Juan Manuel: "Toda mi infancia la pasé en el campo, en lugares bastante aislados, ya que mi padre era funcionario de aduana y teníamos que vivir cerca de alguna frontera. Tengo un solo hermano, así que mis amigos eran él, el perro, el gato, la oveja y las plantas. Estas últimas estabas por todas partes. A mí me encantaba pasar todo el día afuera acompañando a mi mamá a cuidar sus flores. Sus favoritas eran los clarines, clavelinas y zinnias. También teníamos un huerto enorme y todo lo que comíamos se cultivaba en la casa. Nunca compramos una verdura y tampoco leche. Ordeñábamos nuestras propias vacas.

Cuando crecí, adopté ese espíritu verde. Me fui a vivir a un departamento con la Panchi, mi mujer, en Viña y pese a no tener un jardín, me preocupé de poner hartos maceteros en la terraza. La verdad es que no quería que se me borraran esos recuerdos de mi niñez, sin embargo, no era lo mismo. Durante todo ese periodo me hizo falta la naturaleza. De todas formas, logré reconectarme con ella cuando jubilé y nos vinimos a vivir a Olmué. Hace diez años que estamos instalados acá y sentimos que fue la mejor decisión. Nos compramos esta casita y armamos nuestro propio rincón verde.

Las plantas me transmiten paz y alegría. La primavera para mí es una maravilla. Me encanta ver todo el jardín florecido y los árboles dando frutos. Tenemos ciruelas, damascos, paltas, duraznos, naranja, mandarinas y uvas. Mi mamá me enseñó que había que hablarles a las plantas para que crecieran contentas. Ella siempre lo hacía. Me gusta piropearlas, les digo que son hermosas. Es increíble porque de verdad les gusta. Aunque tengo que reconocer que he estado un poco alejado del jardín porque vengo saliendo de un cáncer al pulmón muy grave, con metástasis, y no tengo mucha energía. Esto no se sana, pero se controla. Es como un volcán inactivo, pero que de la nada puede explotar. Dicen que es un milagro que esté bien y pienso que es porque tengo ganas de vivir".

Francisca Vargas: "Mi infancia es bastante distinta. No tengo muchos recuerdos rodeada de verde, sin embargo, el amor por la naturaleza era algo que llevaba en la sangre. Antes de llegar a Olmué, las plantas eran un tema de Juan Manuel, yo las encontraba linda, pero no había una conexión especial. Eso hasta que nos vinimos para acá y toqué por primera vez la tierra. Me pasó algo increíble: me reconecté con mi lado Pizarro.  Mi abuelo era un campesino muy humilde y sacrificado que trabajaba en la tierra y cuando puse un pie en mi nuevo jardín, lo recordé a él. Mi mamá siempre me hablaba de su vida en el campo y todo lo que cosechaban. Tenían muchos vecinos y compartían lo que sacaban de la naturaleza.

Nosotros armamos nuestro rincón verde desde cero. Cuando llegamos a esta casa era como una selva, llena de mugre natural. Nos demoramos dos años en construirlo. Me acuerdo que nuestro jardinero querido, Miguel, me dijo: 'mire señora Panchita, vamos a empezar a poquito por acá, tenemos que tener paciencia'. Él nos ayudó un montón y le debemos gran parte de este paraíso.

La naturaleza es sinónimo de energía. Hubo un caso muy famoso sobre el asesinato de una persona y cómo una planta ayudó a encontrar al culpable. Cada vez que el sospechoso se acercaba, ella sentía esa mala vibra y sus hojas se caían. Eso sirvió como prueba en el juicio. Para mí, los árboles de esta casa también tienen mucho que decir. Fueron ellos los que me avisaron que este era un buen lugar para vivir.

Trato de pasar la mayor parte del día afuera porque me gusta mucho cuidar y acompañar a nuestras plantitas. Llego a transpirar de todo la que las limpio. A los dos nos encanta instalarnos en nuestras sillas con un buen libro bajo los árboles, ya que se sienten dos grados menos de temperatura. Pienso que somos unos afortunados de vivir en este lugar, es fantástico abrir la puerta y encontrarse con un jardín tan relajante".

Juan Manuel Ulloa tiene 74 años y trabajó gran parte de su vida en un banco. Francisca vargas tiene 72 y estudió secretaría administrativa.