La periodista, editora y novelista estadounidense, Jessica Grose, escribió hace unos días una columna en The New York Times donde plantea que la pandemia está obligando a las madres a quedarse sin trabajo, lo que conlleva un gran costo financiero, social y matrimonial definiendo que eso las ha transformado en los amortiguadores de la sociedad. Cuenta también que en Estados Unidos las mujeres representaron el 55 por ciento de los 20,5 millones de empleos perdidos en abril, según la Oficina de Estadísticas Laborales, algo que no se aleja de la realidad del resto de los países en el mundo. Sin ir más lejos, en Chile, el Centro UC de Encuestas y Estudios Longitudinales midió el empleo en el país y determinó que a fines de julio la caída en la tasa de participación laboral es mayor para las mujeres (-27%), versus hombres (-19%).
Liliana Riveros (36) es una de las mujeres que engrosará esta cifra en los próximos meses. Hasta la pandemia trabajó unos años como administrativa en una empresa de juguetes. Antes de eso le costó encontrar un trabajo donde tuviera proyección. Pero esta vez se veía distinto. “Como no es una empresa muy grande, está la lógica de que todos hacemos un poco de todo, lo que podría verse como un abuso, pero en este caso no es así. Entré para ver temas puntuales de facturas, pero de a poco empecé a generar confianza en mis jefes y me dieron más responsabilidades. De hecho, el plan en marzo pasado era que tomara un curso de chino, porque si todo seguía bien a finales de este año me sumarían al viaje anual que hacen a China para hacer alianzas con nuevas marcas para importar”, cuenta.
Pero la pandemia cambió los planes de la empresa y lamentablemente los de su familia también. “En octubre nos pidieron volver físicamente porque necesitaban reactivar en negocio, sino se irían a quiebra. El problema es que yo tengo un hijo de 5 años, estoy separada de su papá y con el colegio cerrado no tengo quién lo cuide. Intenté seguir trabajando en casa, pero es difícil. Ahora se acerca la época más importante del año para la empresa y es entendible que necesiten a alguien a tiempo completo. Y aunque lo conversé con el papá de mi hijo, sus ingresos son mayores que los míos, por lo que no tiene sentido que sea él el que se quede a cargo. Así que con la ayuda de mi hermana llegaré hasta fin de año, pero veo que lo más probable es que tenga que renunciar, porque lo que han dicho en el colegio es que volverán, pero no a tiempo completo”, cuenta Liliana.
Confiesa que lo que le da más pena es perder esa proyección que la tenía tan contenta. “Yo sé que podré encontrar otro trabajo de medio tiempo que se acomode a esta nueva realidad. Quizás me tendré que apretar un poco el cinturón y podría cuadrar las platas, pero me frustra pensar que por primera vez en la vida estaba dando un paso más allá y tengo que volver a cero. Me da pena porque para mí la carrera profesional no ha sido fácil y siento que esto es un golpe más, que al final en todos los momentos de crisis somos nosotras las mujeres quienes terminamos siempre cediendo, dando un paso al lado”.
Tatiana Hernández, socióloga del Observatorio de Género y Equidad, explica que esto tiene que ver con la división sexual del trabajo que cuando hay una crisis, se agudiza. Existe evidencia pasada de que durante tiempos de incertidumbre laboral las parejas heterosexuales vuelven a caer en los roles de género tradicionales. “Cuando nos tocó trabajar la reconstrucción post terremoto del 27F, nos dimos cuenta del impacto que tenía para la vida de las mujeres el que el país tuviera toda su política laboral montada en la división sexual del trabajo”, cuenta. Y dice que por eso es importante cuando las economistas feministas reivindican que el trabajo es todo y no sólo aquel que es remunerado. “El cuidado –se habla de que una de las principales razones de la baja en la participación laboral femenina está relacionada con el aprendizaje a distancia y la falta de disponibilidad de cuidado infantil– es un trabajo que ha sido invisibilizado y en este tipo de crisis es cuando la sociedad comienza a valorarlo y a darse cuenta de que la sociedad no funciona si no es por la reproducción social de la vida, y el mandato sociocultural es que lo haga una mujer y si no, que lo externalice en otra mujer, ya sea una parvularia, una profesora o una trabajadora de casa particular”.
En este contexto, si no fuese por los jardines infantiles, colegios o por las mujeres que apoyan a otras en sus casas, probablemente las mujeres no se habrían integrado en la forma en que lo han hecho en las últimas décadas en el mundo del trabajo remunerado. “Entonces cuando todo está montado en un sistema tan patriarcal desde el punto de vista estructural, se entiende que la crisis la paguen las mujeres. Y la pagan con sus proyectos de vida”, agrega Tamara.
El mismo estudio del Centro UC determinó que un 38% de los hombres versus un 14% de las mujeres dedicó 0 horas a tareas domésticas tales como cocinar, hacer aseo y lavar ropa la última semana de julio. Esto implica que las mujeres dedicaron 9 horas semanales más que los hombres a tareas domésticas. Para Tamara este es un reflejo de que, desde el punto de vista de la construcción del imaginario, la idea de que las mujeres son las únicas o principales responsables del cuidado doméstico es muy poderosa. Y en tiempos de crisis se agudiza.
Como le pasó también a Fabiola Rojas (40), quien tuvo que tomarse un receso en sus proyectos porque no se la pudo con la carga laboral y doméstica. “Toda la vida trabajé como independiente y por suerte los primeros meses seguí teniendo trabajo. Pero mi problema tuvo que ver con mi salud mental y mis capacidades físicas. Tengo tres niños en edad escolar y hasta antes de la pandemia lograba arreglármelas para hacer mi trabajo en los tiempos en que ellos estaban en el colegio, así, cuando llegaban a la casa, me dedicaba ciento por ciento a ellos. Pero sin esas horas de soledad mis proyectos se comenzaron a mezclar con tareas, peticiones, almuerzos, juegos y terminé con crisis de angustia”, cuenta.
Dice que intentó organizarse, pero que es muy complejo llevar toda la carga, y aunque su marido estaba trabajando desde la casa también, lo que cada uno hacía no era comparable. “Esto obviamente nos trajo conflictos, han sido meses difíciles. Así que finalmente decidimos que mientras los niños no vuelvan a tiempo completo, yo haré una pausa y me dedicaré a las labores domésticas y de cuidado”, cuenta y confiesa que no es lo que quería para su vida en este momento, pero que no queda otra opción. “Sé que voy a poder retomar mi trabajo cuando todo esto pase, pero me parece injusto que siempre seamos nosotras las que tenemos que “apechugar” cuando se trata de la casa. Y finalmente es porque los hombres la mayoría de las veces ganan más, entonces si las familias hacen un balance, suele ser más conveniente que ellos sigan trabajando. Eso es lo injusto, no la decisión puntual de mi familia, sino que ese círculo vicioso que nos deja a nosotras siempre más desvalidas”.