Mis relaciones de pareja han estado marcadas por mi depresión endógena

columna amor Paula



Cuando era niña siempre sentía tristeza o sensaciones extrañas, y no sabía cómo expresarlas. Siempre fui hipersensible y las ganas de llorar me ganaban cuando me pasaba algo malo. Cuando veía monitos animados a veces me daba una angustia profunda y solo podía refugiarme en mi papá, la única que me hacía sentir segura y que nada malo me pasaría. Así nos fuimos dando cuenta de que tenía depresión endógena de nacimiento.

Debido a lo que padezco, todo me afecta el doble de lo normal. A veces, cuando se cambian las estaciones no tengo ganas de hacer nada, ni siquiera de bañarme. También, cuando mis parejas me han dicho un comentario que me duele, lo agrando mucho y me siento no querida y no protegida. Siempre he sido así, y siempre lo voy a seguir siendo.

Mi primer amor lo conocí a mis 16; Héctor, un hombre siete años mayor que yo. Esa relación me marcó, porque yo era totalmente dependiente de él. Mi padre murió cuando yo tenía 20 años, lo que me hizo sentir que ya no tenía una red de contención. Por eso, aunque muchas veces discutí y terminé con Héctor, después volvía con él. Me daba miedo quedarme sola porque pensaba que nunca nadie me querría como él.

A mis 28 años, sin embargo, todo cambió. Héctor dejó embarazada a una mujer en una de sus tantas infidelidades y la relación terminó definitivamente. De ahí en adelante mi vida amorosa cambió. No quería compromisos, solo quería conocer hombres. Tenía ganas de experimentar porque venía de una relación muy larga y agotadora, pero por mi depresión endógena mis relaciones no fueron fáciles.

Cuando lograba conocer a hombres, me ilusionaba al instante. Trataba de ser fría, no enamorarme, pero siempre terminaba dolida o, por el contrario, sintiéndome culpable de haber tenido una aventura pasajera. Me sentía sola y triste.

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Mis amigas me decían que no cuestionara tanto todo, que fuese más liberal, pero yo no podía; me enganchaba inmediatamente y me pasaba todas las películas habidas y por haber, pero después resultaba que en realidad eran solo amores del momento. Eso no me gustaba, no me hacía sentido.

A medida que fueron pasando los años logré tener algunas relaciones amorosas, unas más cortas y otras largas. Conviví con una pareja que siempre me decía que yo era muy cambiante, que a veces estaba bien y otras veces mal, aunque reconozco que me tuvo mucha paciencia. También hubo dos parejas que me propusieron matrimonio, pero yo no acepté. Tenía terror al fracaso y a tener un hijo que heredara esta enfermedad.

Hoy tengo 50 años y estoy soltera. No niego que hay días en los que me pregunto por qué no formé una familia tal como lo hicieron mis hermanos o mis amigas, sobre todo cuando las otras personas me preguntan por qué no me casé. Esas veces siento que no encajo mucho en esta sociedad y que tal vez tengo otra misión en esta vida y me encantaría descubrirla. Por ahora, lo único que tengo claro es que mis relaciones de pareja han estado marcadas por mi depresión endógena, y que aunque ha sido un camino largo y no sé si encontraré el amor verdadero algún día, al menos hoy sé qué es lo que me hace bien y qué no.

Ximena Ruiz tiene 50 años y es corredora de propiedades.

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