Muchas somos Penélope Featherington
Debo reconocer que muchas veces en mi vida me he sentido invisible. Físicamente me considero “normal”, pero en varias ocasiones me he sentido fea, sin gracia, gorda y otros adjetivos que me cuesta nombrar. En cuanto a mi personalidad, no soy tímida; al contrario, soy extrovertida, aunque con los años me he vuelto algo más silenciosa.
Tengo vivos recuerdos de no haber sido la más linda durante mi adolescencia y juventud; de tener que esforzarme extra por llamar la atención de los chicos que me gustaban, muchas veces sin éxito. Siempre se fijaban en alguna amiga y no en mí, lo cual me dolía, especialmente en ea etapa en que el dolor es más agudo.
También recuerdo comentarios que no ayudaban y muchas veces me hicieron llorar en silencio, porque si lo mostraba, era motivo de burla o se consideraba una exageración. Frases como “estás gorda”, “mírate al espejo y mírame a mí”, “no te pongas eso, no es para ti”, “come lento”, “así nadie te va a querer”, “gordura no es sinónimo de hermosura”, “lo único que salvan son tus ojos”, “me sorprende que hayas terminado la carrera; debo confesar que al principio no daba un peso por ti”, o “podrías operarte la nariz y el estómago al mismo tiempo, en una de esas te hacen un precio”. Estos comentarios hicieron que por años no me sintiera digna de amor y reconocimiento.
Además, tuve amigas muy competitivas. Hace 20 años, aún estaba el fenómeno “Mean Girls”, donde siempre había una Regina George y estábamos en constante competencia, a veces humillándonos entre nosotras. Hoy, gracias al feminismo y a los nuevos tiempos, eso ha disminuido y he aprendido que siempre fueron inseguridades y que yo nunca fui el problema.
Pero deshacerme de esta historia propia no ha sido fácil. Hasta hoy me cuesta destacar. Quizás antes me importaba más llamar la atención de los hombres; ahora, me cuesta destacar mis logros. Y es que a la sociedad todavía le falta. Hay estudios que dicen que las personas que son “bonitas” tienden a encontrar trabajo y ganar dinero de manera más fácil que incluso personas que están igualmente capacitadas pero no cumplen estándares de belleza. Es cosa de ver el fenómeno de algunos(as) influencers.
Creo que somos muchas las que hemos tenido que esforzarnos el doble para destacar por no cumplir con el estereotipo de belleza. Por eso es que la tercera temporada de Bridgerton me conmovió profundamente y me emocionó hasta las lágrimas.
En ella vemos cómo Penélope Featherington puede estar con el amor de su vida, Colin Bridgerton, y no solo eso: se revela su inteligencia al descubrir que ella es la escritora Lady Whistledown. Penélope, una mujer “común y corriente”, que se sintió invisible y anulada toda su vida por su familia, su madre, sus hermanas y su entorno, pudo convertirse en el diamante que todas nos merecemos ser. Y lo fue por todas.
Cuando vi la escena final de la temporada y Penélope habló, sentí una conexión profunda, como si su historia resonara con la mía y con la de muchas otras. Fue un momento emotivo donde liberé emociones que había guardado por mucho tiempo.
El increíble poder que nos ha dejado el personaje de Penélope –a través de Nicola, la actriz que la representa– mostrando su cuerpo es maravilloso. Cuando vi su desnudez en la pantalla fue como verme a través de ella: un cuerpo no normativo como el mío, pero a la vez con una belleza increíble. Incluso me cuesta describirla, quizás porque estamos acostumbradas a ver la desnudez en la pantalla con “cuerpos perfectos”, y nos olvidamos que todas tenemos un cuerpo maravilloso.
Lo que más me emociona de este personaje es que demuestra que lo valioso está más allá de lo físico. Penélope rompe el estereotipo de que “debemos ser salvadas”, y muestra que todas podemos destacar alguna vez para los ojos correctos; que todas merecemos ser reconocidas, amadas y deseadas. Fue un bálsamo para el corazón y la autoestima.
Me senté a ver una serie y terminé, en parte, sanando a la niña y la joven que fui y que aún llevo dentro. Aquella que escuchó durante tanto tiempo que nadie la querría por su cuerpo y su rostro. Penélope representa a las que fuimos invisibles, rechazadas y humilladas alguna vez. Por años, cada vez que alguien me decía que era linda e inteligente, no lo creía. Ahora, si alguien lo destaca o lo cree, doy las gracias, porque yo también lo creo.
Mi deseo es que las niñas de hoy, las hijas de mis amigas, de mis primas, mi sobrina y la pequeña Daniela que vive en mí, entiendan que nuestro valor nunca se mide por estándares de belleza y que siempre mereceremos amor, en especial del que nos damos a nosotras mismas.
Y para cerrar, me quedo con la frase de Lady Whistledown: “Aunque algunas son descartadas como piedras comunes, el tiempo revelará que son piedras preciosas”.
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Daniela tiene 36 años y es lectora de Paula.
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