Cuando nació mi hija, jamás imaginé que la maternidad sería como ha sido. Yo tenía solo 18 años y no pensé lo que esto significaría, más aun siendo mamá soltera. A pesar de todo, ella ha sido una bendición. Y es el motor que me hace seguir adelante ante las dificultades.

Recién hace un año y medio pudimos cambiarnos de la casa de mis padres, de quienes estoy infinitamente agradecida, e irnos a vivir las dos solas, un proceso que ha sido tremendamente enriquecedor porque la he aprendido a conocer más. No ha sido fácil. Ella actualmente tiene 17 años y quizá por su edad discutimos respecto de sus deberes, sus formas y actitudes, y sobre el esfuerzo que debe hacer por tener buenos resultados en el colegio. Han sido meses desafiantes en los que por primera vez he sentido que nos hemos encontrado en esto de la crianza y educación solas las dos. He llorado en soledad y en silencio de angustia e impotencia por no saber cómo mejorar nuestra relación y hacer que entienda la importancia de algunas cosas.

Trato de pedirle un poco de ayuda para que todo esto sea más fácil, pero me siento sola. No tengo con quién discutir qué es lo mejor para ella, si lo estoy haciendo bien o mal. Me hace falta alguien para algo tan simple como pasar la pelota cuando siento que se me agotan las fuerzas. Soy yo quien debe contenerla si tuvo un mal día en el colegio; ayudarla si me necesita para algún trabajo o para estudiar; darle el remedio si está enferma; comprarle los materiales de último momento para el colegio; aconsejarla respecto a sus amigas y amigos; ir a las reuniones de apoderados; decidir los permisos para fiestas o salidas. Soy yo la que está ahí de forma incondicional, sin excusas. Y es que así somos las mamás, independiente de que el papá esté o no presente. Hemos vivido momentos difíciles, pero siempre hemos estado las dos apoyándonos y acompañándonos.

Me ha tocado una parte bien dura y cansadora, pero eso me ha mostrado un lado tremendamente lindo de la maternidad, uno que me reconforta, me ayuda a seguir adelante y hace que todo el resto desaparezca. Esta parte linda de la que hablo es tener el reconocimiento de ella respecto a mi esfuerzo y cariño, y también sentirme profundamente afortunada por ser testigo de cómo crece y cómo se transforma en una mujer. La miro y me enorgullezco de ella, de lo buena persona que es y de que eso sea en parte gracias a mí.

Ella me felicita para el Día del Padre y de la Madre, porque es consciente de que he debido cumplir con todos los roles en el día a día. Me agradece cada gesto de cariño, cada cosa que he hecho con esfuerzo para que tenga una vida mejor.

Me he equivocado mucho y me sigo equivocando a diario en mi rol. Le he pedido perdón una y mil veces por mis errores, por no poder ser la mamá que me gustaría ser, por estar cansada, por tener poca paciencia y porque no me da para estar en todas y ser la mamá que tiene todo perfecto y que cumple con todo, pero ella siempre me perdona y me entrega un cariño enorme. Me da un abrazo, me dice que me entiende y me pide perdón también cuando siente que hizo algo mal. Si bien me he llevado un gran trabajo sola, me he llevado todo lo bueno también: su agradecimiento, reconocimiento y amor incondicional. Nuestra relación está lejos de ser ideal, pero nos queremos, nos apoyamos, nos entendemos, nos perdonamos y nos respetamos. Mi hija es la perfecta hija para mí.

Magdalena tiene 36 años y es administradora de empresas.