Mi vida después del cáncer de mama
Escuchar la palabra “cáncer” es como una sentencia a pena de muerte. Una nebulosa llena de incertidumbres y miedos, un camino que se ve solitario e impersonal. Por eso es que durante octubre hay tantas campañas para concientizar sobre el cáncer de mama, el que más mujeres mata en Chile y cuya prevención, así como hacerse los exámenes anuales correspondientes, es vital.
Pero resulta que así como el cáncer de mama es el que más vidas cobra, también es uno que diagnosticado tempranamente tiene buen pronóstico y cuya paciente sí se puede sanar. Una cura que permite empezar un nuevo capítulo la vida, esta vez, siendo incluso más fuertes que antes. Pasar por algo así no te deja igual. “Le empiezas a dar sentido a esta enfermedad, porque aunque parezca raro, para las personas que la vivimos hay un antes y un después, y el después es mejor que el antes”, dice la educadora diferencial Paula Farías (52), quien en 2014 recibió ese temido diagnóstico que le cambió la vida.
“Es como estar en otra dimensión, porque una siempre piensa que no le va a pasar. Yo hacía deporte, no tomo alcohol y tampoco fumo, entonces no tenía por dónde enfermarme. Y obviamente lo vi todo horrible, porque la palabra cáncer significa que vas a morir y entonces se te viene el mundo abajo. Se te acaban todos los planes, miras a tus hijos y piensas que no los vas a poder ver crecer. Es un cáncer que ataca a una parte muy importante, porque no te puedes desempeñar como antes, estás débil y te sientes débil”, recuerda.
Una vez recuperada, Paula se unió al grupo Fortale-Senos Chile, compuesto por 12 sobrevivientes al cáncer de mama que se reúnen en la laguna Carén a remar en botes de dragón, todas mujeres de distintas edades y condiciones físicas que encontraron en este deporte contención y terapia. “Jamás me había subido a un bote. Mi entrenadora descubrió este deporte en Brasil y lo trajo, entonces fui cuando supe que este deporte fue estudiado por un médico canadiense hace 25 años que se dio cuenta que remar favorece la recuperación del linfedema provocado por la extracción de ganglios en el brazo. Me ayudó mucho, porque arriba del bote te conviertes en un solo cuerpo. Todas remamos hacia el mismo lado con la fuerza necesaria y eso te hace darte cuenta de manera concreta de que sí tienes fuerza, que sí tienes voluntad y que formando parte de un equipo de personas puedes llegar súper lejos”, dice.
No hay que dejar las pasiones en segundo lugar
María Paz Flores (54) es de Ovalle, pero luego de estudiar Química y conocer a su marido se vino a Santiago. Se casaron jóvenes; ella tenía 24 y estaba empezando una carrera en el laboratorio de suelos, aguas y vinos de la Universidad Católica.
Cuando su hija menor tenía cinco años, le encontraron un nódulo extraño en la zona mamaria. “Fue todo muy rápido, ni siquiera esperaron a hacerme biopsia y me operaron”, recuerda. Y de ahí vino un tratamiento que no le dejaba energía para nada -muchas veces veía con dificultad el simple hecho de levantarse de la cama- así que se tomó un año sabático para cuidarse y estar acompañada por su familia. Y fue ahí que encontró una terapia distinta: el coro. “Describí que cantar me hacía bien, que el grupo con el que cantaba se podía convertir en un círculo de apoyo y que entregarle música a otras personas me daba felicidad y placer". Hoy es parte del coro del colegio de su hija y un par de veces al año se presentan con la Agrupación Coral Chileno Alemana.
Vivir a concho
Pilar Herrera (82) no es una mujer que acepte un no como respuesta ni que frene su vida ante las dificultades que se le presentan. Se casó joven -cuando aún no cumplía 18 años- y asegura que su vida ha sido tranquila "con un marido maravilloso que se fue hace un año”.
Hace siete años Pilar recibió el diagnóstico de cáncer de mama, de la boca de una amiga doctora. Rápidamente la operaron y comenzó un tratamiento que, afortunadamente, no contempló radiación, por lo que no se vio especialmente debilitada por su causa, sino que pudo seguir con su vida con relativa normalidad. Siempre ha jugado tenis, y lo sigue haciendo, e incluso cuando le dieron el alta tras la cirugía, le pidió a su hija que la llevara a tomarse el café de la once con sus amigas antes de dejarla en su casa para comenzar el reposo.
No es que Pilar no se haya asustado ni le haya quitado peso a su diagnóstico, pero asegura que el hecho de llevar más de 60 años casada hizo que enfocara sus prioridades en otra parte. “Estaba tan afectada por el hecho de que tiempo antes a mi marido le hayan diagnosticado Parkinson, que nunca inflé mucho este cáncer. Sentía que su enfermedad era muy superior a cualquier cosa que me pudiera pasar a mí", cuenta.
Pero hace un año su compañero de vida falleció, y desde entonces intenta vivir con otra perspectiva, en un mundo donde ya está recuperada de una enfermedad que en muchos casos tiene un mal pronóstico, y sin el peso constante de saber que su compañero se apagaba un poco más cada día.
Las historias de Paula, María Paz y Pilar tienen algo en común: la detección precoz de sus tumores que les permitió que con el tiempo se recuperaran y permite que puedan llevar una vida sin limitaciones. Para esto es fundamental la mamografía anual después de los 40 años -o antes si así lo indica un especialista- y consultar cada vez que se encuentre una anomalía.
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