Monitoreo de glucosa: ¿herramienta de salud o nueva obsesión?
El creciente uso de sensores de glucosa por personas sin diabetes plantea una preocupación: ¿estamos ante una herramienta innovadora o simplemente otra obsesión más? Estos dispositivos, diseñados originalmente para personas con diabetes tipo 1, han trascendido su propósito médico y se han convertido en un accesorio de moda entre celebridades, influencers e incluso algunos profesionales de la salud. Aunque su función es controlar de forma precisa los niveles de glucosa en sangre, esta tendencia revela preocupaciones más profundas sobre nuestra relación con la comida y el cuerpo.
Estos sensores, pequeños dispositivos que se colocan en el brazo y miden de manera continua la glucosa en el líquido intersticial, han sido presentados como una solución mágica para la salud metabólica. Figuras como la bioquímica francesa Jessie Inchauspé, también conocida como la “Glucose Goddess”, han popularizado este “método” en libros como La Revolución de la Glucosa, donde ofrecen consejos para controlar estos niveles y, supuestamente, optimizar la salud. Este enfoque ha ganado seguidores, incluidas estrellas de Hollywood que buscan tener un control extremo de su cuerpo. Pero la pregunta persiste: ¿tiene sentido que las personas sin diabetes se obsesionen con sus niveles de glucosa?
Los picos de glucosa tras consumir carbohidratos son una respuesta fisiológica natural y necesaria para el organismo. Al ingerirlos, el cuerpo los descompone en glucosa, que pasa al torrente sanguíneo y se convierte en la principal fuente de energía para órganos vitales como el cerebro y los músculos. Ante este aumento de glucosa, el páncreas libera insulina, una hormona que funciona como llave para que esta glucosa entre a las células o almacenarla como glucógeno en el hígado y los músculos. Este ciclo no solo equilibra los niveles de energía, sino que es fundamental para un metabolismo saludable.
En personas sin diabetes, este proceso de regulación es eficiente: tras comer, la insulina restaura los niveles de glucosa a la normalidad en unas pocas horas. Por tanto, esos picos de glucosa no representan un problema, sino que forman parte de un ciclo corporal sano. No obstante, lo que comenzó como una herramienta médica útil, se ha transformado en una obsesión por controlar el cuerpo, alimentada por la moda de monitorear constantemente la glicemia como símbolo de autocontrol.
La autodenominada “Glucose Goddess” promueve cuatro principios básicos: desayunar salado, agregar vegetales al inicio de cada comida, tomar una cucharada de vinagre antes de comer y moverse inmediatamente después de las comidas. Aunque estos consejos puedan parecer inofensivos, simplifican en exceso problemas metabólicos complejos. La obsesión por evitar los picos de glucosa ignora aspectos clave como el bienestar emocional, el movimiento como medio de disfrute y el equilibrio en la alimentación.
Lo más preocupante es que esta vigilancia constante sin un respaldo científico sólido en personas sanas, puede desencadenar problemas graves como trastornos de la conducta alimentaria (TCA). La idea de evitar los picos de glucosa a toda costa fomenta el movimiento compulsivo y la restricción alimentaria, hábitos peligrosos que ya han afectado negativamente a muchas personas. Etiquetar ciertos alimentos como “malos” refuerza narrativas prohibicionistas que alimentan la culpa, la ansiedad y, en casos extremos, trastornos alimenticios. La demonización de los carbohidratos es solo una nueva versión del mito del “alimento prohibido”, esta vez disfrazado bajo el discurso de la glucosa.
La teoría de que prevenir la diabetes o la resistencia a la insulina es tan simple como controlar los picos de glucosa carece de base científica y trivializa un problema complejo. Este enfoque ignora factores clave como la predisposición genética, que juega un papel fundamental en el desarrollo de estas enfermedades, y la salud mental de las personas. Creer que podemos prevenir enfermedades complejas simplemente evitando picos de glucosa tras las comidas pasa por alto el impacto del estilo de vida, el entorno y, sobre todo, la genética.
Más alarmante aún es la carga emocional que este tipo de mensajes genera. Al sugerir que controlar los niveles de glucosa es la clave para evitar enfermedades, se coloca una responsabilidad injusta sobre las personas. Esto puede generar sentimientos de culpa y fracaso en aquellos que, pese a seguir el método al pie de la letra, de igual forma desarrollan diabetes o resistencia a la insulina. Este enfoque ignora la complejidad de estas condiciones y cómo factores fuera del control personal influyen en su aparición.
El mensaje subyacente es claro: se nos hace creer que el control total del cuerpo es posible y deseable. Este ideal inalcanzable provoca una ansiedad constante sobre lo que comemos y cómo responde nuestro cuerpo. Lejos de mejorar la salud, este enfoque la reduce a un peligroso juego de números y gráficos, donde cada “error” alimenticio se convierte en una fuente de estrés.
No se trata de desestimar los avances científicos ni de minimizar la importancia de las mujeres en la ciencia, sino de cuestionar el uso generalizado de herramientas médicas sin un respaldo adecuado. La salud es un delicado equilibrio entre lo físico y lo mental, y cualquier estrategia que ignore uno en favor del otro es, en última instancia, perjudicial.
En lugar de seguir tendencias que promueven un control rígido de nuestra biología, necesitamos un enfoque integral basado en evidencia científica sólida, que considere el impacto en nuestra relación con la comida y el cuerpo. La salud no debe convertirse en una obsesión que sacrifique el bienestar mental en nombre de un ideal inalcanzable.
*Carolina (@carolinamelcher) es Nutricionista especialista en Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) y autora del libro Te lo digo porque te quiero: Derribando Estereotipos Estéticos en Salud.
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