Antes de conocer a Karim nunca se me pasó por la cabeza que iba a celebrar mi matrimonio en Marruecos, ni menos que iba a terminar viviendo en una ciudad llamada Agadir de la que prácticamente no sabía nada. 

Nuestra historia la comenzamos a construir hace poco más de tres años, cuando ambos coincidimos en París en la casa de unos amigos en común. Yo había elegido esa ciudad para perfeccionar mi francés mientras trabajaba como Au Pair (niñera). En paralelo, él había terminado la universidad y buscaba trabajo en su Francia natal. 

Me acuerdo que esa noche no paramos de conversar. Y rápidamente descubrimos que teníamos mucho más de lo que creíamos en común. Karim hablaba perfecto español porque durante su época universitaria vivió una temporada en Colombia, el mismo país en el que me radiqué con mi familia cuando era una adolescente. Lo más me gustó de él fue su trato hacia los demás; siempre muy preocupado por sus amigos y porque todos se sintieran cómodos. Después de esa noche nos seguimos viendo, y al poco tiempo ya estábamos saliendo formalmente.
Hasta ese momento, tenía la idea de quedarme unos meses más en Francia y luego instalarme en Chile, donde me imaginaba echando raíces después de varios años viviendo en el extranjero. Pero el día que me senté frente al computador, no fui capaz de comprar el pasaje. Me imaginé sin Karim y el corazón se me apretó de pena. No quería alejarme de él. Así que decidí posponer mi retorno.
Nos fuimos a vivir juntos, pero nuestra estadía en París comenzó a complicarse. Ninguno de los dos encontraba trabajo en su profesión y eso comenzó a preocuparnos porque ni siquiera podíamos arrendar un departamento. Vivíamos unas semanas con amigos, otras en Airbnb. La inestabilidad económica nos llevó a pensar en mudarnos a otra ciudad. Él me propuso que probáramos suerte en Agadir, una localidad ubicada al sur de Marruecos, donde existía un colegio que había sido fundado por su familia y en el que nosotros podríamos trabajar. 
Después de darle varias vueltas, la idea me entusiasmó y al poco tiempo armamos nuestras maletas. No voy a negar que al principio a mis papás, hermanas y amigos la noticia les inquietó. Me iba a ir lejos y a una cultura que no conocían. Aunque entendí sus preocupaciones y por supuesto escuché sus consejos, no renuncié a nuestro plan. Sentía que la mejor forma de conocerlo a él era compartiendo con su familia y conociendo sus costumbres. Sólo así podía estar segura de dar el siguiente paso. 
Desde el momento en que pisamos Marruecos, su familia -que es igual de aclanada que la mía- me recibió con los brazos abiertos. Ellos jugaron un rol fundamental en mi proceso de adaptación. Los papás de Karim no son musulmanes practicantes, de hecho no tenían ningún problema con que nosotros convivieramos, pero me fueron guiando para que conociera aspectos de esta cultura y pudiera así involucrarme activamente en la sociedad sin problemas. 

Cosas que aprendí: los marroquíes dejan las demostraciones de cariño para la intimidad del hogar. En público, en cambio, mantienen la distancia entre hombres y mujeres; las parejas no se toman de la mano ni se besan. El alcohol está prohibido y hay hombres que se sienten con el derecho a seguir o hablarles a las mujeres en la calle cuando las ven caminando solas. Una conducta que nosotros hemos ido superando en Latinoamérica y Europa, pero que en algunos lados sigue siendo aceptada. 

Por mi parte, rápidamente busqué soluciones a estos temas ya que no estaba dispuesta a transar mi independencia. Y para eso, cuando salgo sola, siempre llevo a mis perros conmigo para que alejen a cualquier extraño que quiera molestarme. También cuando voy a la playa, porque Agadir es una capital del surf, uso bikini y me ubico cerca de alguna familia para que a ojos del resto parezca que ando con ellos. 
A pesar de esto, a veces siento que nado un poco contra la corriente porque hay ciertas conductas que me cuesta entender, como por ejemplo que algunos hombres casados y muy religiosos ni siquiera te miren a los ojos o te respondan cuando les hablas. Pero no por eso voy a cambiar mi forma de ser, así que sigo saludando a todo el mundo cuando entro a un lugar, sin importarme si contestan o no. Hay momentos duros, también, en que siento que mi carácter latino no encaja en esta cultura donde las personas son más serias y reservadas. Pero ahí es cuando me apoyo en Karim y en los amigos maravillosos que hemos encontrado, quienes me alientan a conservar mi esencia y no preocuparme de lo que opinen los demás. 
Hace poco menos de un mes nos casamos en Agadir en una fiesta que duró dos días y en la que estuvimos acompañados por toda mi familia y un gran grupo de amigos chilenos que viajó especialmente para estar presentes en este día tan importante. Estoy muy tranquila con todas las decisiones que tomé estos últimos años porque pese a las diferencias culturales, con Karim compartimos la misma visión de mundo. Creo que en nuestro caso la convivencia fue fundamental. Si puedo darle un consejo a alguien que esté viviendo una historia de amor similar a la mía, es que primero conozcan la cultura del otro. Lo más importante es que sean honestos sobre si estarán dispuestos a aceptarla en sus vidas. 

María Jesús Satta es administradora de empresa y negocios internacionales y actualmente trabaja como profesora en un colegio de Agadir.