Toda la vida las mujeres que me han rodeado se han preocupado mucho del cuerpo. Mi mamá y las demás de mi familia se fijaban si alguien subía de peso y hacían comentarios al respecto. Estaban pendientes de eso de manera permanente. Sin duda, era un tema. Crecí con eso como costumbre y recién ahora, con mis amigas más jóvenes, me di cuenta de que tiene un nombre: se llama gordofobia. Y ser gordofóbica es tenerle un miedo irracional a engordar incluso sabiendo que esos cambios o fluctuaciones en el peso no están asociados a una mala alimentación o a rutinas poco saludables. Nadie nunca me había advertido de que tenerle un rechazo profundo a engordar era un problema transversal, que puede afectar a mujeres que no tienen sobrepeso. Pero ahora sé que estos micro machismos, que vienen principalmente de la publicidad y que son parte de una cultura que le exige mucho a las mujeres y que enaltece la delgadez, están presentes en todas partes y han sido normalizados a tal punto que ni siquiera nos damos cuenta de que los padecemos.

Recuerdo una vez cuando era chica que una amiga me dijo que si alguien tenía los brazos gordos nunca iba a ser flaca de verdad, porque siempre iba a ser gorda por dentro. Cuando eres niña no te cuestionas ese tipo de comentarios, sino que simplemente los absorbes y los incorporas a tu forma de pensar. Luego, de más grande, tuve un pololo que cada vez que salíamos a comer me hacía sonidos de cerdo cuando yo tomaba el pan. Hace un tiempo, también, una de mis amigas me comentó que tenía que tener cuidado porque había notado que yo estaba subiendo de peso. Me lo dijo aclarando que su advertencia era netamente "amigable".

Creo que mi tema con el peso empezó durante la infancia. Siempre fui muy flaca y mis compañeras se burlaban de mí. Mis amigas cercanas me molestaban y me ponían apodos e, inevitablemente, eso dio paso a que generara una relación muy extraña y compleja con mi propio cuerpo. Fui condicionada, desde el principio, a rechazar cualquier característica física que se saliera de la norma. Entre ellas, los cambios de peso.

Siento que esto es algo que comparto con muchas otras mujeres. Porque venimos con un chip incorporado que hace que cuestionemos, a primeras, un cuerpo gordo. Nadie le pregunta a una persona que adelgaza por qué lo hizo. Más bien los felicitamos y decimos que se ven mucho mejor. Pero si alguien sube de peso –sobre todo si eres mujer– se comenta mucho y eso genera una presión un poco invisible pero igualmente directa que todas, en mayor o menor medida, hemos sentido alguna vez. Yo, por ejemplo, me he sentido muy mal por no poder adelgazar en etapas de mi vida en las que he estado más gorda, y el problema no era la fluctuación de mi peso en sí, sino la excesiva importancia que le daba a eso. Es curioso, porque a lo largo de mi vida, que ha sido muy vacilante, me he permitido cambiar mis rutinas pero no así que mi cuerpo cambie. A mi cuerpo siempre le he exigido ser constante y aceptado. Y ciertamente no le he dado la misma libertad que le he dado a mi estado de ánimo, mis hábitos e incluso el lugar o las formas de trabajo. Esas las he ido cambiando con frecuencia y me da lo mismo que salgan de la norma, pero con mi cuerpo he sido muy normada. Eso es pura y dura gordofobia.

A nosotras las mujeres siempre se nos ha exigido más. A los hombres se les permite engordar y nadie los critica. Creo que hasta ellos se sienten mucho más cómodos siendo gordos, porque nunca ha sido un tema. Sus referentes históricos, contrario a los que nos han inculcado a las mujeres, no van por lo estupendos o atractivos. Se definen en base a otros códigos. En cambio las nuestras, o las que probablemente fueron referentes durante nuestra infancia, siempre fueron delgadas. Una vez iba andando en bicicleta y un tipo se subió a la ciclovía y nos pusimos a discutir. En el peak de la pelea me dijo: "guatona culiá". Cuando alguien quiere ser hiriente alude al peso, porque lamentablemente hemos aprendido a creer que ese es el mayor insulto, asumiendo que ser gordo es algo negativo. Nadie te va a decir "flaca culiá", o al menos nadie se va ofender realmente si es que te dicen eso.

A veces pienso qué pasaría si todos nos aceptáramos tal cual como somos y entendiéramos que el cuerpo puede cambiar. Probablemente la industria de las dietas y el deporte perderían muchísimo porque son negocios que se han gestado sobre la base de que las personas vivamos con angustia y rechacemos permanentemente cómo nos vemos. Admiro a la gente que tiene cuerpos fuera de la norma y los lleva con naturalidad y sin complejos. Cuando veo a alguien así de confiado me hace sentir que ese es el camino. Cambiar este paradigma cuesta porque muchas veces es algo personal y el castigo es hacia uno mismo, pero hoy sobre todo estoy convencida de que hemos entendido que la percepción del cuerpo tiene que cambiar.