No normalicemos que la pareja sea un hijo más

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“Tengo cuatro hijos: tres que parí y mi marido”, escribió hace unos días en una publicación de Instagram, Elaine Féliz, conferencista, educadora sexual y autora del libro Crisis y liberación. No es que estuviera contando su historia, sino que de manera irónica habla de las mujeres que incluyen a su esposo en la cantidad de hijos que tiene. Dice que cuando una mujer cae en eso, está revelando que fue programada para cuidar gente. “Cada vez que una mujer incluye a su pareja en la sumatoria de la maternidad, revela que le enseñaron que ser mujer es ser madre, no mujer. Y que cuidar y atender es el medidor de qué tan mujer puedes llegar a ser”, dice. Por eso –agrega– las mujeres que no quieren tener hijos, que no saben cocinar o que no les interesa casarse son tan atacadas, porque están desobedeciendo el mandato y porque desde su libertad no podrán ser controladas por el sistema de cuidados que solo las responsabiliza a ellas.

Según Elaine en la desobediencia hay un reclamo de priorizar a la persona, no al rol asignado y eso es respetable, porque cuando nos convertimos en las madres de nuestras parejas estamos dejando un espacio vacío que suele expresarse en agotamiento. La académica de la Facultad de Psicología de la UDP, Eliana Heresi, explica que lo que suele ocurrir es que en relaciones donde el hombre es dependiente y la mujer muy fuerte se empieza a generar desencanto por parte de ellas. “En esto influyen los estereotipos de género, porque tenemos en la cabeza la idea de un hombre fuerte, no frágil. Y por tanto puede ser poco atractivo”.

Pero también porque este tipo de relación es muy patriarcal. “Aunque se piense lo contrario porque se ve un hombre más inseguro y una mujer con ‘más poder’, lo que se esconde acá es que ella queda atrapada en el cuidado de este hombre, el cual se transforma en una carga más. Es otro hijo, y junto con eso viene la culpa propia de la maternidad. Ella podría querer zafarse de él, pero no puede porque no quiere hacer sufrir a este hombre, porque en realidad no quiere hacer sufrir a este niño”, agrega la psicóloga especializada en ciclos vitales femeninos y estudios de género, Irina Duran.

Según ambas expertas, la sanidad o toxicidad de una relación así debe determinarse y trabajarse buscando el hilo inicial de aquel complejo de Edipo, un término acuñado por el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, en su teoría de las etapas psicosexuales del desarrollo, para describir sentimientos de deseo de un niño por su progenitor del sexo opuesto, y los celos y la ira hacia el progenitor de su mismo sexo. Básicamente se refiere a que el niño siente que está compitiendo con su padre por la posesión de su madre, mientras que una niña siente que está compitiendo con su madre por el afecto de su padre.

En adelante, seguidores de psicoanálisis como el inglés John Bowlby y su teoría del apego han hablado de que nuestro gran primer amor es la mamá. Este primer vínculo deja improntas y modelos de referencia que nos van a servir de guía para seleccionar y establecer relaciones significativas. “Especialmente en el caso de los hombres, que la elección de sus parejas está determinada por el lazo que los unió a sus madres, lazo que pudo haber sido amoroso y de presencia materna o ausente y descalificante”, aclara Duran. “Los hombres que buscan el rol de madres en sus parejas suelen estar atrapados en el vínculo materno, en el sentido de que no logran su independencia emocional y esto puede ser porque no tuvieron afectos nutritivos, protectores y formativos de parte la madre. En ellos queda esa carencia y, al momento de buscar una pareja, tratan de compensarla con esa mujer. Es decir, desplazan el rol de mujer de su pareja transformándola en madre”, agrega.

Pero también se puede dar cuando la relación madre e hijo está en el otro extremo. Irina explica que “los casos de hombres que tuvieron una madre demasiado sobreprotectora, que los hizo sentir insuficientes e incapaces de valerse por sí mismos. Cuando eso ocurre, el niño al momento de transformarse en hombre necesita esa validación externa proveniente de una mujer y la va a buscar en su pareja para sentirse seguro. En el fondo, lo que necesita es continuar esa sobreprotección por no haber desarrollado una capacidad de autonomía emocional”.

Para la académica de la Facultad de Psicología de la UDP, ésta es una dinámica que se produce entre dos personas, no es un fenómeno que se da unilateralmente. “El hombre puede tener expectativas, necesidades y motivaciones de buscar en la pareja algo, pero también esa mujer hace el juego y complementa para que esto se de. En estas relaciones el hombre asume un rol dependiente, como de hijo y la mujer la otra parte, es decir, quien protege y cuida. Pero si una mujer se niega a ser ese rol de madre con su pareja, la relación no va a funcionar.

Aun así, se trata de relaciones poco sanas, ya que ni el hombre ni la mujer se desarrollan como tal, sino que asumen roles que no les pertenecen. “En ellos no está reparado el dolor de la relación materna y por ende es probable que si esa pareja tiene hijos, esos hijos vean a su padre como un hermano y puedan desvalorizar a los hombres al ver que no son capaces de valerse por sí mismos como sí lo hace su mamá. Son las famosas heridas transgeneracionales”, aclara Irina. Y concluye: “Además, cuando alguien busca a su madre como pareja, lo que está haciendo es no ver al otro, sino que se concentra en lo que él necesita. Es un vínculo desde las propias necesidades y no desde lo que tengo para entregar.

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