Mi pareja es adicta a la pornografía
“Me casé con mi pololo de toda la vida después de casi ocho años juntos. Nuestra relación empezó cuando yo tenía 18. En ese tiempo yo supe que él veía pornografía y lo entendí como un tema normal. Me pareció que si estábamos en una relación, el porno estaba de más y él estuvo de acuerdo. Se comprometió a no consumir más y así seguimos. Pero a los 25 años cuando nos casamos, empecé a notar algo diferente en él. Su personalidad era cada vez más indiferente, apática y lejana. Me sentía desencantada, como si me hubiesen cambiado al hombre del que me había enamorado. Nuestra relación era cada día más distante y casi no teníamos una vida sexual.
Buscando una explicación para sus cambios empecé a darme cuenta que iba varias veces al día al baño con su computador y se encerraba. En la noche cuando yo me acostaba a dormir, esas escapadas al baño con el notebook eran más frecuentes todavía. A veces, cuando yo llegaba a la casa, notaba que él había cerrado todas las puertas con llave y además se había encerrado en el baño. Algo me decía que eso no era normal pero, quizás, otra parte de mí lo bloqueaba. Finalmente me decidí a preguntarle si estaba viendo porno cuando desaparecía, pero él siempre lo negó y se molestaba conmigo si le hacía esa pregunta.
Cuando llevábamos 6 años casados, él estaba de viaje y yo, sin querer, encontré unas imágenes pornográficas en su computador que confirmaron que algo estaba pasando. Me había mentido cada vez que traté de conversar del tema, negándose rotundamente. Esa misma noche lo enfrenté por teléfono y lo negó varias veces. Pero en un momento se quebró y me contó lo que estaba viviendo. Se confirmó mi sospecha pero también me dijo que estaba desesperado, que para él la pornografía hacía tiempo que era algo que lo hacía sentir atrapado y que lo perseguía desde niño porque su papá le mostraba porno cuando era chico. Me explicó que, con los años, se había vuelto un hábito incontrolable y me confesó que había pensado en el suicidio varias veces por lo miserable que lo hacía sentir esta dependencia. Me di cuenta que su problema era real y que, como yo, él también había estado sufriendo mucho durante nuestros años casados.
Con esa conversación y, al confirmarme que todavía me amaba, sentí que quería ayudarlo y no simplemente pensar en separarnos. A mí se me removió todo, dejé de trabajar porque no estaba bien emocionalmente y me dediqué por completo a recopilar información sobre la adicción al porno para poder enfrentar el tema juntos. Descubrí, —después de mucho buscar porque hace 10 años era todavía más escasa la información sobre esto— que efectivamente la pornografía podía convertirse en una adicción. Lo que leía sobre la adicción a la pornografía calzaba perfectamente con lo que mi marido me describió cuando se decidió a contarme.
Hablamos de su experiencia con el porno abiertamente y acordamos que iba a dejar de verlo completamente. Noté un cambio inmediato: volvió a ser amoroso y, como se dio cuenta lo mal que yo lo había pasado, me llevó a muchas citas lindas e hicimos viajes juntos. Durante esos años fui feliz porque sentía que había recuperado mi matrimonio, pero me sentía infinitamente sola. Este tema genera mucha vergüenza y pocas personas conocen su real magnitud. Sentía que no podía compartir mi experiencia con nadie porque no sabía si iban a entender o iban a juzgarnos. Empecé una terapia psicológica porque, además de contar lo que me pasaba, necesitaba sanar mi autoestima. Sentí que tuve un renacer sexual durante esos años porque, mientras él estuvo en plena adicción, casi no mostraba interés sexual hacia mí.
Cuando salió todo a la luz fue como reencontrarnos para recién empezar a disfrutar de nuestra vida como pareja. Producto de la adicción, él tuvo mucho tiempo problemas de eyaculación precoz y yo sentía mucha rabia al pensar que, por años, él sí había podido satisfacer su sexualidad con la pornografía y yo no. Ahora entiendo que, en realidad, esa etapa tampoco fue realmente plena para él, incluso viendo porno.
En plena pandemia, a principios de 2021, empecé a notar que mi marido estaba muy apegado a mí. Algo muy exagerado, como si tuviese miedo de perderme. Para mí el tema del porno había quedado tan atrás, que pensé que podía estar interesado en otra mujer. Nunca imaginé que la pornografía de nuevo estaba detrás de sus cambios. Lo enfrenté al tiro y, aunque me lo negó un par de veces, terminó reconociendo que llevaba ya 2 años de nuevo en esto. Todo ese tiempo durante el que creí que estábamos recuperando lo perdido, en realidad, la adicción había vuelto. Después de casi 8 años, volver a encontrarme con esto me derribó. No estaba preparada. Esa vez recuerdo que no quise consolarlo, me sentía traicionada. Habíamos acordado que él me iba a contar si tenía una recaída. Yo estaba dispuesta a enfrentar eso porque había entendido que era un comportamiento adictivo y difícil de superar. Pero no me contó nada e incluso, durante las cuarentenas que pasamos sin poder salir de la casa, se despertaba en las noches a ver porno y yo no me di cuenta.
Mientras averiguaba cómo hacer para separarme investigué sobre la adicción, pero no sobre lo que le pasaba a él, sino sobre los efectos que había tenido en mí. No encontré mucho pero, maravillosamente, llegué al libro de Rhyll Anne Croshaw Qué puedo hacer por mí sobre cómo enfrentar y sanar el trauma de la adicción sexual a la pornografia de una pareja. Leer su experiencia —y otras incluso más fuertes que la mía— fue un salvavidas. Me ayudó a comprender mejor que estaba realmente frente a una adicción y no otra cosa. No es falta de amor, no es infidelidad ni que le gusten otras mujeres. Tampoco es que mi marido prefiera la pornografía antes que a mí. No puede elegir. Es una adicción. Con todas estas ideas en la mente volví a sentir que quería apoyarlo.
Hasta hoy nadie más sabe sobre este tema, sólo él y yo. Aprender sobre cómo una conducta tan normalizada como ver pornografía puede gatillar una real dependencia en nuestro sistema y ver los esfuerzos de mi marido por salir adelante, mostrarme su amor y cuidarme, permitió que nuestra relación fuera sanando de a poquito. Desde entonces han habido recaídas y recuperaciones. Y, a pesar de los altos y bajos, todavía lo amo y sé que me ama. No tengo ni una duda de eso y entiendo que sin ayuda no va a poder salir de esto.
Hace un tiempo encontramos a un psicólogo especialista en adicciones que ha tratado a otros pacientes con este problema. Después de tocar muchas puertas y pasar por terapeutas que realmente no entendían del tema y lo daban de alta en un par de meses, esta terapia ha sido nuestra salvación en realidad. Al fin estamos trabajando en este tema como siempre debimos haberlo hecho. Tenemos el tema siempre muy presente y no lo escondemos debajo de la alfombra. Lo hablamos. Le pregunto. Me cuenta. Han habido más recaídas y me las ha negado, pero rápidamente vuelve a nuestro compromiso y me cuenta para que lo conversemos. Cada vez que me dice que me tiene que contar algo se me aprieta el pecho hasta casi no poder respirar. Cuando me ha contado de alguna recaída, a veces reacciono bien, otras no tanto.
Es tan difícil y doloroso asumir que la persona que amo me ha mentido. O pensar en las cosas que ve, en los cuerpos perfectos, me cuesta no sentirme mal. Cuando algo me activa algún recuerdo, es difícil no sentirme fea o que no soy suficiente. Además, sigo sola en esto. Nadie sabe lo que me pasa. No puedo hablarlo porque todavía es demasiado vergonzoso. Los que ven desde afuera no entienden por qué, si somos un matrimonio que se ve tan feliz, yo tengo episodios depresivos tan frecuentes. Pero así es. Es mi secreto. Nuestro secreto. Y, a pesar de que ha estado cerca muchas veces, esta enfermedad no nos ha ganado todavía”.
Catalina (41) es nutricionista.
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