Mis éxitos profesionales se empezaron a transformar en una barrera para encontrar el amor
Desde que era pequeña crecí con un mandato de mis padres muy claro y específico: “estudia y se una buena profesional para que nunca dependas económicamente de ningún hombre. Por allá -a inicios de los 2000- esta percepción social tenía bastante sentido. Nuestros padres venían de una generación de carencia y de falta económica que los llevó a sobre educar a una generación que estaba revolucionada con el incipiente uso de internet, redes sociales y los smartphone. Esta mezcla de exceso de información y oportunidades nos ayudó a romper paradigmas sociales y de género, sobre todo a las mujeres, ya que no se nos educaba para ser buenas esposas o amas de casa, al contrario, había que ponerse los pantalones y salir a trabajar.
En esos años todo esto sonaba muy bien, la mayoría de mi círculo social (bastante privilegiado) jamás cuestionó este nuevo paradigma, pues la sociedad crecía y evolucionaba hacía una en donde las mujeres teníamos igualdad de condiciones, derechos y deberes frente a los hombres. A medida que fui creciendo y me fui involucrando en relaciones de pareja, todo se veía bastante normal, la “igualdad” entre hombres y mujeres no parecía afectar la forma en se establecían los vínculos afectivos, o eso parecía.
Inicié mi vida académica y profesional con un sueño claro: convertirme en una abogada de excelencia, capaz de desarrollar plenamente mis aptitudes en el ámbito laboral. Hoy, con 33 años, un máster y un cargo relevante, mis logros profesionales me han brindado muchas satisfacciones personales, sin embargo, nunca imaginé que esto traería consecuencias en mi vida amorosa. Al principio, es fácil pensar que eres la única en esta situación y que algo anda mal contigo. Te ves envuelta en etiquetas como “la mujer complicada” o te dicen cosas como “algo debe tener para estar sola”, pero no soy la única. Conozco a mujeres atractivas, exitosas, inteligentes, conscientes y con un enorme valor personal, todas con algo en común: están solas.
Y claro, si no tienes el deseo de formar un hogar o de tener pareja, es completamente válido; nadie debería sentirse en la necesidad de justificarse. Pero la realidad es que muchas de estas mujeres sí desean construir una familia o compartir sus vidas con una pareja. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿estamos ante un fenómeno social que no habíamos enfrentado antes? Posiblemente sí, y quizás es hora de empezar a hablar de ello. En este contexto, me surgen otras interrogantes, ¿qué entendemos por mujer exitosa o súper mujer? Al final, es una construcción social más. El hecho objetivo es que soy una mujer joven, profesional, que cuida de sí misma, tanto física como mentalmente, y que se sostiene económicamente ¿Es eso éxito? ¿Eso me hace una “súper mujer”? La verdad, no lo sé. Lo que sí sé es que, cada vez que he intentado conectar emocionalmente con un hombre de distintas maneras, no he tenido “suerte”. Y no me malinterpreten, oportunidades hay, conoces gente, sales, inviertes tiempo y experiencia, pero llegas al punto del “compromiso” de la relación formal y todo se esfuma, no hay posibilidad de conectar. En muchas ocasiones, y sin exagerar, al compartir mis metas, sueños o logros profesionales, el interés del otro desaparecía casi de inmediato.
¿Cómo vincularnos cuando yo soy la que se puede proveer así misma en múltiples sentidos?
Lo primero que viene a mi mente tiene que ver con las estructuras de poder y dominación, como planteaba Kate Millet -feminista estadounidense de los años 70- quien buscó explicar cómo las relaciones de poder que enaltecían y privilegiaban a los varones, también se reproducían en el ámbito privado y de las relaciones. Es cierto, las mujeres ya podían votar, estudiar y trabajar en esa época, sin embargo, en lo privado y en el hogar seguíamos (y seguimos) abarcando ampliamente el trabajo doméstico y de cuidados.
En este sentido, Millet plantea que la relación entre los sexos descansa en un orden, donde lo masculino está por sobre lo femenino, siendo este último sometido y con menor valor. Tomo esta tesis, ya que me hace sentido a la hora de pensar las relaciones modernas, donde este grupo de mujeres exitosas que supieron construir su lugar en el mundo y a su vez cultivar su mundo emocional y psíquico, se encuentran con hombres que no pueden dominarlas a través del rol proveedor, que no pueden sostener una relación asimétrica con ellas y que, por lo tanto, no pueden ejercer poder sobre ellas. Ahora, ¿Seremos capaces de compartir el poder? ¿Esto funciona como motor de atracción entre hombres y mujeres?
Creemos que el feminismo y el avance de los derechos de las mujeres se hace en conjunto con los hombres. No podemos pretender lograr nuevas formas de relacionarnos sin hombres que cedan sus espacios de poder, y que se sientan cómodos con ello, tanto a nivel profesional como personal. El poder, como constructo social, siempre ha existido y no dejará de existir, es algo propio de los seres humanos, los vínculos y las estructuras sociales. Las parejas también se mueven en relaciones de poder, donde uno estará más arriba en la jerarquía y tomará decisiones, cuidará, proveerá o tendrá más visibilidad.
Hoy en día, las mujeres deseamos ocupar espacios de poder, tanto en el ámbito laboral como en la vida personal. Sin embargo, para que las dinámicas de poder en las parejas sean saludables, los hombres también deben ceder su posición dominante: deberán cuidar de sus parejas y familias, asumir tareas domésticas, involucrarse en la crianza, expresar sus emociones y vulnerabilidades, compartir la toma de decisiones y dejar atrás la carga de ser el único proveedor del hogar. En este sentido, creemos que el poder se cede, se alterna y se comparte. Las mujeres debemos dejar atrás el miedo a relacionarnos desde una posición subordinada, y los hombres deben renunciar al monopolio de la dominación. Recordemos que ser una mujer exitosa e independiente no implica serlo en todas partes ni en todo momento. Para construir una pareja estable, es necesario que ambas partes dejen a un lado la extrema independencia y sean capaces de crear una nueva identidad compartida: la de nosotros o la pareja.
Una reflexión: No cabe duda de que estamos viviendo una nueva forma de relacionarnos en pareja, y probablemente estamos atravesando una etapa de transición que requerirá tiempo para ser asimilada. Sin embargo, es un tema que debemos ser capaces de debatir como sociedad. Planteamos esta inquietud con el propósito de fomentar el diálogo y la reflexión, más allá de la inmediatez y de la cultura de relaciones efímeras, como las promovidas por aplicaciones como Tinder o el concepto de vínculos de “speed dating” que predominan en la actualidad.
Lo que proponemos tiene relación con lo que es posible de sostener en el tiempo, de instalar nuevos modelos de relacionamiento con nuevas masculinidades y con mujeres en roles diferentes y visibles. Creemos que vale la pena pensarlo y debatirlo, ya que como mujeres seguimos transitando el camino hacia la equidad de género. Por el momento nos referimos a un grupo pequeño y privilegiado de mujeres, en eso somos objetivas. Sin embargo, resulta interesante observar cómo esta nueva figura de la “super mujer” podría integrarse en dinámicas relacionales que no perpetúen los roles y sesgos de género tradicionales, permitiendo a los hombres seguir sintiéndose valorados y necesarios.
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