“Si tuviera que elegir una palabra para describir lo que ha sido este año para mi, sería “revuelta”: el punto en que algo empieza a torcer su dirección o a tomar otra.
Enero de 2022 se me apareció como un torrente de decisiones apresuradas después de haber mantenido una estabilidad emocional con una pareja durante más de siete años. Pero no quiero hablar de rupturas de pareja o de lo difícil y al mismo tiempo liberador que es una separación. Vine a hablar de mi propia revuelta.
Siempre llevé una vida un poco fuera de lo común, en la que el constante movimiento era mi normalidad. Posiblemente los meses de pandemia fueron los más físicamente estables que tuve en los últimos 10 años. Un departamento donde vivir, un closet con ropa de invierno y verano, una despensa en la cocina llena de condimentos y la rutina. La rutina que de una forma brutal, me vino a mostrar cuánto me había abandonado.
Cuando empezó el 2022 sabía que este año sería el momento en el que debía ponerme a mí en primer lugar. ¿Pero cómo? Nunca me enseñaron a hacerlo. Nunca nos han enseñado a hacerlo, porque de alguna forma, las mujeres nos pasamos la vida en la sombra, primero de nuestros padres o madres, después de la pareja y finalmente de los hijos. Y aunque cada etapa viene acompañada de innumerables momentos de felicidad, son pocas las ocasiones en las que nos preguntamos si realmente somos quienes queremos ser.
Terapias, coaching, meditaciones, lecturas, yoga, le dije sí a todo. También le dije adiós a todo y el 6 de enero dejé mi imaginaria estabilidad pos pandemia para hacer una de las cosas que mejor se me da: escapar.
No era la primera vez que dejaba Chile y mis fracasos amorosos atrás, pero sí era la primera vez que lo hacía de forma absolutamente consciente. Esta vez, escapaba con una necesidad real de alejarme de todo, pero con el objetivo claro de ojalá, poder encontrarme con algo más que paisajes en el camino.
¿Qué encontré? Cambios. En su máxima expresión. Por eso si me preguntas, qué cambió este 2022, la respuesta es todo.
Primero cambió el entorno físico, laboral y circunstancial. Cambié de trabajo, me moví de pueblo en ciudad como veleta sin estar más de tres meses fijos en ningún lugar; cambié mi alimentación y pasé de comer tres veces al día y acompañada, a comer una, y muchas veces sola. Por ende, mi cuerpo también cambió, y me di cuenta de que esos kilos demás que tanto me atormentaron durante años, estaban hechos de amor y compañía. Y que el tormento no eran los kilos, sino la forma tan castigadora que tenía de verme reflejada en ellos. Reflejo que también cambió.
Porque comencé a verme de nuevo. Me di cuenta de cuánto miedo había guardado en el último tiempo por no encajar y creer que no cumplía las expectativas de quienes me rodeaban, y de cuanto deseaba a veces volver el tiempo atrás y cambiar el curso de las cosas. Me di cuenta de cómo me frenaba y me paralizaba en la idea de que mucho ya estaba perdido.
Una vez, en una de esas conversaciones lindas que se tienen con los amigos de toda la vida, entendí que la mayoría de las veces, se hace lo que se puede con las herramientas que se tienen. Que en un comienzo, siempre apostamos por lo que hemos venido construyendo y que en su momento, esa es la decisión correcta. Así que la afirmación de que nuestra generación vive relaciones desechables y que ya no somos capaces de recomponer lazos que se han ido quebrando, creo yo, es falsa. Porque lo intentamos, pero al mismo tiempo somos conscientes de que el descontento y la falta de querer, nos va apagando lentamente hasta que ya ni siquiera nos reconocemos. Y ahí está el peligro.
Hace unos meses alguien me preguntó qué era lo que más miedo me daba. En algún momento mi respuesta a esa pregunta fue la muerte, también la soledad. Este año entendí que la idea de perderme otra vez, de alejarme tan fácilmente de mí, es mucho más aterradora.
Seguramente la dirección más difícil que se puede tomar en cualquier revuelta personal es la de mirarse al espejo con ojos abiertos y entender que en esencia, siempre hemos estado ahí. Que si te gustaba tanto bailar nunca debiste dejar de hacerlo. Que no volverás a dejar de hacerlo. Que quien te quiera no necesariamente tiene que saber bailar, pero sí tiene que amar verte bailar. Porque si en bailar está tu felicidad, el otro debe poder sentirla contigo y a través de ti.
Un año sin cambios es como un desierto seco, e incluso al desierto, un poco de lluvia le ayuda florecer. Los cambios, finalmente, son tan necesarios como las revueltas. La mía vino a mostrarme que la dirección que tanto estaba tratando de desviar, siempre fue circular y que escuchar, es el mejor gesto de amor que podemos hacernos y actuar en base a ello, el mayor desafío. Así que sólo puedo darte las gracias 2022, por comenzar a devolverme a lo que había enterrado antes de volver a mí, y también por darme la posibilidad, una y otra vez, de atreverme a llorar, reír y sobre todo, sentir”.