“Mi hija quiere ser segundo violín, no primero ni solista”: Por qué es importante no definir el éxito de una manera fija y estándar para todos y todas

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“Mi hija quiere ser segundo violín. No primero ni solista, ella lo que quiere es tocar tranquila en un segundo plano, porque eso le hace feliz. Pero el mundo está hecho para los que quieren ser famosos, para los que sueñan con ser los primeros. En el colegio se premia a quienes levantan la mano, exhiben sus logros y se sienten cómodos siendo el centro de atención. En la universidad se premia a quienes dan su opinión, a los que no se mueren de angustia ante la posibilidad de exponerse en público. En el mercado laboral se premia a los que alzan su voz por encima de los que hablan bajito, aunque aquellos no digan nada nuevo. Para ese mundo, convertirse en segundo violín de una orquesta no es lo que una niña debería querer ser de mayor. Pero el problema no es de ella, sino de este mundo. Porque la maravilla de una sinfonía sólo es posible gracias a los que sueñan con ser segundos violines. Ese mundo está mal y no lo sabe. Aún”, escribió hace poco más de un mes una lectora del diario El País quien envió una carta a la directora, que se hizo viral en redes, en la que explica lo que significa ‘la felicidad del segundo violín’.

En una sociedad exitista como la nuestra, la felicidad se suele asociar al éxito laboral, a la fama, al dinero, al protagonismo, a una forma tradicional de construir familia, entre otras cosas. Pero según la psicóloga infantil especialista en crianza respetuosa Francisca Schneider, definir el éxito de una manera fija y estándar para todos, puede ser muy perjudicial para quienes no se adapten a estos estereotipos. “A través del tiempo, nos hemos ido convirtiendo en una sociedad exigente, que valora solo ciertos estándares a los que les hemos llamado éxito. Se valoran ciertas capacidades que generalmente están asociadas a una mayor producción en el aspecto laboral. Desde el colegio tradicional ya se ve cómo se premia y se incentiva con mayor fuerza el aprender matemáticas, ciencia e historia, por ejemplo. No necesariamente es algo explícito, puede ser perfectamente implícito, pero de una u otra forma vamos entendiendo que hay ciertas habilidades que me ‘van a llevar más lejos’”, dice.

Según la experta, el problema no es que se incentive a crecer y a aprender, el problema es que se define el éxito normativamente. “En primer lugar, la imposición de una cierta forma de ser para conseguir éxito o felicidad, desconecta a los niños y niñas de sus propios talentos y capacidades, ya que rápidamente comienzan a guiarse por lo que se espera de ellos, por aprobación. Al mismo tiempo, a medida que se van forzando a calzar en una sola forma de crecer y aprender, se van sintiendo cada vez más ajenos si no calzan, o se van criticando y cuestionándose qué está mal en ellos. De esta forma, los que calzan de alguna manera tienen suerte, y los que no, se sienten ‘tontos’ o ‘incapaces’”.

¿Por qué es importante respetar la forma de ser de cada niño o niña? Francisca aclara que esto el relevante porque todos y todas tienen talentos y capacidades, así como puntos a mejorar. “Si respetamos esto, en primer lugar les enseñamos a conocerse y a mirarse en relación a ellos mismos y no a un estándar externo, fortaleciendo una mirada integral de sí mismos. En segundo lugar, implícitamente les vamos enseñando que todos podemos ser diferentes y está bien que así sea. En tercer lugar, cuando los comparamos con un estándar externo de éxito o felicidad, a menos que calcen perfectamente, lo que se da en pocos casos, se sienten en deuda y se daña su autoconcepto y autoestima”, dice.

La madre que escribió la carta tiene razón al decir que el problema no es de su hija sino que del mundo que cree que aspirar a ser segundo violín es mediocre. “Los intereses y capacidades de los niños y niñas sólamente son, no son buenos ni malos, a menos que nosotros los categoricemos externamente. Si no hubiera un estándar externo de tipos de personalidades o capacidades más valoradas que otras, sería mucho más natural poder apreciar los diferentes roles de cada uno, valorando su aporte hacia un lugar común. Lo que hace que esa niña se sienta ajena, no es su interés por ser segundo violín, sino que todo su alrededor le dice que algo malo hay en ella para querer estar ahí y no aspirar a más”, explica Francisca. Y concluye: “Es importante que en el mundo convivan primeros y segundos violines, porque así aprendemos de empatía y respeto; aprendemos a exponer puntos de vista diferentes y crecemos. Y por último –como dice la lectora en su carta– la maravilla de una sinfonía sólo es posible gracias a los que sueñan con ser segundos violines”.

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