“Martes por la tarde y, después de siete días, llegaba el momento de volver a mi casa. Mis viajes cada vez se extendían más, en un afán de al menos ganar un día con él y poder sumar ese tiempo a nuestra historia. Armé mis maletas y me vine con más cosas de las que me fui. Y no hablo solamente de la ropa que compramos juntos, hablo de cosas más profundas.

Durante los nueve meses que salimos a distancia, me vi en cada uno de nuestros encuentros tratando de ser lo que creo que él estaba buscando, guardándome muchas veces las ganas de ser yo misma en la cama, aquella a quien cuántas veces consideré un bicho raro por mi sexualidad desbordada desde que era una niña, por mi curiosidad por las sensaciones de la piel y el placer a tan temprana edad, por haberme reprimido tantas veces porque era inmoral o porque a las monjas todas esas ganas les parecían mal, una niña directo al infierno, con deseos y calores internos reprimidos.

Esta vez yo fui mi propia monja, reprimiendo las ganas, durmiendo a su lado un tanto frustrada por no poder decírselo, por creer que ser como soy estaba mal, o por la simple idea de que él me rechazara por tenerle tantas ganas, por esperar, para no abrumarlo, que fuera él quién sexualmente me buscara.

Y nos hicimos mucho cariño, hubo muchas escenas de abrazos y besos, pero sospeché que más de una vez él también quería decirme algo y por temor, quizás a que me rompiera la calma (porque soy una mujer que en la frustración llora con mucha facilidad) no las dijo. Yo sabía que había algo ahí, bajo las sábanas, que no estábamos verbalizando y con lo que yo no me quedaría tranquila.

Y al volver a mi casa, tuve paz sólo un día. Me ganó la ansiedad y quise saber en qué estábamos, quería saber qué era eso que había oculto en esa cama. Se lo pregunté a la distancia y antes que me respondiera yo ya había dado la situación por perdida, por costumbre y por inseguridad también. Quería decirle todas las veces que quise que nuestros abrazos se convirtieran en algo más, en mucho más. Besarlo y que nos sobrara la ropa, contarle cómo a mi cuerpo le despierta todo, cuánto me mataban las ganas de tener más sexo juntos y no levantarnos nunca más de esa cama. Y a mí modo se lo dije, dialogamos largo rato, como se pudo, por mensajes que iban y venían, con un nudo gigante en la garganta, desde el trabajo, con los jefes encima, porque no puedo negar que había un temor gigante a perderlo.

Para mi sorpresa recibí una respuesta que no me esperaba y en ese dialogo entrecortado, ambos pudimos descubrir que éramos el mismo bicho raro y que los dos habíamos reprimido las ganas de ser quienes queríamos en la cama por miedo a incomodar al otro, en una idea errada de lo que el otro era, de lo que el otro deseaba. Porque gente como nosotros, con las ganas desmedidas y el sexo desbordado, no es muy fácil de encontrar.

Por todas las cosas que no hice con él, por reprimirme en la cama, por no haber tomado la iniciativa, por ese miedo eterno y el buscar que me reafirme a cada segundo que sí le gusto, que sí me tiene ganas, incluso con él demostrándomelo y diciéndomelo, me rendí y me ahogué en esa antigua y agotadora versión mía que no se sentía merecedora de amor, que no era correspondida, a esa que hasta ese momento se veía en el espejo aún con ojos antiguos, a esa yo agotadora que seguía sufriendo sin que ya nada en lo externo provoque ese sufrimiento como por inercia y costumbre, a esa yo que ya no cabe en mi cuerpo ni en mi vida.

Hace un tiempo que dejamos de hablarnos, se enfrió nuestra relación por la distancia y por la falta de comunicación. No sé si volveremos a vernos y si tendremos la oportunidad de rehacer nuestro camino en la cama. Hoy no está, hace días no sé nada de él y en el darle su espacio y tiempo también me doy el mío. Y me siento bien, porque en esta historia me permití conocerme y con sus muestras de cariño aprendí a no sólo recibir abrazos, sino también a darlos y a entender que sí hay historias lindas para mí dónde sí soy correspondida, donde sí puedo ser amada, con hechos más que con palabras.

Acepto esta historia con cariño y todas mis historias para atrás, porque cada una me trajo hasta aquí, donde puedo verme y amarme con ojos nuevos, donde puedo abrirme al amor sincero, donde puedo decir lo que quiero en la cama y darle espacio al otro para que también lo haga, donde pude mostrarme tal cual fuera de la cama y desde ahora también en la misma. Prometo no volver a reprimir mis ganas, abrazarme en todo como mujer, en lo sexual, curiosa y viva, tantas veces reprimida y que yo quiero redescubrir y liberar y sospecho que la vida se pondrá desde ahora mucho más divertida.

Leonora tiene 32 años.