Paula.cl
A un año de salir de alta de la clínica, después de 3 meses internada, comenzó mi "primer verano", unas vacaciones diferentes. Llegué para Año Nuevo a instalarme todo el verano a mi casa en la playa, el mismo lugar donde fue mi accidente. Volví sin ninguna rabia, pero siempre hay sentimientos encontrados.
La casa estaba más linda que nunca. Mis papás, que gracias a Dios tienen los medios económicos para ayudarme, tenían todo listo para mí.
Rampas para desplazarme en la silla hacían un camino que recorría la casa y el jardín completo. Parecía de cuento o salido de Pinterest, con rincones mágicos entre los bosques, el jardín y sus miles de flores y árboles. Todo pensado para que no me sintiera incómoda o perdida.
Me hicieron una pieza increíble, con la mejor vista de la casa, un lugar que cualquiera amaría. Menos yo.
Llegué feliz a conocer los cambios y mi pieza soñada. El agradecimiento que le tengo a mis papás es infinito, pero en ese momento me costó mostrar felicidad, estaba feliz pero no SÚPER feliz. Una parte de mí odiaba las cosas nuevas, no podía no pensar que daría todo por no necesitar esa pieza ni nada de lo nuevo.
Pero me lo tomé con calma. Pasaron los días y me fui acomodando y acostumbrando a todo. Iba a ser un verano diferente a todos los pasados, esos que eran llenos de fiestas infinitas y bailes hasta el día siguiente.
Pucha que me gustaba, pero sabía que eso ya se había ido. Se me sigue apretando el corazón o la garganta cuando pienso en eso. Lo extraño, pero en mi día a día no me agarro de nada que me distraiga de mi foco y me recuerde lo que perdí.
Enero pasó rápido en medio de los infinitos días al sol y de las miles películas que vimos. Compartiendo. Y conviviendo nuevamente con mis sobrinos: unos ricos que buscan todo tipo de actividades para poder hacer algo conmigo. Ya no puedo jugar fútbol, ni hacer Just Dance, pero ellos mismos son los que me observan y encuentran actividades que podamos compartir. Desde enseñarme a jugar Play Station, hacer carreras en la piscina, pedirme la silla para jugar con ella o simplemente regalonear. Sigo jugando con ellos con las herramientas que me quedan. Sé que nunca más vamos a jugar como antes, pero sigo. Guardo el dolor de las cosas que me faltan para otro momento.
Aunque mis amigas iban todos los fines de semana, ya que en la semana trabajan, igual que mis hermanos, llegaba el fin de semana y la casa estaba llena. Todavía no me animo a ir con ellas a una disco, se me hace incómodo lo poco adaptadas que son. No es agradable. Mejor apaño con carretes en casas o solo en el pre. Cuando se van a la fiesta yo me voy a mi casa. Manejo sola sin problema. Son 25 minutos hacia mi casa desde Cachagua.
En todo ese verano nunca me animé a bajar a la playa. Todavía me da vergüenza que la gente me mire. Y es que tengo el cuerpo diferente, con cambios que no puedo arreglar. Soy mujer y no me deja de importar el cómo me veo, aunque suene superficial. Creo que es muy fácil lastimar a alguien hasta solo con mirarlo.
Pero terminó el verano y nos fuimos con mis amigas a la playa. Con ellas no hay forma de decir que no a algo, por lo que estaba obligada a ir. Era un fin de semana en el que no había mucha gente: punto para mí y, como tengo las mejores amigas, pensamos juntas cómo sería la forma más cómoda de ir, partiendo por el tema de que la silla en la arena es un cacho y tomando en cuenta que me sintiera lo más cómoda. Al final decidimos no llevar la silla y desde el estacionamiento una me subió a caballito en su espalda hasta mi toalla, así de simple. Valió la pena, disfruté al máximo esos días, estar en la playa, la arena, el mar y el sol.
En resumen. Fue un verano diferente, con cambios que me dolieron pero me hicieron crecer y botar algunos miedos que me quedaban. Los árboles, el mar, la arena y el cielo no son lo mismo que antes, son mucho más lindos y estoy viva para verlos. A lo mejor no tengo la vida que soñé, pero tengo la vida que muchos sueñan y por eso no dejo de ser agradecida.