Antes de dar consejos hay que aprender a escuchar a los otros
En 2015 un estudio realizado por dos académicos de la Universidad de Yale reveló que pese a la máxima universal de que uno debería tratar al otro como se trataría a sí mismo, al minuto de aconsejar solemos asesorar a los demás de una manera distinta a cómo nos asesoraríamos a nosotros mismos. Si frente a una situación en particular nos aconsejaríamos actuar de una manera, a un otro que esté pasando por la misma situación solemos alentarlo a actuar de una manera mucho más cautelosa y recatada, según lo que propone la investigación.
El estudio plantea que los consejos suelen ser paternalistas y sesgados y que muchas veces pueden exacerbar el problema por el cual el consultante sintió la necesidad de pedir asesoría. Y eso podría deberse a dos motivos: por un lado, existe el temor de que el posible fracaso del otro sea en parte responsabilidad nuestra –por nuestros consejos– y por otro, porque tal vez nos proyectamos en el otro, preguntándonos ¿qué es lo que nosotros hicimos mal aquella vez que nos enfrentamos a esa situación y qué es lo que debimos haber hecho?
¿Qué tanto del consejo, por más bien intencionado que sea, realmente toma en consideración al otro como otro y qué tanto viene desde una proyección? Se puede querer ayudar y apoyar, pero inevitablemente algo de eso surge desde un querer cuidarnos a nosotros mismos, aunque sea de manera inconsciente. Y, por eso, surge una pregunta por el límite y por cómo realmente se aconseja.
Pedir y dar consejos no es algo que vamos a dejar de hacer. Y ambas pueden ser prácticas positivas. En un estudio titulado Dear Abby, Should I Give Advice or Receive It? –realizado en el 2018 por psicólogos de la Universidad de Chicago y la Universidad de Pennsylvania– se dio cuenta de que los alumnos que tenían dificultades para lograr sus objetivos se sentían mucho más entusiasmados por hacer sus tareas luego de haber aconsejado a un par respecto a esa misma tarea, versus luego de haber recibido consejos por parte de los profesores. Así mismo se dio con adultos que intentaban bajar de peso, ahorrar o controlar su temperamento. Según se demostró en el estudio, asesorar respecto a algo que nos genera ciertas dificultades puede ser motivador para que nosotros mismos lo resolvamos, porque el solo acto de aconsejar ya nos familiariza con el conocimiento que ya tenemos de eso y nos motiva a la acción. Mucho más que al recibir la asesoría.
¿Pero cómo lo hacemos para aconsejar de acuerdo a las necesidades del otro? El psiquiatra y académico de la Universidad de Chile e investigador del Instituto MIDAP, Yamil Quevedo, explica que uno de los fundamentos de efectuar la ayuda que nos solicita la persona que está pasando por algún tipo de crisis –entendiendo la crisis como una situación que sobrepasa sus herramientas y capacidades individuales para poder enfrentarla y por eso recurre a la asesoría– es la denominada escucha empática. Y para poder realizarla lo primero que hay que hacer es reflexionar acerca de nuestro propio estado de ánimo: ¿cómo estoy yo para poder apoyar a otro? ¿Estoy disponible emocionalmente o estoy capturado por alguna emoción?
Lo segundo, según explica, es tener la disposición de aceptación, de autenticidad, empatía y respeto hacia los sentimientos, valores y visión de mundo del otro. Y validarlos. “Hay que desplegar un lenguaje verbal y no verbal que haga sentir a la otra persona cómoda y que de cuenta de que uno está atento y conectado. Y en eso hay que reconocer las diferencias personales y culturales y respetarlas, porque más que instalar a priori nuestra comprensión, tenemos que aconsejar desde cómo el otro ve el mundo”, señala el especialista. “El objetivo no es desplegar nuestra habilidad, sino que ayudar a que la otra persona rescate e incremente sus propios recursos para enfrentar la situación. Porque de lo contrario no estamos viendo al otro realmente, nos estamos proyectando. Más que ofrecer mis soluciones, entonces, se trata de facilitar que el otro encuentre las propias”.
Quevedo agrega que ya escuchar y mostrar un genuino interés es bastante. Pero también es importante tener claro que, estando en la postura del asesor, no hay que perder la calma o angustiarse igual que la otra persona, porque eso no es contenedor. Tampoco hay que presionar para que la persona hable más. “Hay que dar lugar al silencio, para que la persona encuentre su propio camino hacia recibir ayuda. Cuando finalmente se abra, hay que validar sus sentimientos -no decir cosas como “qué exagerado”- y reconocer sus fortalezas. Y, sobre todo, hay que saber que uno no puede resolver todos los problemas de los demás y por eso es importante nunca hacer falsas promesas o dar argumentos tranquilizadores si no los hay”, explica.
En un artículo de Meg Selig publicado en el medio especializado Psychology Today, la consejera y autora advierte que algunas personas reaccionan poniéndose a la defensiva frente a ciertos consejos y otros se excusan con un millón de razones por las cuales las sugerencias recibidas no funcionarían. Y esto radica en que para muchas y muchos el consejo es una violación a la libertad personal y un ataque a las propias habilidades.
Y es que, como explica Albana Paganini, directora de la Clínica de Psicología de la Universidad Diego Portales, muchas veces aconsejar pensando que hacemos el bien supone creer que el otro debe atenerse al consejo e identificarse con nuestros ideales. “De alguna manera es un acto de coacción, por más amoroso y bien intencionado que sea. Cuando alguien se propone dar consejos se posiciona en un lugar particular: ser un modelo a seguir. Sin pensarlo, puede incluso invalidar emocionalmente al otro. Un consejero parece poseer la verdad y puede anular la autonomía para pensar del aconsejado”, explica.
Por eso, Quevedo recalca la importancia, especialmente en estos tiempos, de empezar desde una posición de humildad. “Lo cierto es que ninguno de nosotros sabe realmente cómo enfrentar lo que está pasando, más bien tenemos que aceptar que hay cuotas importantes de incertidumbre y desde esa posición escuchar y tratar de ponerse en el lugar del otro, sin intentar ofrecer soluciones tajantes o absolutas”, explica.
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