Paula

Mi pareja es no vidente: “Yo no veo al ciego, veo al compañero, al amigo con quien lo paso bien”

“Conocí a José en la universidad. Aunque él iba un año más adelante y teníamos algunos ramos juntos, incluso antes de eso lo veía deambular por la escuela y siempre me había llamado la atención. Por lo general, en las asignaturas que compartíamos estaba pendiente de él y, aunque nunca habláramos, le pedía a mis amigas que lo invitaran a nuestros grupos de trabajo.

Un día, en uno de los ramos que teníamos juntos, salimos a fumar un cigarro y empezamos a hablar. Esa noche le envié una solicitud de amistad por Facebook, y pasó algo muy extraño: Como él es no vidente e identifica a las personas a través de la voz, me llamó por teléfono para preguntarme si es que acaso era la Denisse de la universidad. Le dije que sí, me colgó, pero yo lo llamé de vuelta y nos quedamos conversando hasta las cuatro de la mañana.

Desde esa conversación todo pasó de forma muy vertiginosa. Quedamos en ir al cine al día siguiente y le dije que nos juntáramos en el tercer piso del mall, al lado de la boletería. Hasta ese momento yo no había tenido ninguna aproximación con una persona en situación de discapacidad, entonces no me imaginé lo difícil que era para él llegar hasta el tercer piso solo o cosas como pedir ayuda para sacar plata del cajero automático. Aún así, de inmediato tuvimos una conexión especial y él nunca tuvo que decirme qué necesitaba. Recuerdo que ese día vimos Violeta se fue a los cielos y sin que me lo pidiera, yo le describía las escenas en las que no habían diálogos.

Después de la película nos fuimos a tomar un café y lo invité a mi casa y conoció a mi papá y a mi hermana. Yo nunca había llevado a nadie y todo se dio con mucha normalidad, incluso mi papá se ofreció para ir a dejarlo. Ahí quedé sorprendidísima, porque nos dijo que vivía en cerro Bellavista, en Valparaíso, y no podía entender que hiciera el trayecto a la universidad solo, porque el camino es muy complejo.

Desde esa primera cita no nos separamos más.

Hablé sobre esta nueva relación con algunas amigas de la vida y ellas me dijeron que tenía que preguntarme si estaba dispuesta a asumir esto con todo lo que implicaba. Y es que muchas personas se habían aventurado a salir con José, pero cuando llegaba el minuto de enfrentarse con la discapacidad, se alejaban.

Yo tuve ese quiebre después de la tercera cita. Él era muy irresponsable en algunas, cosas como que no le gustaba pedir ayuda y no usaba bastón porque sentía que eso era rendirse a ser “el ciego”. Creo que venía de que cuando chico su mamá no lo quiso meter en un colegio especial por miedo a que dejara de aprender ciertas cosas y después no se pudiera adaptar. Ni siquiera se manejaba con método braille.

Si bien entendía sus decisiones, con mi familia le pedimos que por favor usara bastón. Es que si yo me iba a involucrar emocionalmente, él tenía que cuidarse. Lo que no esperé nunca fue el impacto que sería no solamente verlo apoyado en el bastón, sino la reacción de las demás personas. Las miradas en la calle no cesaban e incluso hubo gente que le pedía que le eligiera sus cartones de Kino, como si José fuera un amuleto de la buena suerte.

Así empezó una lucha contra los estereotipos con momentos más complicados que otros y fue en esa primera salida con bastón que me di cuenta de que estábamos empezando un camino que iba a terminar en un proyecto de familia. Entendí que estaba dispuesta a asumir lo que viniera.

Nos ha pasado que la gente piensa que yo tampoco puedo ver o que soy su hermana, como si una persona en situación de discapacidad no pudiera tener una pareja. Si vamos al banco por un tema con su cuenta, la ejecutiva me habla a mí y yo tengo que pelear para que lo validen a él, porque no soy su apoderada, soy su pareja. Son pequeñas luchas que a veces quiero dar, pero que otras veces me agotan.

Hace tres años nació Laura, nuestra hija. Él tenía miedo de que ella heredara de alguna forma la ceguera, pero por suerte tenemos un pediatra que nos tiene paciencia y que a los cuatro meses nos dijo que ella veía perfectamente bien. Nuestra ginecóloga también fue muy empática, pero pasa eso; que siempre tenemos que buscar gente con buena voluntad o que empatice con nosotros. Por ejemplo, cuando le buscábamos jardín infantil a Laura, en una de las entrevistas la directora nos dijo que mejor que José se quedara afuera porque como no podía ver, no tenía sentido que entrara. Y resulta que hoy es él quien la va a buscar con la ayuda de un taxista que nos coopera.

Cuando nació Laura nuestra familia tuvo algunos reparos. Que cómo la iba a cuidar, que cómo iba a saber si tenía leche en la mamadera o si había vomitado. Cuando ella tenía recién tres meses se quedaron solos por primera vez y todo salió bien. Ahora yo trabajo media jornada presencial y la otra mitad desde la casa, por lo que durante la mañana él está a cargo de la niña. Y aunque he llegado a verla con calcetines distintos o los calzones al revés, nunca hemos tenido grandes problemas. Trato de que José se involucre lo más posible, porque él es su papá, y aunque hay cosas que no puede hacer tan bien, a medida de que ella desarrolla su lenguaje se han facilitado. Y ella, sin darse cuenta, desde chica desarrolló un lenguaje especial para relacionarse con él. Le ponía nombres a sus juguetes para que su papá entendiera de cuáles estaba hablando, si se pone un vestido nuevo va y le cuenta y toma sus manos para que lo pueda sentir. El otro día le dijo: “Papá, ya se va acabar la cuarentena y cuando se vaya el bicho vas a volver a ver”.

Creo que nos conocimos en el momento preciso. Él estaba más resuelto y yo lo suficientemente madura como para decirle que si iba arriesgarme, necesitaba que lo hiciéramos juntos. Porque yo no veo al ciego, veo al compañero, al amigo con quien lo paso bien. Le pido que se dé cuenta de todo lo que él me entrega, porque ha sido una tremenda ayuda cuando yo he pasado por momentos difíciles.

Ojalá las personas vieran más allá del bastón. Yo sé que hay personas en situación de discapacidad que no están tan resueltos como José, que no son autovalentes ni trabajan, como él sí lo hace, pero debiésemos sacarnos los prejuicios para poder conocerlos bien. Entender que hay gente en situación de discapacidad que no se ha podido desarrollar simplemente porque nosotros los miramos distinto”.

Denisse Cortés tiene 34 años y es periodista.

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