Mujer pensionada: “Me afecta darme cuenta de que soy un cacho, porque mi vida económica recae sobre mis hijos al tener una pensión de 200 mil mensuales”
Sin duda, a las mujeres la vejez nos llega con más dureza. La brecha salarial de 21% en Chile nos pone en una situación de desventaja en nuestras cotizaciones, nuestra capacidad de acumulación y de acceder a créditos. Gabriela Fuenzalida (60) es una de las tantas mujeres en Chile cuya decisión de jubilarse solo le trajo más pobreza y dependencia económica. En este testimonio relata lo que significa vivir con menos de la mitad de lo que ganaba como trabajadora.
“Empecé a trabajar a los 19 años, es decir, trabajé 40 años de mi vida. Ganaba aproximadamente 550.000 líquido en una empresa de cobranza de isapres. Lo que a todos se nos prometió con el sistema de AFP es que podríamos jubilar con casi el mismo sueldo y que tendríamos una vejez digna, pero en mi caso no fue así: mi pensión es de apenas 210 mil pesos. Decidí jubilar en marzo de este año tras toda una vida de trabajo, porque aunque permanezca cinco años más en esa empresa, apenas voy a aumentar mi pensión en 20.000 al mes. Preferí recibir mi pensión correspondiente a mi edad de jubilación y complementarla con otros ingresos. Pero justo comenzó la pandemia y quedé atada, sin poder buscar otros trabajos. Mis hijos y algunos hermanos me ayudan mensualmente, porque no alcanzo a costear el arriendo de mi departamento, las cuentas y la comida.
Es terrible no poder ser independiente, no poder autofinanciar los gastos mínimos, que no te den créditos, y solo poder arrendar propiedades a nombre de mis hijos. Aunque me cueste asumirlo, a la larga tendré que trabajar en lo que sea, probablemente hasta mis últimos días. Hasta el momento no he podido recibir ningún bono por la crisis. Actualmente, estoy tratando de postular al registro nacional de hogares, pero desde marzo me tienen esperando y el trámite al parecer no ha avanzado.
Vivir con 200 mil mensuales implica vivir al día a día. Compro de a poco en el almacén de la esquina sin hacer grandes compras en el supermercado. No puedo enfermarme, porque implica muchos gastos, y he tenido que aplazar mi tratamiento dental. No puedo ahorrar ni invertir en algún emprendimiento. No me compro ropa y me visto con lo que me heredan mis hermanas y mis amigas. Dejé de comprar carne, porque es cara. Y aunque me encanta la cultura, como el teatro o el cine, nunca he tenido plata extra para eso, incluso cuando estaba trabajando, porque todo se me va en arriendo, cuentas y gastos básicos. Menos mal leo mucho, veo películas y soy más bien minimalista, no necesito demasiado. Eso me ayuda a estar bien y no deprimirme, porque la verdad es que me afecta pensar que dependo de otros, que soy un cacho, que mi vida económica recae sobre mis hijos. Pero trato de convencerme de que es lo que es, porque no saco mucho con cuestionármelo y amargarme.
Soy una mujer energética, activa, con ganas de hacer cosas, pero me siendo amarrada por la plata. Saber que tengo 60 años, que ya casi nadie contrata gente de mi edad y que no podré tener una vejez tranquila, para pasarlo bien los últimos años de vida, me duele. Siento que entre más vieja me hago, más inútil soy, porque así es en este país. Trabajé toda la vida y no puedo gastar en pasarlo bien, en tomarme un pisco sour por ahí, ni siquiera en ir a la playa, porque todo eso implica gastos extras que no puedo costear. Tengo tres hijos y muchos nietos que viven fuera de Chile y no puedo pensar en visitarlos a menos que me paguen el pasaje. Mis sueños están limitados. Mi grupo de amigas han hecho viajes juntas y para mí es algo absolutamente prohibido. Me encantaría poder recorrer el mundo entero, porque soy patiperra, y me gustaría, antes de perder la capacidad de caminar, conocer más lugares.
Por suerte tengo redes: a mis hermanos les ha ido bien económicamente, mis hijos son profesionales y tengo amigas con buena situación económica, entonces no me siento abandonada y siempre que pueden me ayudan, me invitan a almorzar, me regalan cositas, porque nos queremos. Soy afortunada en ese sentido. Realmente no sé cómo lo hacen las personas que no tienen redes y que viven con pensiones bajas como la mía. No puede ser que no existan pensiones dignas, para pagar un techo pequeño, para poder comer bien y poder distraerte un poco, ir al cine, comprarse ropa.
Lo que me ayuda a estar bien es pensar positivo y que la vida tiene vueltas, que el futuro puede cambiar. También ver a mis nietos crecer me renueva la vida. Creo que lo único que queda, sobre todo con esa pandemia, es darse ánimo. Y si la amargura aparece, tratar de distraerse, leer un libro, ver una película. Disfrutar de las cosas pequeñas y de lo que está al alcance de la mano. Aceptar lo que una tiene y en las condiciones en que está es la única manera de ser feliz”.
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