Micóloga y fundadora de Fundación Fungi, Giuliana Furci: “De los hongos podemos aprender que ningún ser vivo sobrevive solo y que el fin de una forma de vida, no es más que el comienzo de otra”
El 13 de abril, hace no más de una semana, la Real Academia Española explicó a través de su cuenta oficial de Twitter –bajo el hashtag #RAEconsultas– que el término ‘funga’ es un neologismo creado por analogía con ‘fauna’ y ‘flora’ para designar el conjunto de hongos de un país, región o medio determinado. Junto a eso, aclararon que “ya se documenta en algunos textos científicos de lengua española, aunque no esté consolidado”.
Que la RAE haga alusión al reino fungi en sus redes sociales no es casualidad. Tampoco lo es que en conversaciones casuales se hable hoy en día con tanta determinación de los usos terapéuticos asociados a los hongos, o de la importancia de la descomposición para la regeneración de la vida y la mantención del equilibrio del ecosistema. Y menos aun que Netflix haya lanzado en 2019 la película documental Fantastic Fungi, en la que Paul Stamets, Michael Pollan y Eugenia Bone –especialistas en el tema, desde sus distintas disciplinas– dan cuenta de la complejidad de estos organismos.
Todo eso, como explica la micóloga, fundadora de Fundación Fungi y primera chilena en recibir el premio al Liderazgo en Conservación de National Geographic, Giuliana Furci, no fue fortuito. Porque de base, que hoy en día el imaginario que constituye y rodea al inmenso y variado mundo fungi esté mayormente presente en nuestra cotidianeidad –o incluso que podamos hablar de las propiedades de los hongos que nos han sido útiles a los humanos a lo largo de nuestras vidas– es porque se ha trabajado para que así sea. Ardua y activamente. Y hace ya muchos años.
Por eso, aclara Furci, el documental de Netflix no se gestó de un día para el otro. Y de hecho, todos los que se dedican al estudio de la micología participaron en su creación. La conversación espontánea en las juntas de amigos tampoco es accidental. “Este despertar masivo es deliberado porque hay muchas personas que hemos trabajado décadas para este momento, y yo estoy feliz de que finalmente haya ocurrido”, cuenta.
Y es que hace 10 años, cuando junto a su equipo delinearon el plan estratégico inicial de la fundación –el proyecto surgió en 2010 pero se estableció en el 2012 como una plataforma micológica para todos quienes quisieran acercarse más a los hongos y para diseñar e instaurar políticas públicas para la protección fungi en Chile– la propuesta era que 10 años después la existencia de los hongos sería de conocimiento común. Y así fue. Primero impulsaron que la legislación chilena reconociera y protegiera el reino fungi –Chile fue el primer país en hacerlo– y luego expandieron el trabajo a nivel internacional. Hoy la fundación opera en seis países distintos –en 2020 abrió formalmente en Estados Unidos– y promueve el conocimiento y la conservación de los hongos a través de varios pilares claves, entre ellos la creación y gestión de políticas públicas; la creación de currículos globales gratuitos enfocados en la micología –el de castellano se lanza en una semana y luego viene el portugués–; un programa de expediciones y un programa llamado Ancestros que tiene como objetivo conocer los hongos de bosques antiguos para poder proteger esos ecosistemas. Todo esto desde que nació la fundación, pero en su caso en particular, el trabajo empezó mucho antes.
Hace 24 años los hongos la eligieron a ella. No se trataba de un oficio que tuviera pensado de antes ni un interés de toda la infancia. Los conoció en un bosque y, según reflexiona, empezó una historia de amor que continúa hasta el día de hoy.
En 2004 tomó un curso con Paul Stamets –micólogo, activista por las setas medicinales y parte del directorio de la sede norteamericana de Fundación Fungi–, pero durante 16 años, antes de estudiar en Harvard, fue totalmente autodidacta. “En esa época no había ni un libro de hongos de Chile. Tampoco había dónde estudiar y muy poca gente dedicada al tema, la mayoría en proceso de jubilación. No quedaba otra que hacerlo. Diría que ese es el mensaje clave; no hace falta que algo esté hecho de antemano para hacerlo. Si no está hecho, con convicción y energía lo puedes hacer tu”.
Hoy Furci es enfática al hablar respecto a la variedad de los hongos, desde las levaduras, los mohos, los líquenes, las setas o callampas, las orejas de palo y muchos más, microscópicos y macroscópicos, y eso lo aclara porque muchas veces, cuando se habla de los hongos, se comete el error de comunicar como si se tratara de una única especie, cuando en realidad abordan una variedad inmensa. Para ponerlo de manera gráfica y explícita, comparte este ejemplo: “La relación entre el hongo morchella y un champiñón ostra es tan cercana como la de una hormiga y una ballena. Son radicalmente distintos, pero ambos pertenecen al reino animal”.
Y dentro de ese reino, como explica la especialista, hay organismos que cumplen distintas funciones; algunos son simbiontes, otros son descomponedores y las levaduras fermentan. De ahí que sin los hongos la vida en la tierra no sería posible y nada sería como lo conocemos.
Sin los hongos no habría descomposición y no existiría la simbiosis que permite que las plantas vivan fuera del agua. Pero esto, como aclara Furci, ciertamente no es la función principal de los hongos. Que lo hagan es una cosa, pero no es lo que vinieron a hacer. Porque eso sería como asumir que los hongos están al servicio de las plantas y de los seres vivos, y eso no es así.
“Nadie está al servicio del otro, es una simbiosis en la que ambos son beneficiados o no por el otro. El lenguaje está muy centrado en que los hongos son los que vienen a cumplir ciertas funciones para la vida en la tierra, pero no existen para que las plantas puedan salir del agua, ni tampoco para que todos los árboles puedan estar conectados. Existen para mantener flujos energéticos y equilibrios químicos en un planeta vivo. No es que produzcan penicilina para nosotros, la producen para ellos, para protegerse, pero justo a nosotros nos sirve. Es un cambio de enfoque”.
Y es que ciertamente, y contrario a como se plantea en el discurso androcentrista y utilitario que suele rodear a los hongos, la función de estos organismos no es servirnos a nosotros. Pero justo, algunas de sus propiedades nos han sido útiles a lo largo del tiempo. Y descubrirlas nos ha llevado a entender más del equilibrio de nuestro entorno. “Los hongos pueden generar relaciones con nosotros y esas relaciones tienen que ver con la preservación de alimentos, a través de la fermentación; con la descomposición; con que las plantas hayan podido salir del agua y tengamos la atmósfera que tenemos; con producir antimicrobianos y que podamos tener antibióticos; o con los usos ceremoniales y ancestrales. No olvidemos que cuando las personas comulgan, lo hacen con pan y vino. Sin los hongos no habría ninguno de los dos” .
Se trata de funciones de los hongos que son compatibles con nosotros, como explica Furci, porque animales y hongos somos parientes y tenemos un ancestro en común.
Lo que es paradójico porque el estudio de los hongos fue considerado mucho tiempo como un apéndice del estudio de las plantas.
Y nada que ver, porque los hongos y las plantas no tienen ese ancestro en común. Es por eso que algunos de los químicos que producen los hongos para sí mismos, nos sirven a nosotros, como la penicilina.
Entendiendo eso, ¿qué es lo que podemos aprender de los hongos?
Que los individuos no existen, que todo ser vivo depende de un otro, y que la muerte como la conocemos no es el fin. Porque el fin de una forma de vida no es más que el comienzo de muchas otras formas de vida.
Estas cosas no constituyen lo que nos vienen a enseñar, porque quiénes somos nosotros para decir eso, pero sí son cosas que podemos aprender de ellos y que en términos de conservación, son importantes, porque hasta ahora hemos fallado brutalmente concentrándonos solo en plantas y animales para conservar la naturaleza.
Las plantas y los animales son organismos que podemos sacar de su medio; podemos meter a los animales en un zoológico y a las plantas en un jardín botánico o banco de semillas. Pero los hongos, en su mayoría, no se pueden separar de su hábitat. Si les hubiésemos puesto atención como organismos que merecen conservación, independiente de su función simbiótica, quizás tendríamos bastante más protegido el planeta. En definitiva, son organismos que al protegerlos a ellos, inevitablemente se protege el medio. Nuestro medio.
¿Principio o final?
En el corto documental Deja que las cosas se pudran, dirigido por Mateo Barrenengoa en colaboración con Giuliana Furci, se plantea que cuando la hoja de un árbol cae y toca la tierra, algunos pueden ver el final de una vida, pero lo que realmente está sucediendo es el comienzo de un nuevo ciclo, de renacimiento, regeneración y descomposición. “La gente asocia la descomposición al pudrimiento y al fin, pero cada hoja que cae da cuenta de que con el final de una vida viene el inicio de una nueva. Sin el trabajo de los hongos, no habría descomposición en la tierra, habría torres de cientos de miles de árboles, y hojas y materia orgánica apilada sobre la superficie de la tierra.
Sin hongos no habrían árboles y sin árboles no estaríamos nosotros. Estos árboles nos muestran de manera gráfica que tenemos que dejar que las cosas se pudran. Si el árbol no se descompone para hacer esta tierra, entonces la planta que estoy viendo germinar, no existiría.
Es un ciclo completo; composición de un árbol, descomposición gracias a los hongos, y el comienzo de un nuevo árbol. Este proceso es inherente a todas las formas de vida, incluso en los seres humanos. Estamos destinados a descomponernos y una vez que aceptemos eso, no suena tan mal. Le debemos nuestra existencia a los hongos y las acciones más destacadas y fantásticas no son necesariamente las más visibles. Por eso los hongos también nos hablan de humildad. Y con eso, de perder el miedo a la muerte y de dejar que las cosas se pudran”.
Las variedades
Según Furci, que recién viene llegado del Parque Karukinka en Tierra del Fuego –en esta época, por el frío y la humedad otoñal se empiezan a reproducir los hongos y sus manifestaciones son visibles– el mensaje a transmitir es que hay muchas maneras distintas de ser un hongo. “Pueden hacer simbiosis con plantas, descomponer madera, vivir en aluminio, o vivir en el aire. Uno puede vestirse con hongos y hacer texturas parecidas al cuero con hongos. Hay textiles que se hacen con hongos, recipientes que se hacen con hongos, se pueden hacer cestos, tejer, cultivar comida local. Uno puede descomponer y limpiar de algunas toxinas con hongos, hacer todo tipo de medicamentos basados en la naturaleza sustentados en los hongos. Hay más de 5 millones de especies de hongos y conocemos entre el 5 y el 10% de esa diversidad”.
Cuando asumimos eso, ¿a qué nos enfrentamos?
A la urgencia de la pérdida de hábitat y ecosistema y a no alcanzar a conocerlos antes de que desaparezcan.
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