudorosa, y los primeros 15 días mi cuñado -con quien formaríamos el embrión- fue el encargado de ponerme las inyecciones de hormonas. Cuando fuimos a la clínica, era un día invernal y gris. Era todo tan frío y secreto, que sentía que estaba haciendo algo ilegal. Todo el personal de la clínica era muy serio y hacían que todo pareciera un trámite. El doctor me decía que no podía tener relaciones con nadie porque si lo hacía, me quedaría embarazada de tres o hasta de cinco. Estaba muy sensible y no tenía con quién hablarlo. Por un lado, me convencía a mí misma de que estaba haciendo la mejor acción de mi vida, y por el otro lado me sentía muy rara.
Para mí, la extracción fue muy traumática. Insisto, yo era muy pudorosa. Me pusieron en posición ginecológica y entraba y salía gente todo el tiempo de la sala. Me pusieron anestesia y cuando me desperté, una señora me estaba pegando cachetadas porque no lograba despertar. Estaba en otra pieza rodeada de mujeres. Recuerdo que lloré y pedí que me sacaran de ahí.
Lamentablemente nadie se planteó qué era lo que pasaba conmigo, ni me preguntaron mucho qué sentía. En algún momento se me ofreció terapia, pero yo dije que no. No quería ahondar más en el tema. Todos dieron por hecho que lo que había donado era solo una célula, una manera segura para que mi hermana pudiera llegar a ser mamá y listo. No recuerdo muy bien, porque tengo ese período muy bloqueado, pero recuerdo que pasaron meses sin haber sido abordada. Mi mecanismo de defensa fue decir que todo estaba bien.
La primera vez que mi hermana se hizo el tratamiento in vitro, no resultó. Una parte de mi se alegró de que eso pasara, pero otra parte quería que funcionara. La segunda vez resultó. Veía a mi hermana embarazada, todos muy emocionados y felices, pero nunca hubo ningún reconocimiento conmigo. Una vez le dije a otra de mis hermanas que la guagua iba a ser mujer e iba a ser muy parecida a mí. Así fue. Es mi copia, no solo física, sino también en muchos rasgos de personalidad.
Cuando ella era guagua yo la ignoraba. Tenía mucha rabia de que no hubiese ningún reconocimiento. Estuve callada durante diez años, y en todos esos días de la madre en que no fui reconocida, sentía pena, angustia y rabia. Me escondía.
Tuve mucha rabia por la falta de reconocimiento. Llegaba a las cosas familiares y no hablaba. Como sabíamos solo el núcleo, cuando íbamos a cosas familiares más extendidas y alguien decía que era igual a mí, me daban ganas de decir “sí, porque es un óvulo mío”, pero no podía. Todos se quedaban callados, porque cuidaban a mi hermana mayor.
En el eclipse de julio de 2019, estaba con una amiga cuando me preguntó de la nada qué haría si una hermana mía no pudiera tener hijos, si le prestaría mi útero. Yo le dije que no, pero que sí le donaría un óvulo. Ella me miró y me dijo “si hicieras eso sería tu hija”. Eso gatilló aún más rabia contra mi familia. Pensé: me mintieron, me engañaron, abusaron de mí. Ahí entendí por qué todos esos años había sentido algo extraño al ver crecer a mi sobrina.
Fue a raíz de eso que decidí encarar a mi familia. Al primero que llamé fue a mi papá. Hablamos un largo rato. Se sentía muy culpable de no haberse dado cuenta que, por ayudar a una hija, le había generado un gran daño a otra. Durante todos esos años que no pude hablar del tema, llegaba a las reuniones familiares y no hablaba mucho. Mis papás me pidieron perdón por no haberse dado cuenta de lo que había generado todo esto en mí. Pensaban que yo era más seria e introvertida no más. Fui durante tres años y medio a terapia dos veces a la semana y él me la regaló.
También lo que gatilló la idea de terapiarme fueron mis relaciones. Con mi familia no sabía relacionarme y, en el caso de las parejas, eran tóxicas. No existía el amor propio, yo me había postergado. Estuve muy mal porque el tema era tabú. Poco antes de enfrentarlo con mi familia, me pasaba que había gente que me preguntaba por qué estaba callada y yo lo contaba. Sentía que era la historia de mi vida, lo que explica por qué soy como soy, pero después de hacerlo siempre me sentía culpable, desleal con mi familia.
Cuando enfrenté a mi familia les dije que esta era mi historia, y que yo era quien era gracias a ella, pero que no me dejaban contarla. Les dije que no quería culparlos, pero necesitaba terapia. Hablé uno por uno. Fue muy triste porque fue como si yo estuviese dejado la embarrada, pero para mí era resolverme.
Mi sobrina ya sabe. Eso lo tomé como mi misión, porque sabía que este tipo de secretos familiares a la larga generan traumas en los niños. Les insistí mucho que teníamos que abordarlo. Me sentía como que yo era la que estaba haciendo el mal, pero finalmente a mi sobrina le contó mi hermana.
En el fondo, todos en mi familia lo vieron como si fuera una donación de sangre, de células, pero para mí esa célula era verme a mí. Una hija biológica. Yo en un minuto decía, es igual a mí, y la terapia me llevó a entender que en realidad la madre es la que cría, por lo que no es mi hija. Todo eso lo tuve que ir racionalizando. Tuve que entender también que no era solo yo. Esto lo hicimos entre tres, y si cualquiera de esas piezas faltara, no existiría ella.
Mi psicóloga me dio de alta en diciembre. Hoy estoy super resuelta con el tema, y creo que haberlo hecho es lo mejor que me ha pasado en la vida.
Al final, cuando vas hablando con todos, vas empatizando con sus puntos de vista. Entiendes que no tenían las herramientas, que no sabían nada. Ahora doy gracias que me entienden y me apoyan, agradezco que vamos juntos en este camino. Hoy no es que sepa todo el mundo, de hecho, en mi familia más extendida lo saben solo dos primos, pero lo hacemos por los niños. Yo también tengo que cuidar a mi familia, porque todos se han sentido muy culpables. De todas maneras, agradezco su apoyo hoy. Antes estaba sola, ahora tengo gente en quien apoyarme.
No quiero echarle la culpa a esta historia, pero ya no sé si quiero ser madre. Veo como todas las mamás alegan y no sé si quiero hacerme la vida más difícil. Si voy a ser mamá, tendría que estar con alguien que me empuje a eso, y no ha sido el caso. Tengo 36 años, y el año pasado congelé mis óvulos, porque mi psicóloga me llevó a eso. Otra vez la anestesia me llevó a los lugares más oscuros. Les grité: me usaron. Fue como un destape.
Pese a todos los costos que ha tenido esta historia para mí, si volviera atrás hubiese dicho que sí de nuevo. Recomendaría de todas maneras que alguien lo haga con su hermana, pero normalizándolo, que no sea tabú. Si como familia hubiésemos enfrentado esto como algo normal, creo que la historia sería muy distinta.
Todavía queda un embrión. En la pandemia, cuando yo había hablado con mi familia y estaba terapiándome, mi hermana me preguntó si podía ponérselo. Le dije que no volvería a pasar por esto. Ella lo tiene concientizado de otra manera. Cuando le dije que no, me preguntó si me lo quería poner yo. Le pedí que dejaran de hacerme cargar con cosas de este tipo. Es muy delicado el tema, porque yo me terapié harto tiempo, y ella también, pero las dos lo vemos de distinta forma.
Con todo, mi sobrina hoy tiene nueve años y puedo decir que no puedo estar más feliz del acto que hice. Soy lo que soy gracias a eso. Estuve callada diez años y me cambió mucho la vida, pero hoy soy una persona muy feliz de haber hecho lo que hice. Esto iba a ser un secreto para toda la vida, pero desperté.
Esta es mi historia, yo soy quien soy gracias a esto”.
Olivia (su nombre fue cambiado para resguardar su identidad y la de su familia).